Ya tengo dicho de otras veces que los españoles no necesitamos tener enemigos fuera de España, porque somos nosotros desde dentro nuestros peores enemigos. Y pienso así, porque nuestra historia está plagada de numerosos y grandes héroes que han sido capaces de realizar las mayores proezas, tanto individuales como colectivas; pero rara vez luego les han sido reconocidas por los propios españoles. Han tenido que ser los extranjeros - en muchos casos nuestros propios enemigos - los que nos las reconozcan. Lo decía recientemente con ocasión de celebrarse el V Aniversario de la llegada de Hernán Cortés a Méjico, y el V Centenario de la vuelta al mundo por Magallanes y El Cano, de cuya celebración se está apropiando Portugal, pese a haber sido en ambos casos hazañas netamente españolas.
Otro ejemplo de ello, es la numantina gesta de los “Últimos de Filipinas”. Una reducida compañía de tropas españolas en la defensa de la aldea del Baler (Luzón), que ha sido recogida en varios libros y películas. La primera en 1945, protagonizada por Fernando Rey y Tony Leblanc; y la segunda en 2016 por Salvador Calvo, esta última contaminada de ficción, que no corresponde a la historia real. Aquella unidad española luchaba contra los rebeldes filipinos apoyados por los EE.UU. que entraron en guerra contra España. Los rebeldes la atacaron quedando aislada y sitiada en la iglesia del Baler. A partir de ahí, iniciaron una resistencia férrea dentro del templo durante 337 días, hasta que se quedaron sin municiones, sin víveres, hambrientos, descalzos, harapientos y enfermos por la enfermedad del “beriberi”. Murieron sólo 2 en combate, pero 15 por la enfermedad.
El teniente Cerezo era extremeño, de Miajadas (Cáceres). Hijo de trabajadores humildes del campo, en cuyas faenas labriegas él mismo había trabajado. Sentó plaza voluntario al ejército en Melilla. Fue ascendiendo a cabo y sargento. Con 32 años su esposa murió de un embarazo malogrado, y el hombre no encontró otro mejor consuelo que marcharse voluntario a Filipina. Al morir el capitán Enrique de las Moreras y el primer teniente Juan Alonso Zayas de su Compañía, tomó él el mando, y prosiguieron la resistencia ayudado por el médico Rogelio Vigil de Quiñones, suboficiales y tropa.
Durante el fragor de los durísimos combates a que fue sometida la posición, recibió numerosas proposiciones de capitulación de los insurrectos, tratando de convencerle que, al estar sitiados, no tenían posibilidad alguna de sobrevivir si no se rendían; pero, mientras tuvieron víveres y municiones todas las propuestas fueron contundentemente rechazadas, hasta que el día 2-06-1899, ya todos hambrientos, enfermos, sin medicamentos, sin munición y sin la menor posibilidad de defensa, los tagalos hicieron llegar a Cerezo un periódico en el que se informaba que el resto de tropas españolas se habían rendido y la guerra hacía ya seis meses que había terminado. Comprobado por Cerezo que era cierto, no quiso sacrificar inútilmente el sufrimiento y las vidas de los españoles que quedaban y pactó su honrosa rendición.
Fíjense con el bravo valor y ardoroso heroísmo que lucharían, que fue el jefe de los propios rebeldes filipinos que había vencido a los nuestros, el que ordenó con toda magnanimidad y hombría de bien formar para que aquellos héroes españoles, en lugar de ser hecho prisioneros, pasaran desfilando ante sus vencedores con la bandera española en alto, altivos y con todo honor y toda la dignidad que merecían, hasta el punto de rendirles honores militares sus propios enemigos, incluso dándoles escolta hasta Manila para que salieran sin castigo alguno para España. En Manila fueron recibidos en loor de multitudes, acogiéndoles como héroes, rindiéndole un caluroso recibimiento, un decoroso homenaje y un digno reconocimiento por la férrea resistencia que durante casi un año habían derrochado, negándose rotundamente a deponer las armas; hecho éste muy raramente conocido en una guerra, donde los vencidos son inmediatamente desarmados, humillados, vejados y tomados como prisioneros de guerra.
El heroísmo de aquellos bravos españoles asombró al mundo, hasta el extremo de que el primer presidente de aquella república no dudó en aprobar el siguiente Decreto, que copio íntegramente: “REPÚBLICA DE FILIPINAS. DECRETO.-Habiéndose hecho acreedor a la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el Destacamento de BALER, por el valor, constancia y heroísmo con que con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanza de auxilio alguno, ha defendido su Bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendarios valor de los hijos del Cid y de Pelayo, rindiendo culto a las virtudes militares, he interpretado los sentimientos del Ejército de esa República que bizarramente les ha combatido, a propuesta de mi Secretario de Guerra y de acuerdo con el Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente: Artículo único. Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas, no serán considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos; y en su consecuencia, se les proveerá por la Capitanía General de los pases necesarios para que puedan regresar a su país.-Dado en Tarlak a 30 de junio de 1899.-El Presidente de la República, Emilio Aguinaldo.-El Secretario de Guerra, Ambrosio Flores”.
El escritor español Azorín, prologó en 1935 la 4ª edición de la autobiografía del teniente Cerezo. En su último párrafo escribía: “La bandera española que flameaba en la torre se había consumido por el sol, la lluvia y el viento. Afortunadamente, en la iglesia pudieron encontrar telas de color amarillo y rojo. La bandera que amparaba a todos fue rehecha. Pero la torre, a fuerza de cañonazos, se vino abajo. La defensa había llegado a límites infranqueables. Parecían todos espectros salidos de la huesa. Tal estaban de exangües, pálidos y descarnados. Llegaban los postreros días del sitio. Había comenzado éste en febrero de 1898. Entregadas las Filipinas, no había razón para continuar más la resistencia. (…) No se piensa lo que esos 337 días representan en un local cerrado, infecto, sin víveres, sin ropa, inundado por la lluvia, sin sal, sin agua saludable, sin zapatos, azotados por la epidemia, sin poder dormir (…). Sí, desde Numancia no se ha dado caso tan extraordinario en España. ¡Y casi sin gloria! ¡Sin gloria clamorosa, resonante, trompeteada! ¡Estaba aquello tan lejos y tan solitario!. La capitulación se hizo con todos los honores, los máximos honores, para los sitiados. Treinta y dos soldados fueron los que quedaron. ¿Qué nación en Europa puede mostrar ejemplo tal de heroísmo?”.
El 28-07-1899, embarcaron aquellos titanes españoles para España, llegando a Barcelona el 1 de septiembre. El día 7, el teniente Cerezo llegó a Madrid. Fue recibido por el Ministro de la Guerra para ser personalmente felicitado; por el rey Alfonso XIII y por los altos mandatarios de la Nación. Por su gesta, le fue concedida la Cruz Laureada de San Fernando. Luego, fue muy agasajado en su pueblo natal, Miajadas, donde había nacido el 11-02-1866, en la calle Reina número 23 que, tras su hazaña, pasó a tener su nombre. Tras su regreso a España, el teniente Cerezo fue destinado a Madrid, donde fue objeto de numerosos agasajos por distintos estamentos de la sociedad, y allí falleció de general el 2-12-1945, a los 79 años.
Pues, desde aquel apoteósico escenario de reconocimiento y felicitaciones, trasladémonos ahora a este otro escenario actual en que vivimos para poder comparar ambos y darnos cuenta de la falacia, miseria y mezquindad que demasiadas veces se da en política y en algunos políticos que viven de ella a costa del sufrido pueblo contribuyente que les paga. Resulta que la Fundación Museo del Ejército, con el apoyo del Ejército de Tierra, se disponía a conmemorar el próximo 30 de junio el 120 Aniversario de aquella gesta española, que representa valores tan preciados como entrega, sacrificio, trabajo, compañerismo, disciplina, cumplimiento del deber, etc, que no sólo son valores españoles, sino universales.
Y les ha surgido la idea de erigirle un monumento en Madrid, con una estatua del teniente Saturnino Martín Cerezo, en representación de todos aquellos indómitos héroes del Baler; hombres todos modestos, del pueblo llano, de aquellos que por no contar su familia por entonces con las 2000 pesetas que importaba la llamada “cuota”, con la que quienes eran ricos y podían pagarla se libraban de ir a morir en Asia o América. La estatua estaba ya encargada para ser inaugurada el Día de la Amistad Hispano-Filipina, en la Avda. de Filipinas, próxima a otra estatua que erigida en honor del héroe independentista filipino José Rizal.
Se trataba de un proyecto a costear por suscripción popular, ingresando quien lo desee en la cuenta: ES03 0049 2604 4126 1519 2882 del Banco Santander hasta completar los 70.000 euros de su coste. O sea, el gasto para nada va a recaer sobre las arcas municipales, sino mediante una campaña popular en forma de micromecenazgo. Antes había sido sometido el acuerdo a votación y aprobado en el pleno del Distrito de Chamberí de Madrid, con los votos favorables del PSOE, PP y Ciudadanos, a fin de obtener los permiso de obras. Sin embargo, el proyecto ha sido vetado por la regidora de la Villa y varios munícipes de otros partidos; según han alegado, porque no se puede alabar “a un ejército colonial”, ni traer a la memoria “hechos de 1898”. Y a mí, que ya he dicho muchas veces que jamás he sido político, necesariamente me surge la pregunta: ¿por qué tantas veces la política y los políticos casi siempre se meten en ese inmenso lodazal de quererlo todo dirigir, manipular y emponzoñar?. ¿Por qué todo lo que cae en sus manos lo politizan y hacen ellos “mangas y capirotes”, como dice el vulgo popular?.
Pienso que la política, como instrumento social de representación popular es imprescindible para las personas, porque, de alguna forma, todos tenemos algo de políticos en la medida en que, como decía Aristóteles, somos seres sociales por propia naturaleza, interdependientes, que todos nos necesitamos unos a otros, y no tenemos más remedio que relacionarnos y convivir en paz, en democracia, en libertad y en sociedad. Pero lo que no alcanzo a comprender es que en la política tenga que haber tanto “fango”. Los textos de Derecho político enseñan que la política es el arte de lo posible. Pero luego, en realidad, es el arte decir mentiras, a sabiendas de que se dicen, haciendo de lo blanco negro, y viceversa. Sé que todavía hay muchos políticos (cada día menos) que son serios, responsables y honestos. Pero hay otros que dicen y hacen tal serie de tonterías y payasadas, que cómo se va uno luego a extrañar de la enorme desafección del pueblo, que tan harto está de tantas majaderías.
¿Por qué tantas pegas, trabas, líos, enredos, zancadilleo, sectarismo, mezquindades, etc.?. ¿Es que siendo político no se puede ser una persona normal?. Y, claro, así nos va. El concepto que así nos formamos los electores es que sobran los políticos que politiquean como “politicastros”. En vez de gastar tanta fuerza por la boca en insultarse y en pelearse como gallitos, ¿por qué no la usan en resolver los auténticos problemas para los que el pueblo los ha elegido?. Cuando una causa es justa y noble; cuando se trata de honrar a unos héroes que se jugaron y dieron la vida por unos valores y por España, hasta el punto de que hasta quienes fueron sus enemigos se lo reconocieron pública y oficialmente, ¿por qué algunos se lo tienen que negar sólo porque, quizá, no pertenecen a su ideología?. ¿Merecen así que se les vuelva a otorgar nuestra representación popular?.
El poeta castellano-extremeño Gabriel y Galán nos presentó así la política en verso: “Nunca semilla bendita viene su mano sembrando/ torpe cizaña maldita suele venir derramando/ ¿Os extrañaréis si no digo por vuestro bien e interés el nombre de ese enemigo?/ Pues la política es/ La política de ahora, que al bien ajeno no aspira/ la política traidora que es una inmensa mentira/ viene promesas haciendo que nunca piensa cumplir/ favores viene pidiendo, mentiras viene a decir…”.