Opinión

Salvar al soldadito Paul

Por las mañanas, Cheer se levantaba quejándose, pues le dolían todos los huesos de su entumecido cuerpo. Apenas podía ponerse derecha, e iba andando un rato con dificultad. Pero luego, ya andaba bien y podía ir a todas partes. Cuando lo conseguía era todo un triunfo. Y lo primerito que se le venía a la mente era el bonito recuerdo de su nietecito Paul, Tan precioso como era, que no se lo podía quitar de la cabeza. El pequeño le había lanzado un S.O.S., ya que le decía insistente:” ¡Abuela. Yo mañana voy a tu casa! O, “esta misma tarde voy”. Pero el niño nunca logró su objetivo. Por el momento. El por qué se lo impedirían, era un misterio. Doña Triste sentía entonces un dolor en el alma difícil de catalogar. Un dolor persistente, continuo, que no se lo podía quitar de encima. Y se le ocurrió una idea genial: “Salvar al soldadito Paul”. Pero, ¿cómo? Ella sola no podía hacerlo, no conseguiría nada sin ejército, ni armamento. Aunque las mejores armas eran la esperanza y la constancia. Insistir una y otra vez. Se vistió. Fue a tomar un sencillo desayuno, como era la costumbre, con su esposo Dereck, y le contó que debían diseñar alguna estrategia que condujese al éxito. Había que pensar en alguna salida, por difícil que fuera y traer de nuevo a casa a su soldadito querido. Ya verían.

“Y en ese edificio antiguo de la época Imperial, se solucionaban todos los asuntos que necesitaban resolver los ciudadanos”

Esa misma mañana, mientras paseaban por las agradables calles de Becqued, se encontraron con su buena amiga Betty, que siempre tenía palabras cariñosas y amables en su boca. Dijo a Cheer que todo saldría bien, que al final, el pequeño Paul disfrutaría del inmenso amor de sus abuelitos. Betty, que había cumplido los ochenta y cuatro, y viuda, contó un importante secreto a sus amigos, para que comprendiesen cuánta insensatez y cuánta falta de responsabilidad de algunos hijos de hoy en día. “Mira, Cheer, el mayor de mis cuatro hijos, necesitaba ayuda para comprar un piso. No tenía dinero. Yo vendí un piso heredado de mis padres, y le ayudé. Pues bien, ahora no quiere saber nada de mí. No viene a verme. No me llama. ¿Qué les pasa a estos hombres de cincuenta y tantos? ¿Por qué no aman a sus padres?...Vete a consultar cómo conseguir rescatar al pequeño Paul, al Departamento donde se solucionan todos los inimaginables problemas de la Infancia Indefensa. En esta ciudad se resuelve todo bien. Ya verás. Nada está perdido aún. ¡Hay que salvar al soldadito Paul! ¡Lo conseguirás!” Y se despidieron con un brillo especial en los ojos. Becqued era una ciudad de los tiempos del Gran Imperio. En la ciudad existían aún algunos edificios grandes y antiguos. Sólo Cheer fue a buscar el Departamento donde se solucionan todos los problemas de la Infancia Indefensa. Aquel edificio tenía un pasillo muy largo y unos techos muy altos. Y mientras atravesaba el interminable pasillo, observaba unos bancos de madera a ambos lados , donde se sentaban señoras ancianas a esperar su turno, para entrar en los distintos departamentos, donde se solicitaban pensiones para jubilados, pensiones para viudas, o ayudas económicas para las señoras que no tenían dinero con qué pagar las facturas de cada mes.

“El soldadito Paul iba a ser salvado en breve por sus abuelitos, y ya, nunca más se separarían... había una solución feliz”

Y en ese edificio antiguo de la época Imperial, se solucionaban todos los asuntos que necesitaban resolver los ciudadanos. Porque Becqued era la ciudad que todo lo resolvía y los ancianitos de Becqued tenían las espaldas bien cubiertas. Por eso Cheer, a pesar de su tristeza, al no poder disfrutar todavía de su pequeño Paul, sabía que tarde o temprano lo iba a conseguir y con ello iba a solucionar su incomprensible situación. Y al final del pasillo, llegó al Departamento donde se solucionaban todos los problemas de la Infancia Indefensa. Tocó con los nudillos de una mano a la puerta. “Pase”. Abrió y se encontró con el Intendente Principal de la oficina. Habló con él y le contó su situación. El Intendente Principal escuchó atentamente y muy serio. Luego la invitó a sentarse y esperar, pues él iba a consultar con el Jefe Supremo, que siempre tenía soluciones para todos los asuntos a tratar. El Jefe Supremo la hizo pasar a su oficina privada. “No te preocupes Cheer, que todo lo vamos a resolver. Volverás a estar alegre. Ya no serás doña Triste. Ten paciencia. Hay que saber esperar”. Cuando Cheer se despidió de aquel señor, tenía el ánimo elevado, se sentía segura, feliz. Lucharía hasta el final. Nadie la iba a parar. Paul vendría a visitar a sus abuelitos y ya de paso, recogería todos los juguetes que le esperaban pacientes en la mesa larga del salón de la casa de los abuelos, para poder jugar feliz con todos ellos. El soldadito Paul iba a ser salvado en breve por sus abuelitos, y ya, nunca más se separarían, porque en la ciudad de Becqued todas las situaciones, por complejas que fueran, tenían una solución feliz.

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