Juan Moya ha muerto entre caridades después de saltar a la fama en los años locos en que la televisión era algo más que corazón y puñales. “El Loco de la Colina” sabía hacer formato y nos presentaba personajes que se hacían querer de la única forma que sabemos los telespectadores, a ratos. Era el circo de los monstruos nocturnos que se nos salían de la pantalla para contagiarnos muchas cosas nuevas y refrescantes en un país que despertaba del letargo para verse las entrañas y saborearlas.
“El Risitas” se hizo un hueco rápidamente, porque nos gusta reírnos de las desgracias de otros para que los otros no se rían de las nuestras. Hacemos héroes a vaivenes de portadas, de comentarios y de chistes rápidos porque nuestra ruindad está hecha a ello. No sé si le pagaría Quintero, pero Juan Moya ha muerto en la indigencia recogido en un centro residencial, siendo enterrado por un Hospital de gañote.
Las risas que contagió, la alegría que dio a muchos no le han dado un ápice de paz en la vida, ni otra cosa que esa fama efímera por la que los tronistas y “los superviventes” luchan desesperadamente para alzarse en las redes con la caducidad asegurada. Somos carne de realitys como antes lo fuimos de portadas del Hola o de aquella presentadora tan guapa… Sonia , que empezó cautivando a los niños para perderse en los vericuetos del Sida y morir alejada de los focos y olvidada por todos. Ahí, debería haber habido un antes y después de todos, una toma de conciencia, un despertar a la vacuidad de este mundo en el que venimos a pagar, a alzarnos a dos patas, a despotricar de lo que sea y a morirnos como ratas después de una hecatombe.
"'El Risitas' se hizo un hueco rápidamente, porque nos gusta reírnos de las desgracias de otros para que los otros no se rían de las nuestras"
La espiritualidad es el nombre de un bar de mala muerte y la empatía, la honradez y la vergüenza términos del Tenorio. Te mienten con desfachatez y encima presumen de ello. No valen hijos, familia, amigos o allegados, porque todo es devaluable, vendible, despotricable. Nada es hermoso por el hecho de serlo, sino de enseñarlo y que todos lo sepan. Los gatitos van a dos patas para que los fotografíen y ganen seguidores, que no hay nada como esos dos segundos de presunta fama que los espermatozoides corredores es lo que tienen, que se les va la cola en las largas corridas en pos de un óvulo como meta en la vida. A mí el Risitas “me daba cosilla. Algo entre ternura y lástima, porque me recordaba demasiado al chistoso de las clases que es capaz de hacer gracietas que solo le perjudican para intentar buscarse un sitio en el universo. Todos sabemos cómo terminan esos niños. A los profes no les hace ni pizca de gracia que les interrumpan cuando imparten. Pero “el Risitas” se quedó compuesto y sin Quintero que tenía magia para hacernos ver lo invisible y adobárnoslo con las palabras más hermosas y la voz más hueca.
Ahora se ha ido por segunda vez, ésta ya la definitiva porque ahora ya nada tiene remedio, ni la orfandad de público, ni la invisibilidad perpetua, ni la indiferencia de todos estos años de aislamiento y silencio. Como tumba tendrá los memes que protagonizará en las redes, y los velatorios de likes de todos aquellos que dirán que murieron con sus gracias, cuando el único que ha muerto solo ha sido él, abandonado por todos.
Porque los humanos somos la especie más ingrata, esa que quiere colonizar Marte para plastificarlo con ganas, con espermatozoides corridos tras sus lagunas secas de gracias.
“El Risitas” nunca verá el planeta, lo mismo tampoco nosotros que estamos en eso de alzarnos a dos patas para que nos fotografíe la vida mientras vegetamos, despotricamos o nos reímos de los chistes de otro , para que ese otro no se ría de los nuestros.
Nunca entenderemos que todo es devaluable, hasta nosotros mismos que somos carne de like, de amigos imaginarios y palmaditas virtuales. Hasta nuestros corridos espermatozoides se nos van a hacer robóticos a juego con los masturbadores femeninos, prodigio de una época en la que los niños nacerán de risas congeladas y propósitos varios.