Opinión

Los ríos púrpuras del coronavirus

En el año 2000 el director francés Mathieu Kassovitz firmaba la película “Los ríos de color púrpura”, basada en la novela homónima del escritor galo Jean-Christophe Grangé.

El largometraje, de éxito internacional, ponía en escena a dos actores de renombre, Jean Reno y Vincent Cassel. Los dos monstruos de la interpretación protagonizaban un thriller muy bien hilado en torno a una universidad ubicada en plena montaña francesa y que buscaba, generación tras generación, la pureza de la raza. Mediante la puesta en práctica de una endogamia enfermiza entre docentes y alumnado intentaba crear una nueva y selec ta élite dirigente, libre de sangre supuestamente inferior. Una nueva casta de las puras entre las puras “RH positivas” estaba destinada a gobernarlo todo y a todas.

El tema, lo convendrán conmigo, no solo no nos es desconocido, sino que con tener la voluntad de asomarse a la realidad se puede corroborar. Lo que cualquiera con sentido común tildaría de locura, sigue más vigente que nunca.

En uno de los diálogos del largometraje de Kassovitz, un profesor de la elitista universidad reivindica la esencia de la eugenesia asegurando que “dominando los ríos púrpuras, lo dominaremos todo”. Seguidamente, el iluminado enseñante explicaba concienzudamente que los turbulentos ríos de sangre pura arrastrarían con su fuerza todo lo superfluo de lo humano... hasta lograr la pureza de la raza y con ello la excelencia moral, intelectual, y hasta orgánica, del nuevo ser humano. La producción francesa era pura ficción, sin embargo, la esencia de esta teoría continúa siendo defendida, en mayor o menor medida, por toda una pléyade de cretinas “federadas”, cada día más numerosa.

La película obtuvo muchos premios, impresionantes críticas y fenomenales asistencias de público al tiempo que se alababa el mensaje antirracista que comportaba, evidenciando una vez más la imbecilidad supina que representa hablar de razas dominantes.

Curiosos tiempos estos en los que se reverencia una obra por su mensaje crítico contra el racismo y el autoritarismo, mientras que los vientos de guerra que todo lo asolan de Norte a Sur alientan todo lo contrario, transportando crisis implacables que hacen inmensamente más ricas a las ricas y trágicamente más pobres a las que ya nada tenían. Quiero suponer que a esa conclusión había llegado usted sin necesidad de tanto Vitriolo. Espero.

Al respecto de las crisis, Milton Friedman, pope de la Escuela Económica de Chicago y abanderado del ultraliberalismo salvaje, afirmaba (o mejor dicho, predicaba de forma mesiánica) que una crisis siempre representaba una oportunidad de cambio... evitando añadir “a peor para las de siempre”, obviamente.

¿Burda y agorera exageración? Veamos

Imaginemos una grave convulsión de tipo económico, humanitario o social, con todas las posibles y perversas combinaciones que con estas circunstancias pueden llevarse a cabo. La primera consecuencia es una paralización en seco de cualquier tipo de actividad y un colapso de los servicios públicos.

Según Friedman y sus abanderadas, esa misma crisis debería suponer irremediablemente el establecimiento de una doctrina del shock integral en la que la economía de libre mercado a ultranza tomaría el control de la situación. Para que eso pudiera ocurrir sin protesta alguna, las libertades públicas deberían verse anuladas a mayor beneficio del poder de las grandes oligarquías que lo controlarían todo. ¿Por qué? Porque nada bueno se presagia cuando mezclamos, en un mismo tubo de ensayo las necesidades básicas, una o varias crisis y el predominio del capitalismo salvaje donde lo único que importa es la cuenta de resultados.

Plaga sanitaria. El cataclismo del coronavirus se está convirtiendo en mucho más que una terrible plaga sanitaria a escala planetaria por sus especiales características

¿Exageraciones catastróficas, distópicas imposibles o argumentaciones agoreras? Solamente hace falta querer consultar hemerotecas y/o bibliotecas para comprobar que la verdad nunca es cómoda fuera de los marcos preestablecidos de los tibios pensamientos serviles, tan en boga.

A la menor consulta comprobará que en el Chile de Pinochet se aplicó en toda su extensión la mencionada Doctrina del Shock. Cabe recordar que, con una delegación de la Escuela de Chicago desplazada hasta Santiago de Chile para trabajar sobre el terreno, el dictador llevó a cabo un golpe de estado, un recorte absoluto de libertades, juicios sumarísimos, ejecuciones en masa, desapariciones, privatizaciones salvajes con la entrada de muchas multinacionales (España no fue ajena a ese movimiento de capitales), inflación disparada y un mercado controlándose a sí mismo. Más shock imposible.

Fue el mayor desastre económico y social del cono sur... tanto que el gobierno de Pinochet tuvo que intervenir finalmente en la economía chilena para evitar el colapso total, aunque los ultraliberales omiten siempre esta última parte.

¿Sería entonces cosa de dictaduras? Tampoco. En la Inglaterra de Thatcher y sucesivos, los países sur y centroamericanos, la Polonia de Walesa, los EE.UU. de Reagan o de Clinton, la Rusia de Yeltsin o la propia Europa actual han sido, desgraciadamente, los territorios en los que se aplicó, o se aplica, en mayor o menor medida la famosa y aludida Doctrina del Shock del ya citado Milton Friedman.

¿Cómo? Mediante un instrumento que, en su origen, se creó en 1944 para todo lo contrario.

El Fondo Monetario Internacional se fundó para que jamás se repitiese la historia de Alemania, o de la República de Weimar, en la que los acuerdos de Versalles tras la Primera Guerra Mundial hundieron en la miseria al pueblo alemán mediante unas reparaciones de guerra inasumibles. La nula vista política de franceses e ingleses propició así el nacionalismo brutal y populista de Hitler en los años 30.

Al mismo tiempo, y para parar una propagación comunista, se le dio alas a la socialdemocracia europea con resultados notables. El estado del bienestar tenía su hueco en una época en la que aún se podía sostener a la bestia del capitalismo a ultranza por el miedo a la expansión de Moscú.

Con la caída del muro y sin el contrapeso de los del “otro côté”, las tesis de la citada Escuela de Chicago se impusieron. La socialdemocracia fue desapareciendo y el FMI se transformó en una institución que solo velaba por las cuentas de resultados, sin importar si tal o cual país naufragaba en la pobreza. Se fomentó el despiece de los países a mayor gloria de las grandes empresas, mientras que las filas del paro aumentaban. Un clásico.

Pero volvamos al terruño patrio.

El crack del 08, la desregulación* propiciada por la citada Escuela de Chicago e impulsada por Reagan, Clinton (pues sí, también Clinton), Bush y Obama (la vida mamá, la vida...), provocó que los bancos abriesen infinitos agujeros negros en sus cuentas que hundieron en la miseria a millones de seres humanos sin que nadie (o casi) pagara por ello.

Fue la época de los brutales recortes, de primar lo privado sobre lo público en los servicios esenciales, de las empresas buitre que ganaron indecentes cantidades de dinero a costa de las ciudadanas más vulnerables, de las interminables colas en busca de alimentos de una clase media que literalmente se desintegraba, del rescate de los bancos y el abandono de las personas. Una vez más se socializaron las pérdidas y se privatizaron las ganancias. De aquello hace 12 años... y no solo aún estamos pagando con creces, y con muchos intereses compuestos, las consecuencias de aquello, sino que continuamos inmersos en el mismo bucle infernal. Y a pesar de todo, todas tan contentas, tan felices, tan cándidas. Sordas y ciegas: las esclavas perfectas.

En el año 2020, con unos servicios públicos bajo mínimos y unas condiciones económicas más que precarias, las crisis superpuestas provocadas por la COVID-19 y sus decenas de miles de muertos (y un millón largo de contagiados) están haciendo aflorar lo mejor y lo peor del ser humano. No hay término medio: solidaridad versus codicia.

Así, presenciamos el duro y meritorio trabajo de quienes, aún al descuido de su propia existencia, no dudan en ayudar en todos los ámbitos, y sin mirar carnés de identidad, color de piel o condición social.

Pero también vemos la especulación llevada a cabo con los materiales sanitarios de primera necesidad, los alimentos y un largo etcétera que generan ganancias vergonzosas. Todo ello sin olvidar la soterrada guerra que enfrentan las grandes corporaciones con las pequeñas empresas y/o las autónomas. ¿Demagogia? Según los datos publicados, en España el 10% de la población más pobre perderá hasta 8 veces más renta que el 10% más rico. Otro estudio, realizado por el Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas y otros organismos, revela que los distritos de Barcelona con rentas más bajas han sido los más afectados en la primera ola de la pandemia.

A nivel mundial, el índice de Bloomberg muestra que las 500 personas más ricas del mundo son 813.000 millones más ricas ahora de lo que eran a principios de año, antes de los efectos de la pandemia del coronavirus. Por el contrario, el Banco Mundial (organismo nada revolucionario, lo convendrán conmigo) asegura que la crisis por la COVID-19 llevará a la extrema pobreza a 150 millones de personas en el mundo. Blanco y en botella.

También están las que aprovechan el caos sanitario para sacar réditos políticos... pero sin nunca aportar soluciones válidas. Estos suelen ser las mismos que despedazaron la sanidad pública a golpe de recortes salvajes, promocionando el ámbito privado y provocando el colapso que ahora estamos sufriendo en hospitales y atención primaria.

Resulta curioso que estas ultraliberales que defienden las privatizaciones, la autorregulación de los mercados y la anulación de lo público hasta su mínima expresión sean las mismas que protestan por la falta de camas en las UCI. Y nosotras, como las vacas que ven pasar el tren.

La Sanidad pública no es el único servicio público esquilmado por la política neoliberal impuesta por la UE, siempre según lo dictado por los de Chicago.

Nadie se ha librado de la quema. Ejemplos: la brutal merma de efectivos de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado está causando graves problemas organizativos que redundan, ya lo habrá entendido, en una merma de la seguridad a todos los niveles. Los brutales recortes en los presupuestos están provocando que las tasas de reposición estén muy por debajo de las necesidades. De vergüenza.

Pero también tenemos la sangrante falta de docentes. En nuestras escuelas, el déficit es tan impresionante que ya ni tan siquiera es noticia, y aunque la crueldad del coronavirus lo evidencia todo aún más, ni por esas somos capaces de caer en la cuenta del naufragio de la educación pública. De puta pena.

El caso es que, de la misma forma que hemos permitido que los filibusteros con corbata dejaran la sanidad y la seguridad con una anorexia operativa de difícil remedio, también hemos autorizado con nuestros votos y nuestros silencios que la Educación se vacíe de contenido. Ahora, descubrimos que nos falta personal sanitario, bomberos, policías, docentes, investigadoras o medios para que sea atendida correctamente la población. Una suerte de “qué escándalo, me he enterado de que aquí se juega” que pronuncia el corrupto prefecto francés en la película Casablanca se puede utilizar aquí. No aprendemos.

¿Es posible que usted crea todo esto son exageraciones? Para averiguarlo, paséese por ambulatorios, hospitales, colegios, universidades, comisarías, cuarteles de la Guardia Civil y de bomberos o de cualquier estamento público y lo comprobará...

Los solidarios aplausos ciudadanos de los primeros tiempos de la COVID-19 (muchas gracias de corazón, conste) deberían haber mutado en protestas frontales contra tanta especulación y recortes asesinos al comprobar cómo aumentaban las listas de fallecidas y se mermaban los medios. Sin embargo, no pasó nada. Nadie dijo nada. Ningún grupo fue capaz de arrojar luz entre tantas tinieblas. Todo lo contrario, no solo hemos culpabilizado exclusivamente a quienes no se ponían la mascarilla o se reunían imprudentemente (y no nos falta razón, cierto es) sino que hemos dado la sumisa callada por respuesta ante las tropelías cometidas una y otra vez.

Bueno sería señalar que nadie podría haberse apropiado de esa protesta o posicionamiento ciudadano, ni se habría podido hacer política partidista de una actitud tan reflexiva. Se habría considerado como un acto de pura supervivencia social y las políticas habrían tomado nota para que la ola de las protestas no les hubiera engullido. Les va el sustento en ello.

Por otra parte, y obviamente lejos de rectificar, los asesinos de lo público han redoblado sus esfuerzos, por activa o por pasiva, para desprestigiar todo lo que no sea privado y, por lo tanto, susceptible de generar ganancias. Eso sí, para pagar, para solucionar problemas o para echar las culpas siempre está lo público. El miedo sigue funcionando. La Doctrina del Shock continúa vigente.

La brutal corriente que baja por los ríos púrpuras, ahora llamado COVID-19, está haciéndose camino, a golpe de muertas y de fracturas entre clases, en su firme búsqueda por la pureza de sangre social

Obviamente, a las defensoras de los beneficios por encima del bien común les aflorará rápidamente eso de “es el mercado, amigo” del ínclito Rodrigo Rato. ¿Indignante? Sin duda, pero es la misma indignidad que con nuestras acciones u omisiones estamos servilmente permitiendo.

Llegadas a este punto, bueno será volver a subrayar que esta situación es la común en toda la UE. Desgraciadamente, Europa no empieza en los Pirineos. Aquí, todas nos cubrimos con la misma manta.

El cataclismo del coronavirus se está convirtiendo en mucho más que una terrible plaga sanitaria a escala planetaria por sus especiales características. Más allá de las evidencias, esta crisis sanitaria global nos está empujando inexorablemente hacia un nuevo modelo de sociedad, de la misma forma que la peste del siglo XIV transformó la economía europea.

Todas las especialistas aseguran que la explosión del virus nos está haciendo entrar en una nueva era de relaciones comerciales en la que todo apunta a que van a modificarse los vectores actualmente dominantes. En esta guerra en la que, por ahora, los portaaviones no sirven para nada, las naciones ganadoras serán las que posean las mejores estructuras sociales y políticas para poder reemprender, en el menor plazo posible, todas las actividades económicas, además de contar con una sólida red para las más vulnerables. Esta circunstancia tendrá, a buen seguro, dos efectos: no solamente se fortalecerá la economía de esas nuevas zonas geográficas de influencia, sino que las demás, más perjudicadas y con menos medios para emerger de entre la tragedia, se transformarán en naciones endeudadas con respecto a las primeras. Así se forjan los imperios. Así se están produciendo ya las siervas de la gleba 2.0.

En su momento, y a pesar de las advertencias que algunas intentamos elevar hasta los cielos, la mayoría no dudó ni un segundo en tildarlas de agoreras y/o exageradas alineándose con la verdad oficial, como los borregos que guardan servilmente la cola que lleva hacia el matadero, sin que se les ocurra salirse de la fila.

Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero está quedando evidenciado de nuevo que la doma surte efecto: una vez más, preferimos las anteojeras a la cruda realidad. Así nos va a todas y, lo que es peor, ante tanta brutalidad intelectual no se parece estar interesado en enseñar a librepensar. No conviene. Pensar está mal visto y remar contracorriente está peor considerado y, lamentablemente, a nadie parece importarle lo más mínimo. Se prefieren los juegos florales a las reivindicaciones. Seguimos para bingo.

El caso es que, inmersas en una impresionante emergencia que todo lo abarca, aún no hemos sido capaces de vislumbrar la metamorfosis social que se está llevando a cabo en un mundo en que el foso existente entre dominantes y dominadas es más profundo que nunca.

La brutal corriente que baja por los ríos púrpuras, ahora llamado COVID-19, está haciéndose camino, a golpe de muertas y de fracturas entre clases, en su firme búsqueda por la pureza de sangre social. Si le parece agorero y exagerado, abra bien los ojos de ver e intente razonar lo que observa.

La subida de la extrema derecha, la facilidad sociológica con la que cala su mensaje debería ser suficiente señal de alarma para reaccionar. Los recientes disturbios organizados simultáneamente en varias ciudades de España y de Europa deberían representar la evidencia definitiva.

Pero no, seguimos creyendo que las mascarillas son una tontería, que las reuniones entre amigos y familiares son inofensivas, que no faltan servidores públicos, que los hospitales no funcionan porque nadie quiere trabajar y que los de la derecha extrema son una mera anécdota que no irá más allá “porque aquí estamos vacunados por los cuarenta años de dictadura”. La pobreza intelectual de estos argumentos llega a ser insultante.

De seguir en esta lobotomía social, la potencia destructora de los ríos púrpuras del Coronavirus convertirá el episodio Reichstag y lo que vino después en algo que nos acabará pareciendo una mera anécdota histórica.

Nada más que añadir,

Señoría

*La desregulación financiera es la reducción de las limitaciones tanto a las transacciones financieras como a los derivados financieros, y por tanto sus garantías de solvencia, con el objeto de favorecer sus intereses, generalmente con la excusa de hacer más eficiente el mercado financiero internacional. (Fuente Wikipedia)

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