La retentiva es un ejercicio que el cerebro realiza constantemente que sirve para capturar imágenes, archivarlas para que en un momento determinado del futuro sean utilizadas para resolver cualquier problema cotidiano. Imagínense por un instante que tenemos que ir a la ducha. Tendremos que resolver una serie de inconvenientes para poder ejercer el relajante momento cotidiano, de la buena salud corporal. Por un lado sería coger la ropa interior (calcetines, calzoncillos), por otra escoger lo que nos vamos a poner ese día (pantalones, camisetas, zapatos), tener presente que para ese momento tenemos que tener a mano el gel, el champú, la toalla, etc., pues cada cosa estará como es lógico en un lugar determinado. Habría que ir a por todos los utensilios y tenerlos presente para cada momento de nuestro buen que hacer cotidiano con la limpieza. Todos estos movimientos dependen prácticamente de la retentiva de saber donde está cada cosa, ya que todo debe de tener un sitio para que nadie se pueda liar. “Un sitio para cada cosa, cada cosa en su sitio”. Tenemos que ir a cada cajón donde ha encasillado nuestro cerebro para poder ir cogiendo de todos los lugares las cosas oportunas. Es un gran lío que nuestras células grises están acostumbradas de ejercitar durante toda su vida. Comprendo que más de uno habrá pensado que sería más evidente decirle a nuestras madres que nos den todas las cosas para poder ser más cómodos, es lo esencial. Pero estamos entrando en otro asunto que es la auto dependencia. Valor este muy importante para poder decir a boca llena que somos unas personas que dependemos de nosotros mismos. Si no fueran por nuestras madres yo creo que no seríamos nada de nada. Pero también deberían de pensar, nuestras pobres madres, que el futuro es muy incierto y deberíamos de ser más independientes y para eso deben de irnos enseñando muy poco a poco. Pero madre solo hay una y todas hacen lo mismo defender a sus crías hasta que no puedan tenerlas cercas de ellas. Pasando a la envidia poco sana de sus nueras y la rivalidad de entre ellas. Recuerdo un episodio de mi vida, cuando era un adolescente que una noche pegaron en mi puerta un señor que era el presidente de la barriada y nos comunicó que por bien de nuestra integridad física teníamos que salir a la calle durante toda la noche ya que había una alerta de que podría haber un terremoto. Toda nuestra familia salió de inmediato a la explanada que en aquellos días existía en lo que ahora es la guardería infantil de la barriada Juan Carlos I y allí nos reunimos un montón de vecinos esperando que lo que habían escuchado por ahí nuestros grandes dirigentes pues pasara. Pero las horas pasaron y allí no pasaba absolutamente nada. Todo según vino de que le habían dicho que en el Estrecho de Gibraltar habrían movimientos sísmicos. Durante muchos años esta escena se me quedó grabada la cantidad de personas que estábamos allí muchas de ellas estaban incluso en pijama, claro que era causa del pánico generado por la comunicación vía oral de la noticia que hechos expuesto anteriormente. Pero también me vino al pelo la narrativa que hizo un chaval. Y fue pasada a mi inseparable libreta de campo. Ya con una edad avanzada de unos veintitantos años, el narrador, el cual con una gracia bastante evidente, pues nos puso en antecedente de lo que ocurría en su casa. Nos contó que todos los componentes de su familia cuando llegaba la noche lo que querían era que llegara el momento de meterse en la cama donde según decían podían estar a salvo de una pequeña maldición que vamos a contar en este medio. El era un gran atleta y tenía infinidad de trofeos tanto de carreras de las cuales había ganado unas pocas y también en la modalidad del piragüismo, para aquello tenía una estantería con un montón de peldaños y lo que hacía era ir rellanando todos los peldaños con la cantidad de trofeos tan grande que tenía. La costumbre era siempre poner en el estante de arriba el trofeo más reciente y grande y así sucesivamente. Pero durante la noche el decía que todo lo que había ordenado y quitado el polvo por la mañana amanecía totalmente cambiado. Y al principio todos creían que era la broma de alguno de los componentes de la familia hasta que durante un momento de días de observancia vió que una cierta hora de la noche los trofeos empezaban a dar vueltas por la estancia y luego se iban poniendo en los lugares que le daban a ellos la gana, sin ningún tipo de “modus operandis”, sino como ellos quería al azar como optó de declarar el joven. Esto me resultó bastante interesante y entonces mi hermano que era bastante amigo de el se ofreció a la noche siguiente dormir en la casa de el. Al principio no le hizo mucha gracia la idea ni a mi hermano ni tampoco a este hombre pero quedaron de acuerdo y se dieron la mano.
Cuenta mi hermano que estuvieron hablando durante toda la noche y que a eso de las cuatro de la mañana sintieron un ruído infernal en el pasillo y que salieron de la habitación para ver que pasaba en el mismo y que no observaron nada en absoluto y cuando volvieron a entrar en la habitación empezó nuevamente los ruidos tomando la decisión mi hermano de salir volando de la casa e irse hacia la casa de nuestra madre. Que la verdad que se encontraba casi al lado una de otra. Estuve mucho tiempo intentando interrogar a mi hermano sobre el asunto hasta que un día las dos personas que estaban en dicho episodio me los encontré de frente y salió esporádicamente el tema y me dijeron que la verdad que estuvieron muy a gusto hasta que empezaron los ruidos en la casa y que ninguno de los dos fueron capaces de esperar los desenlaces que pudieran haber habido y salieron “pitando” del lugar y que creen que fue lo mejor que hicieron. Una nueva declaración fantástica y un nuevo caso sin resolver que tampoco hemos llegado a poder finalizar la investigación.
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