Los tiempos suelen discernirse entre buenos y malos según lo que se reclame en cada momento. Evidentemente, no es lo mismo “pedir pan y libertad” que “autopistas y trenes más confortables”; en esto estaremos todas de acuerdo. Aunque hoy estemos más cerca de lo primero que de lo segundo, asistimos a unas nuevas exigencias que parecen absolutamente fuera de lugar, o no.
Resulta escandaloso que en pleno 2016 pidamos, casi de rodillas, poder cobrar nuestra pensión mientras los consejos de administración de las grandes empresas y las diversas Gürtel de turno están a tope de vividoras. Es del todo indecente que se mendiguen especialistas en la sanidad pública al tiempo que quien tiene mucho dinero encuentre, en lo privado, todo lo que necesita, y más.
En resumidas cuentas, la nueva versión neocon de la economía (que no es otra cosa que la vieja esclavitud de siempre) sabe perfectamente dónde están las ganancias, y sobre todo dónde se encuentran las que ponen el dinero para paliar sus déficits.
Y aquí seguimos, dando pasos hacia atrás clamando por algo que ya fue conquistado con mucha anterioridad. A este paso, en 10 años habrá que solicitar dócilmente que nos dejen al menos la mitad de las vacaciones.
Desgraciadamente, ahí no se quedan las muestras de que, efectivamente, vivimos unos malos tiempos.
En Francia desde hace algunos años se está enarbolando la bandera de la laicidad, una enseña que ya se creía asumida desde hacía tiempo. Pues no. En las redes sociales son muchas las que piden que se respete ese principio fundamental de la République Française, a saber: la religión siempre debe estar fuera del ámbito público. Es tan simple como que no se enseña religión alguna en los colegios y no se permite la presencia de signos religiosos en ningún establecimiento de la república, entendiendo que las creencias pertenecen estrictamente al ámbito de lo privado. A partir de ahí, como si se quiere adorar al sol de la medianoche. Allá cada una y el máximo respeto para todas.
El problema, insisto, es cuando se tienen que reivindicar cosas que el propio tiempo debería haber superado ya.
Ya bien empezado el siglo XXI, estar con el mismo discurso en torno a la religión de hace más de 100 años da idea del retroceso social y político que estamos viviendo.
Un 13 de octubre de 1909 fusilaban en Barcelona a Francisco Ferrer i Guardia (padre de la Escuela Moderna, hoy enseñada en todas las facultades) por plantear una enseñanza laica oponiéndose frontalmente a la iglesia, pero 113 años más tarde se puede comprobar que, en términos comparativos, estamos sensiblemente peor que en aquella época. Produce un cierto frío interior con inconfundible sabor a miedo ver la implacable e intolerante expansión de las religiones en el dominio de lo público y de lo político. Ya falta menos para las hogueras.
Es evidente: la involución resulta un hecho claro y contundente. Al paso que vamos acabaremos pidiendo -por favor y sin gritar- que siga amaneciendo todos los días, que el agua moje y que no nos cobren mucho por ello.
Qué pena de sangre derramada para conquistar lo que estamos dilapidando miserablemente para encaminarnos hacia nuestro señalado destino, es decir, a la nada.
Naturalmente, y como siempre, caben dos posturas: o seguimos como lo que estamos demostrando ser, la cabeza bien enterrada en el mundo de los culebrones y de las mentiras electorales, pensando que lo malo sólo le ocurre a las demás pero que a nosotras “no nos tocará”, o nos damos cuenta de que, a fuerza de reivindicar lo obvio, acabaremos mendigando un cojín para poder remar más cómodamente encadenadas en las galeras.
¿Dejar que nos sigan domando para seguir haciéndonos más serviles o decidirnos a exigir lo que hace mucho tiempo ya era nuestro?
Como siempre, usted sabrá lo que más le conviene.