En periodos como estos, complicados, inciertos y envueltos en una espesa bruma de confusión política, la filosofía, el sentido crítico y la Fraternidad yacen como putrefactos cadáveres en el desierto de la más absoluta y descerebrada indiferencia.
Son tiempos en los que se prometen puentes donde no hay ríos, se hacen juegos de malabarismos y prestidigitación con las necesidades más extremas de las ciudadanas, se promete humo y se generan ilusiones vanas con una ristra de frustraciones que invariablemente las siguen.
Es una época en la que se emplean las cifras de los programas de una forma que merecería un cero patatero para una alumna de primaria, y en la que se venden retales de esperanza a cambio de un cheque en blanco en la urna. Evidentemente, todo esto a sabiendas de que de lo dicho o escrito apenas nada quedará tras la apasionante noche del recuento de sufragios. Una elección más.
Decía el fallecido Jacques Chirac (ex presidente de la República Francesa, exalcalde de París y ex primer ministro, entre otros muchos cargos institucionales) que las promesas solo comprometían a las que las escuchaban. El adagio del político francés siempre ha sido una constante, me temo.
Pero el problema no es que las ciudadanas nos creamos las ofertas de todo a cien que la llamada fiesta de la Democracia tiene por costumbre ofrecernos, sino todo lo contrario. El dilema es que, frente al modelo de una sociedad totalitaria que avanza implacablemente, como la marea que acaba cubriendo las tierras que circundan el normando Mont Saint-Michel, cada vez nos creemos menos lo que nos “venden” las candidatas en elecciones. Cada vez la fractura de la frustración democrática es más grande, más insalvable. Pero mientras está sucediendo esta terrible ruptura, las unas siguen empeñadas con ahínco en salvarnos del abismo al que, obviamente según ellas, nos llevan las otras. Y viceversa. ¿Resultado? Cada vez desconfiamos más de “tanta desinteresada generosidad espontánea” [“ironía, mamá… ironía”, como bien argumenta mi socióloga de cabecera].
Como ya sabemos todas, en campaña electoral, las lisonjas, los “sinceros” apretones de mano, las palmadas en la espalda y los programas políticos idílicos, cargados de medidas imposibles, suelen venir acompañados de un sofisticado merchandising en el que se encuentran, entre otros chismes, mecheros, abanicos, folletos en papel couché, carteles del líder, globos, camisetas, banderitas o pañuelitos de colores al gusto. Está claro que las ideas ya no bastan para convencer, y una de dos: o todo nos suena a lo mismo, o necesitamos de una zanahoria para ser convencidas. Sea como fuese, de puta pena todo.
El caso es que, entre tanto reparto de pulseritas, pins y chapitas variadas, soflamas, insultos y cuadraturas de círculos, el desafecto por la política va creciendo de forma exponencial… y lo que es más terrible, el desdén por una Democracia que intencionadamente se tilda como caótica crece a la misma velocidad.
Cierto es (lo repetiremos en este H2SO4 por enésima vez) que no todas las políticas son iguales, pero la corriente mayoritaria está ampliamente formada por topos políticos sin visión alguna de futuro. Renuncian a los proyectos a largo plazo que dan pocos votos y ninguna vistosidad inmediata, y se afanan en atender exclusivamente un presente inmediato que todo lo parchea con un practicismo más próximo a un “siempre toca si no un pito, una pelota” que a una argumentación sólida y un proyecto de alcance.
Tienen como irrenunciable axioma un cortoplacismo tan cambiante como las encuestas de opinión y unos compromisos inconfesables que suelen lastrar cualquier buena intención que, en un remoto pasado, hubiesen podido tener.
Y luego están las que, sin poder aspirar a las más altas cotas de poder, se conforman con las migajas territoriales de los desperdicios que les dejan las de arriba para que continúen con la convicción de creerse alguien. Jugando en la primera regional de la política (o incluso con el mero sueño de que lo están haciendo), consiguen ser aún más mezquinas que sus jefas.
Llegan a ser tan poco, tan menos, que hasta darían pena si no fuese por lo dañinas que resultan para su propia organización, para la imagen de su partido y para la ilusión colectiva. Y lo que es peor, nosotras, aun siendo perfectamente conocedoras de esta circunstancia, lo consentimos mirando para otra parte o lavándonos las manos en las pantanosas aguas de la apatía.
Definitivamente, nos gusta tropezar con la misma piedra una y otra vez.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero quizás ha llegado el momento de empezar a cuestionar a las emperadoras del poder, a las señoras feudales de los partidos, a las que piensan y deciden por nuestra cuenta desde el puente de mando. Cuestión sería, pues, de que las ciudadanas nos empoderásemos de una vez, tomáramos las riendas de la situación y fuésemos críticas con las que mandan en los partidos.
¿Cómo?
Decía el editor y crítico literario norteamericano George Jean Nathan que “los malos gobernantes son elegidos por los buenos ciudadanos que no votan”, y este H2SO4 añade que si las formaciones políticas están en malas manos (que se salve la que pueda, si puede) es por nuestra culpa, por nuestra inacción. Como diría mi Gemelo, una vez diagnosticada la enfermedad, pasemos a aplicar un tratamiento.
Así, procedamos a inundar literalmente los partidos políticos por los que votamos respectivamente con nuestra afiliación y nuestra militancia. Demostremos, por una parte, que somos capaces de pensar, de actuar, de ser coherentes con lo que realmente pensamos y votamos y, por otra, que ni somos manipulables, ni somos una masa amorfa moldeable al gusto de la de turno.
Que quede, pues, claro que no se trata de ir buscando a la salvadora que nos muestre la luz divina y el sendero de la salvación, sino de comprometernos todas a empujar a la responsable institucional o política que toque para que se ponga de verdad a nuestro servicio, impidiendo que le lastren circunstancias o servidumbres que puedan impedirle defender nuestros intereses. La política que esté libre de compromisos, que lance la primera papeleta de voto…
¿Utopía vitriólica? Eso solo depende de nosotras.
No obstante, bueno será recordar que ahora mismo algunas de las lideresas que vemos en los paneles publicitarios no dudarían ni un segundo en dejar todo el sistema democrático como un erial con tal de subirse al trono, por la sencilla razón de que no les importa reinar sobre los despojos y lograr así alcanzar cetro, corona y manto.
Reinar sobre los despojos es algo que entra dentro de las opciones de este tipo de personajillas. Pero su éxito, o no, dependerá de si hacemos como las vacas que ven pasar el tren o, por el contario, tomamos conciencia de la situación, actuando en consecuencia.
Eso sí, si optamos por la mansa actitud bovina, atengámonos a las nefastas consecuencias, que a este paso podrían no tardar mucho en llegar.
Ya lo dice la senadora italiana Lina Segre, superviviente de los campos nazis, que a sus 89 años está amenazada de muerte por la ultraderecha italiana y ahora tiene que vivir permanentemente escoltada: “Tengo miedo de la pérdida de la Democracia, porque yo conozco qué es lo contrario. La Democracia se pierde poco a poco, en la indiferencia general. Entonces siempre llega uno que grita más alto y dirá: ‘me encargo yo’, sin que nadie haga nada”.
De nuevo, nada más que añadir, Señoría.
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