Ando de vacaciones por la Ciudad de Las Palmeras en esta semana blanca de lluvias, frío y vientos huracanados. Elche y Ceuta forman parte de mi memoria vital, de mi pasado y mi presente, de lo que fui y lo que soy.
Ya va asomando la primavera después de los últimos coletazos del invierno y el aroma a incienso comienza a dibujar en el ambiente los trazos de humo intentando conquistar el Cielo.
Entre huertos y palmerales infinitos vuelvo a visitar los colegios e institutos en los que fui alumno allá por los años convulsos de la transición.
Echo la vista atrás trayendo a la memoria los 27 centros en los que comencé a ser docente hasta llegar a Ceuta en el desembarco definitivo: ‘Siete Colinas’ y ‘Luis de Camoens’. Vivir para contarla, que diría el genial García Márquez.
En esta semana de pasión asistimos de nuevo a la enésima reforma educativa cuya vigencia dependerá, como siempre, del gobierno de turno.
¿Por qué tantas reformas en el sistema educativo? ¿ Qué hay detrás de cada una de ellas? ¿ No es posible un pacto de Estado para fijar los cimientos de los pilares fundamentales de una sociedad? ¿ Qué papel jugamos los docentes ante esta avalancha de leyes que tenemos que llevar a las aulas?
La Ley Orgánica de Modificación de la LOE (LOMLOE) es la octava reforma del sistema educativo de la democracia en España y la novena que se aprueba en cincuenta años. ¿Qué sucedió con las otras reformas?
Sería muy farragoso ir analizando cada una de estas leyes y aburriría al más común de los mortales. Pero sí sería conveniente bucear en los logros y fracasos de este último medio siglo.
La democratización de los Centros, la obligatoriedad de la educación hasta los 16 años, los consejos escolares, la revolución de la FP convertida en ciclos formativos de grado medio y superior, los departamentos de orientación, importancia de los idiomas, integración de la competencia digital, libertad de cátedra, la inclusión del alumnado con necesidades educativas especiales...
En la parte negativa observo la paulatina privatización de la enseñanza en centros concertados sostenidos con fondos públicos manteniendo un “Ideario de Centro”, la inabarcable burocracia que no permite trabajar al profesorado, el paso al instituto de los alumnos a partir de los 12 años, la posibilidad de llegar al último curso de la ESO con 50 asignaturas suspendidas obligando al alumnado más disruptivo a permanecer atado a un pupitre mientras escucha chino, la falta de profesorado.
El eterno debate sobre la enseñanza de la religión, los contenidos de las asignaturas cada vez más reducidos, la vulnerabilidad de los docentes en cuestiones disciplinarias, el peso de los directores frente a un claustro que debe obedecer y acatar las decisiones importantes de los equipos directivos y una selectividad distinta en cada Comunidad contaminada para poder evaluar el mérito y capacidad de los futuros universitarios.
¿Son las reformas monedas de cambio de los gobiernos de turno? ¿llegaremos alguna vez a algún consenso fortalecido en un amplio arco parlamentario? ¿Seguiremos dándole la vuelta a la tortilla cada cuatro años?
Tal vez, si los políticos se dignaran a escuchar a los docentes, se sentaran con ellos, recogieran sus experiencias, propuestas, proyectos y sus millones de horas de vuelo conseguiríamos emprender una reforma coherente y duradera.
Pero poco importamos. Nos enfrentamos a la ceguera y la sordera de los gobiernos que, desgraciadamente, terminan por arrimar el ascua a su sardina.
Corremos muchos peligros al no pertrecharnos y defendernos ante el llamado “Cordón sanitario”.
Hoy soñé que cada lunes comenzábamos la semana entonando lo que cantaba mi abuelo allá por los años cincuenta mientras nuestro país era uno, grande y libre.
Como decía Heráclito:
“El pueblo debe luchar por las leyes como el aristócrata lucha por sus murallas”.
Una buena formación filosófica desde la infancia que nos enseñara a pensar para inocularnos el sentido crítico, el valor de la libertad y los principios de la democracia sería una buena vacuna para esta pandemia que no cesa.