Opinión

Los presidentes también lloran

A casi nadie ha dejado indiferente la decisión del presidente Sánchez de tomarse unos días de reflexión para anunciar posteriormente si renuncia o no a seguir al frente del gobierno de España. Lo hacía en un formato nada habitual. Una carta dirigida a la ciudadanía a través de su cuenta de X, en la que hace un recorrido de lo que está sucediendo en los últimos tiempos en nuestro país, en los que la mentira y el acoso hacia su persona, ahora a través de su esposa, parece que no tienen límites. Tras confesar que estos ataques le han afectado sobremanera, lanza una pregunta a la ciudadanía sobre si merece la pena seguir. Descubrimos así la cara más personal e íntima de un hombre excepcional, que parecía imbatible, pero que, como todos, también puede ser frágil.
Varias observaciones sobre el contenido y la forma de comunicarnos que decide parar unos días. Sobre la forma. Nada que objetar. Los presidentes también son personas. Tienen sentimientos. Tienen familia. También principios. Y tienen derecho a comunicarse con la ciudadanía de esta forma. Y a parar unos días. Esto no implica que el país se paraliza, como pretenden hacer creer los de la derecha y la extrema derecha. Todo sigue.
Sobre el contenido. Nos dice que el Sr. Feijóo y el Sr. Abascal, y los intereses que a ellos les mueven, han puesto en marcha lo que el gran escritor italiano, Umberto Eco, llamó “la máquina del fango”. Efectivamente. Todo esto ocurre, con mucha más fuerza, desde que la extrema derecha ha tocado poder en muchas instituciones, a través de VOX, y con la ayuda del PP. Tanto VOX, como el PP, y en su nombre Abascal y Feijóo, han hecho de la mentira la marca de la casa. Y del acoso sistemático a personas honorables, su forma de actuar. Es la indudable evidencia del “trumpismo” en nuestro país. Esa ideología política, enmarcada en el populismo de ultraderecha, que normaliza la violencia contra las instituciones y las personas representativas de la democracia.
Pero también han olvidado que, como dice Sánchez, tras los políticos hay personas. Han traspasado una línea roja muy importante. Preservar la intimidad familiar de los políticos. No les importa hacerlo, con tal de que se mantenga la política del fango. Lo han demostrado en las reacciones que han tenido a la carta de Sánchez. Vomitivas son las declaraciones de Feijóo. También las de Ayuso, o las de Juanma Moreno. No respetar a las personas en estas circunstancias demuestra la catadura moral de estos personajes. Personajes a los que Sánchez dice que responderá desde la razón, la verdad y la educación. Esto es lo que más les ha dejado descolocados y reducidos a la más absoluta irrelevancia política y a la miseria moral.
Al final de su carta nos dice que necesita parar y reflexionar. Todos deberíamos hacerlo. De hecho, su acción ha tenido una especie de efecto catártico, y ha provocado una reflexión colectiva sobre el estado de nuestra democracia y la necesidad de eliminar el clima tóxico en el que se han instalado los debates políticos. Pero también nos dice que seguirá trabajando, aunque no tiene claro qué camino escoger.
Es interesante la reflexión de la investigadora social Eva Illouz en su reciente libro “La vida emocional del populismo”. Nos dice que no es fácil destruir una democracia, pero sí parece bastante sencillo dañarla. Y se pregunta ¿cómo es que aquellas figuras políticas que socavan las condiciones de la vida obtienen, y en muchos casos conservan por largo tiempo, el apoyo de quienes más perjudicados resultan?
Quizás ha llegado el momento de plantearnos encontrar la respuesta a esta interesante pregunta. Y hacerlo acompañando al presidente Sánchez en su reflexión, y no dejándolo solo en la campaña de linchamiento público de la derecha y la extrema derecha españolas. Intentan rematar a los que encarnan la rebeldía frente a los poderosos. Y esto no podemos consentirlo.
¡Paz a los hombres y guerra a las instituciones! Este sencillo lema revolucionario hace referencia a que si el fin de la transformación social es fomentar el amor y el apoyo mutuo entre los seres humanos, no merece la pena ir contra las personas, ni fomentar la lucha de todos contra todos. Es preciso cambiar las instituciones corruptas y combatirlas. También preservar las instituciones útiles.
Por todo ello, considero que merece la pena seguir.

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