Como he escrito en más de una ocasión y así lo he reflejado en sendas recientes entrevistas en SER y COPE, aquel romántico y sufrido ferrocarril Ceuta - Tetuán fue y es una de mis obsesiones vitales. Mi mente se resiste a borrarlo de ella por más años que hayan pasado y tras haberlo conocido y disfrutado, pese a mi corta edad de entonces, en uno de cualquiera de sus desvencijados vagones de madera arrastrados por locomotoras cuasi decimonónicas de vapor, como, ya al final de su existencia, con sus dos modernos automotores MAN-DIESEL.
Como he escrito en más de una ocasión y así lo he reflejado en sendas recientes entrevistas en SER y COPE, aquel romántico y sufrido ferrocarril Ceuta - Tetuán fue y es una de mis obsesiones vitales. Mi mente se resiste a borrarlo de ella por más años que hayan pasado, tras haberlo disfrutado, pese a mi corta edad de entonces, tanto en uno de cualquiera de sus desvencijados vagones de madera arrastrados por locomotoras cuasi decimonónicas de vapor, como ya al final de su existencia, en sus dos modernos automotores MAN-DIESEL.
‘Culpable’ de aquellas vivencias como tantas otras de Ceuta, la tuvo mi padre, un aragonés que se enamoró de esta tierra. Cuántos domingos me llevó al puerto, al que los trenes bajaban para recoger los viajeros del trasbordador, para subirnos en el convoy en su recorrido hasta la estación. Ya con los modernos automotores MAN – DIESEL, la emoción estaba servida: las playas de Castillejos, las de Restinga o los ocasionales desplazamientos a Tetuán para disfrutar de la capital del Protectorado, de las diversiones en la Hípica y hasta alguna que otra visita a la flamante Galerías Preciados.
Desapareció la línea, pero no mis peregrinaciones a sus reliquias, que han sido constantes, lo son y me temo que lo serán. De tal suerte que, en tantas ocasiones, en sueños o bien despierto y aún sin proponérmelo, la mente me transporta a aquellos viajes o vivencias con mi adorado ferrocarril, tal y como voy a hacer ahora sumergiéndome en el tiempo.
¡Viajeros al tren!
Una dorada campana metálica avisaba a los rezagados viajeros de la salida. Poco después el convoy, tras partir de la estación, atravesaba el estrecho pasillo que separaba los jardines de Rosende y de la Argentina, hoy ya unificados, camino de la trinchera del foso de San Felipe después transformada en túnel, por encima del que discurre actualmente la avenida de San Juan de Dios.
Desde lo alto del puente que allí existía, los transeúntes detenían su marcha para contemplar el paso del tren bajo sus pies, alertados de su presencia por la inmensa nube de humo y vapor de las locomotoras, que terminaban dejando sin visibilidad el lugar por unos segundos.
Salvado ese primer túnel, el Chorrillo y tras el segundo, ambos hoy en pie, la primera estación, el apeadero de Miramar. Rodeado de edificios que configuran una nueva barriada y del polideportivo ‘Diaz Flor’, el inmueble goza del nivel 2 de protección según el PGU de 1992 y durante bastantes años albergó a ‘Los Pulpos’, de inolvidable recuerdo hasta su cierre.
En marcha otra vez. Un nuevo túnel y el valle del Tarajal, con la playa de moda entonces a los ojos del viajero, y la travesía del primer puente importante, inmortalizado por Bertuchi en uno de sus cuadros sobre el ferrocarril, sorteando el fronterizo arroyo de las Bombas con toda su majestuosidad contemplado desde abajo.
Dos túneles más y a pocos metros más de la salida del segundo, el puente más largo de la línea, ya en Castillejos, sobre el río Fnideq, que servía de nexo entre la estación y la ladera marina del acuartelamiento de Condesa, para eludir así la pendiente que sigue la carretera, seriamente dañado por los temporales marinos que ha soportado en el tiempo. La última vez que lo vi, dejaba aún visible su excelente obra de fábrica de hormigón armado sobre sus recios pilares.
Un poco más atrás habíamos dejado la estación de Castillejos, a siete kilómetros de la ceutí, especialmente concurrida en sus tiempos, no digamos en época de baños. Tras el grave deterioro sufrido por abandono, fue restaurada y por ella han desfilado algunos servicios de la administración marroquí. Curiosamente, tras su última restauración, se rotuló como 'Sabalyates' y ante la reacción popular apareció de nuevo la nominación 'Castillejos' que actualmente mantiene.
Próxima estación Tetuán, final de trayecto
Camino de la terminal, a través de las tierras del valle del Martil, con un último túnel a la entrada de Tetuán, llegábamos a la estación tetuaní, la más grande de todas, con sus tres cuerpos en la que se ubicaban las oficinas y la dirección de la línea. Diseñada como las demás por el ingeniero Julio Rodríguez Rada, es bastante gemela a la nuestra, con la ventaja de no haber perdido ninguno de dichos cuerpos laterales.
Situada en la actualidad en el centro de la capital, se salvó de las obras de transformación del lugar, conservando todavía, incluso, su vieja torreta-aljibe para la locomotora, al otro lado de la avenida que atraviesa lo que fueron sus terrenos.
Con sus andenes abiertos como la de Ceuta, estos se cerraron para posibilitar como el resto del edificio el mayor número de viviendas posible. Posteriormente y tras ser restaurada por iniciativa de la Junta de Andalucía, curiosamente ignorando a la nuestra, se instaló en ella un centro de Formación Formación Profesional. Una cuidada remodelación posterior permitió ubicar en ella en 2013 el magnífico Centro de Arte Moderno, todo un lujo para la bella capital marroquí.
Aquellos paisajes paradisiacos perdidos
La línea se internaba después por un precioso paisaje casi virgen de playas de ensueño que conducía al apeadero de Riffien. Construido al pie del que fuera el majestuoso conjunto de edificaciones que albergó a La Legión, la estación, aún con visible deterioro, permanece en pie. Hace muchísimos años que dejó ser nada comparable a su edificación original. Desde que desapareció la línea se convirtió en vivienda..
Modernas urbanizaciones y grandes complejos turísticos han ido borrando todo vestigio del camino que seguía la vía. Incluso aquellos puentecillos que salvaban el terreno pantanoso que advertían que por allí debió discurrir un ferrocarril.
Kilómetro 13. Estación del Negro con sus mosaicos verdes y sus puertas de herradura como las demás y el añadido encanto de los nidos de las cigüeñas asentados en lo alto de sus torres almenadas. Desde un principio edificio fue convertido en vivienda, lo que ha permitido que permanezca en pie, libre del abandono.
El trazado buscaba después las estribaciones montañosas de cabo Negro y Rincón del Mdiq en un paisaje devorado desde hace muchísimos años por todo tipo de urbanizaciones turísticas, de las que el trazado se desviaría hoy a la derecha, hacia la que fuera la estación de Rincón. Es la única que desapareció al decidir las autoridades marroquíes su derribo en 1991. Solo quedaron en pie las cuatro palmeras que engalanaban su entorno y el armazón de un viejo aljibe en el que saciaban su sed las locomotoras. Situada en el punto kilométrico 24, era el punto de cruce de las expediciones ferroviarias entre Ceuta y Tetuán. Actualmente todo ese entorno está edificado.
Rebasado el pueblo se alcanzaba el desfiladero que conducía al túnel que por debajo de la carretera desembocaba en el precioso valle del Lila, hacia Malalién, en los llanos de su nombre, a 33 km. del punto de partida. En la actualidad dicho túnel se ha habilitado como carretera. En cuanto a lo que fue en su día la estación, una vez restaurada en su día por sus propietarios sufrió una transformación radical con dos cuerpos añadidos a ambos lados, aunque respetando su estilo y con la decoración de una gran lámpara de Aladino que venía a dar su nombre al restaurant que se ubicó en ella. Con sus posteriores transformaciones, me dicen, el edificio en nada se parece hoy a los de sus hermanas.