A uno de los miradores más interesantes del mundo se lo comen las ratas. De nuevo el Ayuntamiento remueve las tierras que ya removió en su día, tapará el vertedero que ya selló en su día, volverá a plantar árboles que ya plantó en su día, empedrará la plaza circular que ya empredró en su día, trazará los caminos del recinto que ya trazó en su día, volverán las fuentes que en su día fueron instaladas, las papeleras, los guardas del parque, la limpieza, los magníficos alrededores que un día contemplaron la espuma blanca que trae el oleaje
Otra vez , como siempre, otros miles de euros tirados, otros ladrones que han quedado inmunes frotándose las manos porque lo que hicieron fue un despropósito: materiales, vegetación, mala planificación y un llenarse los bolsillos sin responsabilidad alguna.
Ahora a empezar de nuevo y a gastar de nuevo el dinero de la ciudad y, con muchas posibilidades, tampoco será la última vez porque en Ceuta, en el parque de Santa Catalina, las ratas han tomado el poder, son las dueñas, pasean a nuestro lado reivindicando que aquello les pertenece.
Y así muere uno de los mejores miradores del mundo, un lugar para pensar, para volar con las gaviotas, para perderse en los mares mientras lo oteamos hasta Gibraltar
Las posibilidades del parque se quedaron en el cajón de las mentes brillantes del Ayuntamiento y en los correspondientes asesores de los despachos: arquitectos, técnicos en el sellado de vertederos, expertos en el tipo de vegetación que necesita ese lugar por su ubicación, encargados de la limpieza... Todo es lapidar las arcas públicas como es el pan nuestro de cada día en tantos lugares de esta Ceuta en la que los roedores dan la voz de alarma.
No pensaron en los deportistas, no respetaron las necrópolis de los hindúes y de los cristianos, ni tuvieron en cuenta las playas, las pequeñas calas, el cementerio de perros que anuncia la llegada a los lugares sagrados en el que los dioses contaron historias.
Las ratas son ahora la memoria, la banalidad del mal que nos recuerdan la gente que vive frotándose las manos por la miseria, las otras ratas que no se esconderán y que harán gala de una peste negra a la que nos hemos acostumbrado.
Volverá el parque y las ratas se irán de vacaciones.
Hace unos años me refugié allí para mitigar una tristeza infinita, una angustia que me invitaba a fundirme con las aguas embravecidas y calmadas. Ya hace mucho tiempo que no visito el parque, sé de él cuando pregunto, cuando alguien lo recorre buscando la paz del silencio roto por los huracanes que soplan en los confines de Ceuta.
Tendré que volver otra vez, tendré que agradecer todos los abrazos que recibí de ese parque del que tanto escribí.
Tendremos que dar las gracias a las ratas para recuperar nuestro paraíso.