Lo callaron durante un año, quisieron aparentar una vida normalizada ocultando el crimen planificado y ejecutado en el monte de Ceuta. Mintieron a la Policía y mintieron a la familia de Mohamed Alí. Hicieron todo eso hasta que los agentes de la Udyco, hace hoy prácticamente un mes, les pusieron las esposas, les leyeron sus derechos y los trasladaron a la Jefatura Superior dando paz a una familia que llevaba más de 365 días esperando que la verdad saliera a la luz.
Los tres detenidos por este asesinato siguen privados de libertad. Pero para llegar a este punto y final la Udyco tuvo que verificar los nuevos datos que iban conociendo y que daban un vuelco a lo que se presumía una desaparición pero terminó escondiendo el crimen más horrible.
El Faro ha tenido acceso al relato cronológico completo y detallado de esa investigación policial. Un relato que viene a resolver la cuadratura del círculo: lo que provocó que la Policía reactivara una investigación preñada de sospechas que no podía avanzar más hasta que lo logró.
Cuando Asma denunció la desaparición de su hijo, Soraya N., Ahmed A. y Enrique L. negaron en la Jefatura Superior haberse citado con Mohamed Alí. De aquellas declaraciones sí que los agentes constataron que por parte del presuntor autor material del crimen, Ahmed, existía una clara animadversión al hacerles partícipes de que Mohamed tenía unos vídeos comprometidos suyos y de otras personas guardados en su teléfono lo que le había generado conflictos.
Los tres implicados habían conveniado ofrecer esa misma y falsa declaración en sede policial, centrándose básicamente en que Mohamed nunca había acudido a la quedada y en que podía tener varios enemigos con ánimo de hacerle daño.
El joven se había marchado de casa sin dinero, sin tarjetas y documentos. Desde su desaparición no había usado su teléfono móvil ni publicado contenidos en redes sociales, algo que chocaba con su tradicional actividad. Eran datos que a la Policía le hicieron sospechar que algo extraño había sucedido pero resultaba imposible avanzar ante la inexistencia de nuevos datos que rompieran ese bloque de negaciones que habían construido sus supuestos amigos para salir airosos, de momento, de cualquier implicación criminal.
Era enero de 2022 y policialmente se hablaba de desaparición. El 7 de febrero de ese año el joven cumplía la mayoría de edad, un dato relevante a nivel policial porque verificaba que, de haberse marchado voluntariamente de Ceuta, ya con 18 años no tenía obstáculo alguno para ponerse en contacto con sus familiares. Tenía además muy buena relación con sus hermanos, no constaba su salida en barco ni helicóptero y la frontera con Marruecos seguía cerrada por la pandemia.
Todo círculo termina abriéndose en algún momento dejando un resquicio para buscar la verdad. El tiempo en este caso fue en contra de esa mala conciencia mantenida durante meses en torno a un crimen salvaje.
En verano de ese año todo iba a cambiar para la Policía en torno a una investigación dormida pero no cerrada. La única mujer arrestada por estos hechos organizó una fiesta el sábado 20 de agosto en una sala del Poblado Marinero. Entre los invitados, un amigo del grupo que había permanecido todo este tiempo en la Península y por tanto nada sabía de lo ocurrido en esos 7 meses.
En un encuentro fuera del local de fiesta, Soraya se derrumbó y le confesó lo ocurrido, narrando con detalle que habían matado a Mohamed Alí. Esa combinación entre la necesidad de contar lo mantenido en silencio y el temor a ser detenido por la Policía hizo que le llevara a pedir a este joven que guardara silencio, mostrándole su temor a que la Policía estuviera sospechando.
Otro menor que tenía contacto con el grupo también fue conocedor de lo que había sucedido. Ambos declararon en la Jefatura Superior lo ocurrido aunque evidenciando en alguno de los casos el temor a que les pudiera suceder algo por dar este paso, pensando incluso, y así se lo hicieron ver a los agentes, que podían sufrir una acción criminal como la de Mohamed Alí.
La desaparición del joven daba entonces un vuelco clave así como fuerza a los agentes para confirmar con más datos que esas manifestaciones eran verídicas, buscando fundamentar una investigación que pudiera derivar en los arrestos de quienes decían ser amigos del desaparecido pero en el fondo eran quienes les habían tendido una emboscada.
La Udyco había entrevistado a testigos de referencia de los hechos pero necesitaba los datos objetivos para rehacer las posibles rutas de lo que pudo suceder aquel 13 de enero.
El Juzgado autorizó la petición para conocer el posicionamiento de los teléfonos de los sospechosos el día del crimen y saber además el tráfico de datos completo de los terminales telefónicos usados esa tarde. Se autorizó también la petición de datos de registro, del histórico de conexiones así como de la eliminación de contenidos y publicaciones en perfiles de instagram de los tres sospechosos y del propio Mohamed Alí.
Entre septiembre y noviembre se avanza en la comprobación de unos datos objetivos que llevan a la confirmación de que algo ocurrió esa tarde destapando las mentiras que habían sido declaradas en Jefatura por los detenidos.
La Udyco recoge hasta tres testimonios que verifican la teoría del crimen pero son datos de referencia que deben ser fundamentados en otros directos y objetivos que se logran con las confirmaciones de ese rastro que siempre deja uno en su vida y que en este caso se recogió en el empleo de las tecnologías.
Los testigos habían trasladado a la Policía datos concretos sobre lo que pasó ese 13 de enero a tenor de lo confesado por Soraya, datos que era imposible que fueran coincidentes e inventados por los detalles comunes y las zonas narradas. Los posicionamientos de las antenas ayudaron a corroborar lo acontecido y trastocar el rumbo investigador que había comenzado como una desaparición pero estaba terminando como la narración de un crimen violento.
El examen del movimiento de los teléfonos móviles de todos, investigados como autores y víctima, confirma que ese día estuvieron juntos lo que desacredita con un dato objetivo que habían mentido meses atrás en dependencias policiales al indicar que Mohamed Alí nunca se presentó a la quedada.
La Udyco ya tenía un dato objetivo al que aferrarse en la necesidad de seguir un camino que culminaría a finales de enero con la detención de los tres sospechosos, su confesión en dos de los casos y el hallazgo en García Aldave de restos y ropa que están siendo analizados y que, en el caso de esta última, coincide con la que llevaba el joven cuando desapareció.
El informe de los teléfonos es detallado y recoge las conexiones de los móviles así como los lugares de paso, convirtiendo en imposible la marcha de Mohamed Alí fuera de Ceuta.
La Udyco no deja cabo suelto, llega a comprobar hasta la más mínima posibilidad de una fuga. El teléfono móvil de Mohamed está encendido toda la tarde de los hechos pero hay intervalos en los que no se conecta: de 17.02 horas a 18.16 se confirma que sale de casa y se dirige a Otero; de 18.16 a 19.17 horas y de 20.24 a 21.45 arroja conexiones que lo ubican en distintos puntos de Ceuta salvo la última que lo sitúa en Estepona.
La Udyco comprueba los horarios de los barcos y del helicóptero confirmando que es imposible que Mohamed pudiera haber llegado a este punto peninsular. Esa ubicación fue un error arrojado en el momento de la destrucción del teléfono.
Los cuatro móviles sitúan a sus portadores en los mismos lugares: el monte de la Tortuga y el entorno de García Aldave y previamente en el Polígono Virgen de África, en donde los detenidos dijeron que Mohamed Alí nunca había acudido. Los cambios de escenario se hicieron en vehículo por el tiempo debido al espacio temporal entre unos y otros.
Durante el trayecto con la víctima, los detenidos apagaron sus teléfonos para intentar no dejar rastro de sus movimientos, pero no así el de Mohamed Alí porque su objetivo era sacar de allí las fotos comprometidas de Ahmed. Pusieron como excusa para que no lo apagara que querían escuchar música pero su propósito era acceder a él y por eso necesitaban tenerlo operativo. Antes de terminar con su vida le obligaron a desbloquear el teléfono para borrar los contenidos y conversaciones, después lo rompieron y quemaron en la zona de la Potabilizadora de ahí el error de ubicación, sospecha la Policía, en Estepona.
“Aquí se acaba todo, no ha pasado nada”, dicen los detenidos confesos que comentó Ahmed. Ese celular nunca ha sido encontrado. La Policía dio con el vehículo usado para el traslado y comprueba que tras el crimen acudieron a una gasolinera para lavarlo, echando además lejía en el interior. Portaban también un bate de béisbol, el arma del crimen, que fue limpiado hasta el extremo en la misma gasolinera pero respetando siempre un detalle: Ahmed evitó en todo momento que fuera grabado por las cámaras.
Con los datos presentados por la Policía, el juzgado lo tuvo claro y el 30 de enero firmaba los autos de detención de los tres sospechosos. Tras las confesiones de dos de ellos la Policía pudo recuperar el bate que ambos han reconocido como el empleado.
La mentira mantenida durante casi un año hizo mella en dos de los detenidos, Soraya y Enrique. Ella confiesa que no puede llevar una vida normal, que siempre estaba alerta porque temía que el karma se le volviera en contra. Al principio hicieron fiestas, quedaron para participar en las batidas de búsqueda del joven pero después comenzaron los miedos a ser descubiertos, a que la Policía los detuviera, rechazando incluso usar sus teléfonos. Enrique llegó a pensar que los alimentos que comía junto a Ahmed podían estar envenenados.
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