Memoria de Isabel y otros poemas
Ramón Murciano (Liminar de Jorge de Arco)
Inca (Mallorca), 2024, Editorial Metamorfosis
Como acertadamente recuerda Jorge de Arco en el Liminar a esta obra, no tiene sentido establecer un tope de edad para adentrarse por los caminos de la creación literaria: a modo de ejemplo, aduce el caso de numerosos escritores que lo han hecho en su madurez o, incluso, ya en la senectud. Prueba de ello es Memoria de Isabel y otros poemas, el primer poemario de Ramón Murciano (Arcos de la Frontera -Cádiz-, 1934). No; no hay error en la fecha de nacimiento: a sus noventa años, Ramón Murciano emprende una aventura poética, aunque la poesía -la literatura, en general- ha formado parte de su trayectoria vital desde su infancia. Vivió muy de cerca la creación del grupo y de la revista Alcaraván (que dirigían sus dos hermanos mayores) y, aunque ocasionalmente publicó alguna composición en esta y en otras revistas, se mantuvo a una prudente distancia del quehacer poético. Más adelante probó otros derroteros creativos: en 2010 publicó en inglés una extensa novela, Tycon, que él mismo tradujo al español con el título de Magnate.
Vuelve el escritor arcense al cultivo de la poesía a raíz de una dolorosa experiencia: el fallecimiento de su esposa Isabel en 2022. El libro consta de veintiocho composiciones distribuidas en tres apartados: en el primero (el más amplio), titulado “Memoria de Isabel”, evoca la vida en común con la esposa (desde el primer encuentro hasta el último adiós), rememorando esos años felices compartidos –“Tú me trajiste el aire limpio y sano / que sigo respirando. […]”- y acentuando la desolación que le ha causado su marcha –“Porque yo sin tu aire no respiro / y no puedo vivir sin tu presencia”. Desolación que se troca en “Soledades” (segundo apartado) porque ahora la soledad se ha convertido, paradójicamente, en su acompañante más fiel: “Soledad es mi buena compañera, / una amiga veraz y dialogante”. Un último apartado, “De otros poemas”, recoge composiciones de diversa índole: en ellas están presentes familiares, amigos… aunque sin abandonar el tono meditativo, y formulando las eternas preguntas a Dios: “Dímelo Tú, Señor, ¿Qué hay tras la muerte? / Tú que lo sabes, dime ¿A dónde vamos?...”
Al leer estos versos nos vienen a la mente numerosos poemas que, a lo largo de la historia de la poesía, han aflorado desde la pérdida de la persona amada: también en la publicación que nos ocupa los sentimientos de desolación, desconsuelo, tristeza y soledad se hacen carne de poema, toman forma de lamento, meditación u oración. Sentimientos que, aunque nacidos de un profundo dolor, en ningún caso tiñen sus composiciones de expresiones lacrimógenas: ciertamente en estos versos adivinamos un sufrimiento hondo e intenso, pero siempre asentados en palabras precisas, en imágenes sugerentes, en las que tiene su sitio la esperanza de un mañana eterno que volverá a reunirlos. La amplia y densa formación literaria de Ramón Murciano se muestra también en el sabio manejo de las formas clásicas, sobre todo en el empleo del soneto.
A mi juicio, cobra especial relieve el término “memoria”, que encabeza el título de la obra. La memoria es el único recurso que tiene el ser humano de vencer el paso del tiempo, de recuperar lo que la muerte le arrebató. Y cuando la memoria es el cimiento del poema, volvemos a revivir lo que físicamente ya no existe; insuflamos vida a quien se nos fue.
Inevitable el recuerdo a Garcilaso (uno de los grandes poetas del canto al amor truncado por la muerte) y en concreto, al lamento de Nemoroso -Égloga I- por la pérdida de su “divina Elisa”: “No me podrán quitar el dolorido / sentir si ya del todo / primero no me quitan el sentido”. Un “dolorido sentir” que Ramón Murciano transforma en soporte de sus versos que, a su vez -gracias al poder de la memoria- dan vida, ya por siempre, a la amada ausente.