“Mi padre me dijo: Hay un golpe de estado”. Aquel 23 de febrero, Ricardo Lacasa tenía 34 años y venía de sus viajes habituales a Marruecos. De inmediato, se puso en marcha hacia la que fue, durante el resto de la jornada, su guarida. Aunque confiesa a El Faro de Ceuta que aquel lunes fue un día de “normalidad absoluta”, recuerda la imagen a la entrada de Radio Madrid: allí estaba “vigilando” una pareja de agentes de la, por aquel entonces, Policía Armada (actualmente Policía Nacional) a las puertas del edificio. La Guardia Civil, por su parte, estuvo controlando la estación de salida en el Monte Hacho. Así como la Policía Nacional estaba abajo, en los estudios, la Guardia Civil estaba en el repetidor de salida.
“El DNI”, le preguntaron. “Tuve que ir a por mi documento porque no se fiaban de mí”, recuerda Lacasa quien, a excepción de una medida que se tomó para salvaguardar la seguridad de la única emisora en aquellos años en Ceuta, rememora ese 23F como “muy tranquilo”. Menos para el director de Radio Ceuta, “pendiente a todas horas del teléfono”. No era para menos. En Madrid, el teniente coronel Tejero había ocupado el Congreso de los Diputados. Su intención era acabar con la joven democracia, que todavía gateaba a sus cuatro años.
“Preguntaron desde la Península cómo estaba la cosa en Ceuta”, confiesa Lacasa, que continúa: “Había mucha curiosidad de fuera para saber cómo se vivía la situación en Ceuta. Una plaza militar, que era de muchísima mayor dimensión que ahora”. La pregunta que querían saber era cómo respiraba el estamento militar. Pero, cuenta, de “puertas para adentro” de la Comandancia General de Ceuta no se sabía qué se podía estar cociendo.
En la radio, todos no podían hacer otra cosa que esperar y estar atentos a cualquier orden o nueva noticia desde la capital. Las emisiones, desde el momento en que se confirmó la entrada de los guardias civiles en el Congreso, estuvieron “permanentemente conectadas con la central hasta que definitivamente acabó el golpe”.
Llamaban agencias de noticias, otras emisoras, periódicos nacionales… el teléfono “no paraba de sonar “preguntando qué estaba sucediendo en Ceuta. Y en Ceuta no estaba sucediendo nada”.
Desde fuera y desde dentro, también despertaba la curiosidad de los ceutíes el conocer qué podía saber un periodista. “Oye, ¿qué sabéis?, nos preguntaban”, recuerda. Fueron horas de cigarros, de bocadillos, de cafés, de esperar. “Estábamos acuartelados voluntariamente” por si pasaba algo.
La decisión de otras personas, con el recuerdo fresco de la Guerra Civil, fue cruzar la frontera del Tarajal. Lacasa vivía cerca de ella. “Pude ver cómo la gente se marchaba para Marruecos. Que salía por precaución. Algunos políticos, dos de ellos, muy amigos míos”, confiesa.
Mientras, en la radio, Lacasa recuerda cómo se fue trabando cierta confianza con los agentes que custodiaban el edificio. “Estábamos oyendo música, charlando, compartiendo la merienda. Preguntaban por la discoteca, les pinchamos alguna canción, hablamos de fútbol” mientras esperaban a que el golpe fracasase.
“Pero lo que son las cosas de la vida. Aquellos policías que estuvieron día y noche establecieron una amistad que no se ha perdido con el tiempo y nos reímos de aquellos días”, admite.
Meses después, Lacasa consiguió hacerle una entrevista al diputado por Ceuta de la UCD, Francisco Olivencia Ruiz. Con los hechos aún recientes (“ponía los pelos de punta”, describe) Olivencia contó cómo se vivieron aquellas horas en el interior del Congreso: “No tuve miedo a la actuación de la Guardia Civil. Ellos decían que no querían que hubiera sangre, pero que como fueran a por ellos, aquello iba a ser un campo de batalla. Fue algo que no olvidaré en mi vida, especialmente el momento trágico de los tiros, porque no sabíamos hacia dónde iban dirigidos”.
Aquella Ceuta del 81, “próspera”, en opinión de Lacasa, con el Puerto “en plena pujanza, la riqueza del comercio del bazar, una frontera muy fluida”, nada tiene que ver, cree, con la actual. “No hay conexiones, similitudes en ningún aspecto”, considera.
Confiesa que, durante ese lunes que supuso la madurez de la democracia de golpe, se mantuvo “optimista”. Rodeado de un entorno tranquilo, excepto, dice, “con cosas como lo de Tejero con los tiros al aire”. Los únicos momentos de “inquietud”, concluye Lacasa, fueron al ver la televisión.
El momento en que Paco Sánchez miró las televisiones de la tienda que regentaba no acababa de entender qué estaba ocurriendo ante sus ojos. “La información era confusa. A mitad de la tarde del 23F, empezaron a llegar noticias de algunas personas que te decían: “¡Oye! ¿Has escuchado lo que ha pasado en el Congreso?”, recuerda.
Eran, describe, “momentos de estar pegados a la radio, a la televisión”. Menciona a la figura de Iñaki Gabilondo, referente para saber cómo se estaban desarrollando los acontecimientos de ese lunes.
En el caso de este escritor e historiador de Ceuta, contemplar cómo Tejero se hacía con el control del Congreso de los Diputados fue un mazazo. “Tenía miedo, porque había empezado a hacer bastantes trabajos sobre Miguel Hernández, sobre Federico García Lorca. Mi ideario político estaba bastante claro. Podía estar señalado por ello. Que estuviera en una lista, como pasó en el 36”, narra a El Faro.
Aun así, Sánchez confiesa que, en los primeros momentos, aún no sabía quién era el artífice detrás de la toma del Congreso. “La ETA estaba matando a gente y había un clima en el que la gente estaba de acuerdo en que se acabara con el tema de la ETA”.
Cuando se supo que el golpista era el teniente coronel, habló con su mujer. “Recuerdo que se acordó de la familia de Tejero”, comenta con humor. Su fuente de referencia era Radio Ceuta, desde donde seguía a Gabilondo y, también, donde pudo escuchar el discurso que ofreció el rey Juan Carlos I y que marcó el principio del fin de la intentona de Tejero.
La “fuga” de algunos políticos hacia Marruecos también tocó de cerca a Sánchez. “En esa época había bastantes españoles aún por Tetuán. Algunos políticos se llevaron las fichas de afiliados a una localidad de Marruecos. Ahí estuvieron unos cuantos días hasta que volvieron a regresarlas”. Los mismos a los que se refiere Lacasa. El país vecino, en palabras de Sánchez, vivía con “bastante interés” los acontecimientos en España.
En Valencia, los tanques bajo el mando de Milans del Bosch se apoderaban de las calles. Como historiador, Sánchez recuerda que, debido a los continuos atentados de la banda terrorista, “se escuchaba el sable en muchos cuarteles”. No obstante, en Ceuta el estamento militar se puso del lado del rey. “Del lado de la democracia”.
Aquella noche, en la que se supo que fracasaba el golpe de estado, fue a través de la voz de Gabilondo. “Cuando se comunicó que el golpe no tenía ningún seguimiento”. En la televisión se mostraban las imágenes de algunos diputados saliendo, también los guardias civiles empezaron a entregar las armas.
“Al día siguiente continuamos atentos a los medios de comunicación”. Los periódicos, tantos las “ediciones de El País como de El Faro, se agotaron en los kioscos, recuerda. “Como aquello estaba más o menos calmado, confiábamos en que el golpe militar fracasase y el blanco y negro no volviese”.
Meses después de aquel tenso lunes, Sánchez, que en el 81 era también presidente de la Agrupación Fotográfica de Ceuta, recuerda con especial cariño la entrevista que consiguió hacerle a Manuel Pérez Barriopedro, fotógrafo del instante en el que Tejero efectuó los disparos al techo.
“Le mandé una serie de preguntas, y a los pocos días recibí las respuestas, donde me contaba cómo había podido sacar las fotografías, que lo hizo en la ropa interior suya. Él hizo unas cuantas fotografías, sacó el carrete viejo, puso uno nuevo, requisaron las cámaras y pudo sacar el carrete viejo entre sus calcetines”.
Una democracia recién nacida que se reafirmó, como rememora Sánchez, con una “gran manifestación” reivindicándola.
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