Gatos negros, gatos blancos, gatos atigrados, gatos sin ojos, gatas preñadas mil veces, gatos atropellados, abandonados, muertos de hambre, enfermos. Algunos son devorados por las ratas y otros son envenenados por manos anónimas e impunes a cualquier masacre felina.
La nueva ley de protección animal deja escaldados a los felinos.
Los gatos no ladran, son apátridas, campan por la ciudad paseando sus ojos dilatados y sus cuerpos encogidos por el miedo. El maullido no es un ladrido reivindicativo que hace movilizar a animalistas de todo tipo. Esconden su personalidad en silencio, los perros la despliegan cada vez que hay ocasión para ello.
El gato vive donde menos te lo esperes: tejados, árboles, solares, nichos de cementerio, edificios en ruinas o en rocas salpicadas por las olas del levante y el poniente.
Y sin control, sin seguimiento.
Se alimentan en contenedores de basura, comparten alimentos con ratas y gaviotas que aprovechan lo que algunos vecinos añaden a sus comederos con la amenaza de ser criticados en el barrio.
No dan abasto en las colonias que campan sin orden ni concierto por toda la ciudad. La protectora no garantiza su protección, el Ayuntamiento se hace el sordo con los presupuestos destinados a las reivindicaciones felinas. Se lava las manos, no quiere saber nada, pone pegas a un señor que entrega su vida a este asunto, su nombre es Edu; se ha convertido en un dolor de cabeza para la Consejería correspondiente.
Edu reclama una coordinación, una centralización que organice adecuadamente el tema, veterinarios que ofrezcan servicios subvencionados, medicamentos específicos, comida en condiciones.
Ceuta podría publicitar al resto del país y al mundo al gato como una especie protegida que representa la idiosincrasia de esta tierra perdida y desconocida para tantos compatriotas.
Somos 85.000 personas las que abanderamos Septem Nostra. Imaginar 85.000 gatos, 85.000 almas que cuidan y enseñan emociones y un cariño distinto a los perros. Los gatos son ateos, los perros tienen a sus dioses.