Quién entra y quién sale No deja de ser pintoresco que en pleno siglo XXI todavía nos estén hablando de frontera inteligente. No deja de ser llamativo que ahora, año 2018, nos digan que se va a actuar en la frontera para saber perfectamente “quién entra y quién sale”. Se antoja preocupante que nos digan que, así, “quedará clarificado quién vive en Marruecos y quién en Ceuta”. Lo es, no porque nosotros no supiéramos ya del cachondeo del paso fronterizo, sino porque institucionalmente se siga hablando, y por tanto reconociendo, unas lagunas mantenidas años y años de las que dependen muchos de los graves problemas que soporta Ceuta. Eso sí, de estos nadie quiere hacerse responsable. Es más, evitan aludir a los orígenes de muchos de los asuntos a los que se buscan, ahora, soluciones urgentes: menores, drogas, radicalismo... La frontera del Tarajal siempre ha sido un colador inmenso, marcado por tantos agujeros como los que han sido capaces de colocar las distintas administraciones. El reto de saber “quién entra y quién sale” suena a chiste. Quién entra y quién sale cuándo, cabría preguntarse. ¿Por las mañanas?, ¿cuándo un puñado de agentes deben controlar una masa de personas que buscan pasar puntuales a sus puntos laborales sin papeles ni contrato? ¿Por las noches?, ¿cuándo se producen avalanchas que intentan ser contenidas y salen vehículos que ni siquiera son registrados? Quién entra y quién sale... por una frontera que no lo es, por un paso en el que se mezcla todo, sometido a criterios tan externos que en demasiadas ocasiones quien hace que funcione o no, no es precisamente España ni sus mandamases. El poder está al otro lado. Asistimos, con sonrojo, al reconocimiento en torno a una Frontera Sur que más parece el homenaje a unas trincheras en las que se perdió demasiado.