Los que peinamos algo más que canas sabemos que cuando éramos niños teníamos la sana costumbre de atender y ayudar a los mayores cuando lo necesitaban. Cosas sencillas como cogerle la bolsa de la compra y acercársela a casa o hacerles mil recados cuando te lo pedían. Los niños jugábamos en la calle y conocíamos a los mayores y vecinos por su nombre. Era normal que una vecina te diera una voz para enviarte a hacer una pequeña compra o recado. Juanito llégate y tráeme una caja de cerillas. Juanito, Pepito o Antoñito iban sin rechistar, porque estábamos educados para ello y, en caso de no hacerlo, tu padre te daba un buen coscorrón. Eran otros tiempos donde una vecina podía reprender a un menor con toda normalidad. Había barrios y no edificios llenos de personas.
El coronavirus ha sacado a pasear las carencias afectivas y humanas de una sociedad más preocupada en lo material que en las relaciones humanas. La foto de dos militares portando la compra de una anciana que camina hacia su domicilio se ha convertido en viral en las redes. Ayudar -seas o no militar- a una anciana en acercar la compra a su domicilio es una noticia viral y, precisamente, que sea una noticia nos debía hacer recapacitar sobre en lo que nos estamos convirtiendo, a dónde nos lleva esta nueva sociedad que estamos creando entre todos. Nadie espera que un vecino o un niño te ayude a llevar la compra. Nadie espera nada del vecino.
Nos sorprende y hacemos viral un gesto que debía ser habitual y no hacemos virales comportamientos putrefactos de comerciantes que quieren sacar provecho de la terrible crisis sanitaria, económica y humana que azota al mundo. Ha pasado con la venta de alcohol al doble de su precio habitual, con las subidas de productos de primera necesidad o con las operaciones de fondos de inversión apostando para que las empresas se arruinen para sacar provecho de estas operaciones. Esto no se ha hecho viral. La golfería ya no nos sorprende.
Pero hablando de gente dispuesta a sacar provecho del coronavirus y que opta a llevarse el primer premio a la poca vergüenza, está el señor Luis Bárcenas, condenado a treinta y tres años de prisión y al pago de millones de euros por apropiarse y, por supuesto, no devolver “un duro”, un solo euro. Este trajeado y engominado señor ha solicitado a la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional su inmediata puesta en libertad, porque su permanencia en la cárcel aumenta su riesgo de contraer el virus, además de poner en riesgo su salud al ser hipertenso y tener alergias. El principal argumento para solicitar la puesta en libertad es que la actual situación de alarma ha hecho desaparecer los riegos de fuga, porque al haber menos movimiento de ciudadanos es más fácil detectar cualquier intento de fuga. Solo nos queda esperar que los jueces no tengan en consideración este inaceptable argumento, porque en esa situación están todos los presos del país, pero con menos dinero para poder desaparecer, más que de fugarse, porque con ese capital puedes hasta desaparecer sin necesidad de ser un gran mago.
No solo don Luis intenta aprovecharse del coronavirus y de los resquicios para saltarse las leyes. Los tenemos de todo tipo, desde los que han sido sorprendidos con el perrito a kilómetros de su casa, hasta perros exhaustos porque lo sacan todos los miembros de la familia varias veces al día. Hay quien no tiene perro y agarran una barra de pan y la sacan a pasear hasta tres horas. Unos buenos ejemplares que han sido sancionados y debemos poner en cuarentena.
Pongámoslo en cuarentena.