Los últimos años en el panorama político, nacional y local, han puesto de manifiesto la extensión de la corrupción a diferentes escalas. La telaraña que han ido tejiendo muchos para afianzarse en el poder ha intentado comprar, a golpe de euros y favores, conciencias, silencios y complicidades dando por hecho que todo y todos tienen precio material y pisoteando vilmente el interés general.
Un interés general social que ha quedado relegadísimo para quienes nos gobiernan y sus cómplices.
Ante tal extensión de la putrefacción política, era de esperar el creciente desapego social de una población que no se identifica con quienes ponen precio, manipulan y tergiversan la realidad dando la espalda a aquellos para los que gobiernan.
Sin embargo, no podemos olvidar que, aunque imperfecta, la política es la herramienta básica para construir una sociedad próspera sin tantas necesidades básicas sin cobertura, sólo que, como las mejores tijeras, lo mismo pueden servir para diseñar un buen patrón que dará lugar a un buen traje, o utilizarse para cortar algo precioso en mil pedazos.
El resultado depende del uso y de la intención que se le de tanto a las tijeras como a la política en sí misma.
Intentar mejorar las condiciones de vida de la sociedad en la que vivimos no tiene precio. No debe venderse ni limitarse; es preferible tener la sensación de estar en un desierto buscando un oasis y tal vez, algún día encontrarlo, que aceptar beber de cualquier barreño contaminado que aunque de manera inmediata les de a quienes beben de él la sensación de saciedad, a la larga perjudicará su organismo. Tal vez por eso, a veces no cabe más que ponerse una máscara anti gas para evitar que los aires putrefactos entren en contacto con nuestros pulmones y empezar a ventilar los espacios políticos. Y esa ventilación es imprescindible ahora y especialmente de cara al futuro, al igual que es fundamental para transmitir que en esos lodos políticos, no todas las personas están enfangadas.