Hablar de purgas y caza de brujas en 2024 resulta indecente, pero se ha convertido en el pan nuestro de cada día en un ámbito político en el que la ideología y las siglas hace tiempo que quedaron aparcadas para dar espacio al cortijo, al grupo de amigos, al equipo en el todos deben tener la misma voz porque si no, te cortan el cuello.
Hay maneras de hacerlo. Te pueden largar directamente del puesto en el que te colocaron o recomendaron con cualquier excusa menos la verdadera. También te pueden mandar, como cuando éramos niños, al rincón de pensar, a esa esquina de la clase en donde incluso te ponían contra la pared si eras de los más díscolos para conseguir apartarte del resto.
Todo eso que parecía de otros tiempos sigue repitiéndose hoy en día. Te cortan el cuello por tener una opinión distinta y exigir explicaciones o te utilizan para el posado en una foto cuando, en el fondo, eres ya uno de los permanentes del rincón de pensar.
Lo eres porque no cuentan contigo para nada, ni te comentan de qué van las reuniones internas de envergadura en donde parecen tener más peso los ilustres abogados que los fichajes estrella de campaña.
Los resultados de lo que vemos, de esas maquinaciones, encuentros, enfrentamientos y repartos de parcelas de poder no son más que el ejemplo de lo que hemos querido que sea la política, un fiel reflejo de una sociedad que obvia los valores, la fidelidad o los principios.
Sí. Esos principios que terminan teniendo precio en el momento en el que la política de los partidos se ha convertido en una especie de plan de empleo contaminado en el que las listas de los elegidos se sortean como en el juego de la oca, tirando y tirando a ver si toca.
“Estos son mis principios y si no le gustan, tengo otros”. Vaya, va a ser que sí. Ceuta, 2024.