A través de mi apreciado amigo Ricardo Lacasa he tenido conocimiento del fallecimiento de Manolo Abad. Desde el 1 de octubre de 1989 hasta su cese en el cargo de Director Provincial del MEC en Ceuta acaecido en el año 1996, tuve el privilegio de trabajar con él y de mis recuerdos, que son muchos, extraigo algunos que ponen de manifiesto la calidad humana de Manuel Abad Gómez.
La bonhomía de Manolo pude comprobarla pronto cuando, recién llegado a Ceuta, enterado de que mi hijo fue sometido a una pequeña intervención quirúrgica retrasó su trabajo matinal para acompañarnos durante la operación citada. Como he podido comprobar a lo largo de mi vida profesional ese comportamiento no es muy frecuente.
Manolo era un hombre risueño y utilizaba su sonrisa fácil para desarmar a personas hoscas y malhumoradas. En el trato diario raramente elevaba el tono de voz y, en las innumerables reuniones a las que fui convocado, pude comprobar que en su pequeña mesa redonda todo el mundo podía expresarse con libertad.
Me llamó, así mismo, mucho la atención su resistencia ante el infatigable acoso de determinados personajillos que eran utilizados a modo de brulotes para asaltar la “fortaleza” de la Delegación de Educación donde, jamás he visto algo parecido, cualquier persona que tuviera algo que expresarle acudía a la sede de Rampa de Abastos y, en el acto, era recibido por Manolo Abad.
Su puerta del despacho estaba siempre abierta de modo que cualquier funcionario, con independencia de su cargo, accedía a Manolo que le atendía con toda su amabilidad, que no era fruto de una estrategia meditada, sino un rasgo de su carácter.
No quiero extenderme, Manolo me lo censuraría, pero quiero mencionar otros aspectos distintivos de su carácter tales como su ausencia de vanidad y su respeto a los profesionales que trabajábamos con él, a políticos adversarios y sindicalistas más o menos afines. En definitiva, a todos los que demandaban su atención.
Destaco, así mismo, su gran cultura. Nunca olvidaré su magnífico pregón de Semana Santa y, entre sus numerosas conferencias, recuerdo una celebrada en Ceuta en la que finalizó su exposición con una metáfora del cumplimiento del deber, valiéndose de la figura de un soldado que estando de guardia le sorprendió la nube de ceniza en Pompeya y permaneció impasible en su puesto. Yo si tuviera que simbolizar la presencia de Manolo Abad en la Delegación de Educación en Ceuta, emplearía una puerta abierta a todos y para todo, que sólo se cerraba cuando Manolo estaba fuera de la ciudad.
Finalizo manifestando a Teresa, su mujer, y a sus hijos mi más sincero pesar por el fallecimiento de Manuel Abad Gómez, al que se une mi familia al completo. Nunca le olvidaremos.