Estamos asistiendo a una oleada de muertes violentas enmarcadas en lo que se etiqueta como violencia de género y que el ‘buenismo social’ busca combatir con minutos de silencio que, a su fin, desembocan en situaciones grotescas. Y así lo escribo porque no será el primero de estos actos simbólicos en los que quienes posan muestran un semblante serio para, ya después de ese minuto ante los focos, comenzar con sus chistes, gracias y risotadas. No lo entiendo. Nunca entenderé la utilidad de unos actos que parecen haber sido gestados pensando en el hueco informativo que encontrarán.
Son asesinadas mujeres, son asesinados sus hijos, quedan muchas otras víctimas en el camino que lo pueden contar. Ante esto la Administración hace leyes que no sirven, idea sistemas que no dan las garantías de protección absolutas, organiza una forma de atender una situación que hace aguas, que deja grietas en el camino y precisamente por esas grietas quienes pierden son las víctimas.
Hoy les contamos la historia de una mujer que a punto estuvo de morir a manos de su pareja. Que hoy se mantenga en pie ha sido un milagro. Dispone de un dispositivo que le avisa si su agresor, ahora en libertad y ‘desterrado’ en la península, puede estar próximo a ella, puede acercársele de nuevo. El hombre tiene a su vez una especie de GPS que debería hacer saltar todas las alertas de acercarse a su víctima. Ustedes creerán que no puede haber fallos, que en teoría esa protección esta garantizada. Si les cuentan ahora que hasta en dos ocasiones han saltado las alertas, que hasta en dos ocasiones desde que al detenido se le puso en libertad ha habido un franja horaria en la que no se le ha podido controlar, que hasta en dos ocasiones el dispositivo de la víctima ha girado una alarma en plena madrugada...
Entonces la cosa cambia. Si la explicación que se da es un problema de cobertura parece que nos estuvieran contando un chiste de los malos. Así no vamos a ninguna parte, así no damos garantías a las víctimas de esta lacra, así parece que el sistema funciona de cara a la galería, difundiendo muchas cifras, muchos datos, planes e inversiones para tener su hueco en los medios de comunicación... pero en el fondo esa cadena sigue rompiéndose por el eslabón más débil que es el de la víctima. No podemos permitir ni un fallo, ni una línea débil, ni un camino mal trazado. Hacerlo es poner en entredicho todo lo que se ha trabajado.