Opinión

Mi primer viaje a Ceuta y la Memoria de Ingenieros

Como a veces he referido, con sólo 16 años ingresé voluntario el año 1958 en el Arma de Ingenieros, Grupo de Transmisiones nº 1 de Ceuta, hace ya 59 años. Llegué a esta preciosa ciudad a mediado del mes de agosto, procedente de Extremadura, y más concretamente de Mirandilla, mi querido pueblo, donde las únicas aguas que antes había visto correr eran las tranquilas del río Guadiana a su paso por Mérida. Y es que, en mi tierra extremeña, una de las cosas que haría más falta es poder contar con una salida al mar, porque los únicos mares que Extremadura tiene son sus extensas dehesas de verdes encinares y los rebaños de oveja paciendo en medio de sus frondosas praderas primaverales, cuya blancura de dicha especie lanar aparece allí resaltada a modo de como si fuera la espuma blanca que en los mares de verdad forman las olas de aguas salinas. Tardé dos largos días en hacer el viaje hasta Ceuta; porque fui en uno de aquellos viejos trenes de la época, cuyas máquinas funcionaban a base de carbón vegetal, viéndose circular lentamente por los raíles dejando aquel típico y tantas veces repetido ruido del “chacachá”, “chacachá” del tren, a su paso iba dejando tras de sí la gran humareda que la máquina proyectaba sobre los vagones desde la cabeza hasta la cola, con el consiguiente mal olor tóxico del carbón que a veces hasta llegaba a dificultar la normal respiración. Me monté en Mérida hasta la estación de Almorchón, donde había que hacer transbordo para luego cambiar de dirección hacia Algeciras, circulando por la tortuosa y empinada vía que pasaba por las laderas de las sierras de Córdoba, con todo el sol de justicia y el calor abrasador que suele hacer en esas fechas del estío, al que había que añadir el propio que desprendía la máquina, sobre todo, en los primeros vagones, que a todos nos dejaba sudorosos y con el mal olor a carbón que incluso llegaba a quedar impregnado en las prendas de vestir. Después, cuando diez años más tarde, en 1968, me compré el primer automóvil, un Fiat 1.100, matrícula CE-9703, recorría el mismo trayecto desde Extremadura a Ceuta, y viceversa, en poco más de cinco horas. Eso, por sí solo, puede dar una idea de lo lentos que entonces eran nuestros trenes y obsoletos los ferrocarriles; y no digamos ya si los comparamos con los actuales “AVE”. Y, como llegué de noche a Algeciras y ya se había marchado de regreso a Ceuta aquel único barco que entonces hacía una sola travesía diaria (ida por la mañana y regreso por la tarde), más conocido popularmente como la “Paloma”, por estar pintado de blanco y desde lejos era lo que parecía, pues tuve que quedarme a hacer noche en una pensión próxima al puerto y esperar hasta que al día siguiente volviera a Algeciras y luego saliera de nuevo para Ceuta. Una vez montado en él al día siguiente, nada más salir por la bocana del puerto, me impresionó mucho ver lo que para mí entonces era tan inmensa extensión de agua, antes nunca vista, como la que se ve en el “ancho” Estrecho de Gibraltar. Pero todavía me llamó más la atención cuando me asomé a una de las ventanas a babor del barco y por primera vez pude contemplar el mismo Peñón, de tan enorme altitud, haciendo tan acusado contraste con la horizontalidad y llanura del agua del mar. Con mi inmadurez todavía algo pueril no podía concebir ni alcanzar a comprender que aquella inmensa mole de roca granítica que ante mis ojos tenía y que nacía de las propias entrañas del territorio español, podía luego pertenecer a otro país, Gran Bretaña, que quedaba a varios miles de kilómetros de distancia. Fue algo así como el primer pellizco que Gibraltar me dio en mis propias carnes, cuya herida, en lugar de cicatrizar con el tiempo, se me fue abriendo cada vez más durante tan numerosas travesías como durante 27 años que permanecí en Ceuta tuve que cruzar ante el Peñón. En cambio, me maravilló divisar en la lejanía, desde la banda de estribor de la “Paloma”, las costas marroquíes de las que arranca la cadena de altas montañas, como la llamada “Mujer muerta”, próxima al islotes del Perejil y las alturas ya españolas que por el Oeste rodean Ceuta, como García Aldave y Benzú. Casi llegando ya a la ciudad, desde la descubierta del barco se podían ver hacia el Sureste el Monte Hacho. Y en medio de ambas montañas que medio la circundan, apareció ya la bella silueta de Ceuta, como si yaciera al fondo descansando, plácida y sosegada; pudiéndose contemplar desde la bocana del puerto sus preciosas vistas tanto interiores como exteriores que la ciudad y el mismo puerto forman, con la zona de la Plaza de África, el Foso y el Paseo de las Palmeras, todo un portentoso conjunto de hermosura y un rico patrimonio histórico y cultural que la naturaleza y la mano del hombre parecen haber moldeado para que sirva de solaz y recreo a todos cuantos están en Ceuta y a ella llegan. Mi voluntariado en Ceuta fue una ilusión que empecé a acariciar aun siendo niño y que luego fui madurando hasta hacerla realidad. No conocía la ciudad, pero sí me unía a ella un vínculo familiar muy estrecho. Un tío mío hermano de mi madre, Capitán de Ingenieros, José Caballero Higuero, al que le hablé de mis deseos de ingresar en su mismo cuartel, fue el que me indicó los trámites que debía cumplimentar. Mi tío José (familiaridad aparte) era una de esas buenísimas personas de las que se encuentran pocas en la vida y que se hacen dignas del mayor afecto y consideración. Por eso, a pesar de los muchos años que lleva ya fallecido, todavía lo sigo recordando con muchísimo cariño. Seguro que, si es cierto que arriba en el cielo hay un sitio de privilegio reservado para las buenas personas, el suyo habrá sido uno de los mejores. Junto con su mujer, mi tía María Badillo Palomeque, que precisamente dentro de cinco días, el próximo 30 de julio cumplirá los “cien años” (¡muchas felicidades, tía María!), conservándose completamente lúcida y sorprendentemente bien de salud para tan avanzada edad, los dos me acogieron estupendamente, consiguiéndome por su expreso deseo el llamado “pase pernocta”, que me permitía ir a dormir a su casa cuando estaba libre de servicios. Por todo ello, les estaré muy agradecido mientras yo viva. Enseguida quedé prendado de las bellezas de Ceuta, que no es exclusiva apreciación mía. El escritor árabe Ibn Jatib, escribió en el siglo XIV de ella: “Ceuta es como una novia con todos sus atavíos, como una preciosa joya en su estuche, la cual contempla su imagen en un rutilante espejo de mar”. El rey marroquí Mluley Ismail, que la tuvo sitiada 33 años seguidos para conquistarla, sin haberlo conseguido, también afirmó de ella en 1672: “Ceuta es la perla entre el pecho y la garganta del mundo”. El poeta Manuel Alonso Alcalde, la llamó: “Isla de luz, para la luz nacida”. Otro poeta hijo de Ceuta, Luis López Anglada, la rimó así: “Ceuta, es pequeña y dulce/está acostada en los brazos del mar/ como si fuera una niña dormida que tuviera/la espuma de las olas por almohada…/Y ahí está entre la arena y la muralla/ como una niña que bajó a la playa/y se le fue a su madre de las manos”. Y Mª Ángeles Bao González, en su libro “Poemas a un alma perdida”, que hace años me regaló, la cantó así: “Ceuta, mi niña bonita/ duerme, que yo te tapo/ con sabanitas de espuma/ de tu mar Mediterráneo!”. Pues bien, me incorporé al Cuartel de Las Heras el 1 de septiembre de 1958. Y resulta que durante los años que permanecí en él (lamentablemente ya derruido), había un teniente llamado Antonio García García, muy amigo de mi tío José. Era también una excelente persona, del que mi tío solía decir que era el que mejor conocía los recovecos y entresijos del que después se llamó Regimiento Mixto de Ingenieros de Ceuta. Yo le veía de llevar muchas tardes a un niño cogido de la mano, su hijo pequeño, visitando las distintas naves del cuartel. Cuando ya me licencié del Ejército y a veces recordaba a toda la buena gente y mejores amigos de Ingenieros, llegué a preguntarme qué habría sido de aquel teniente y de aquel niño que se llamaba Manuel García López. Tan es así, que en varias ocasiones lo pregunté a mi tío, informándome que el teniente García estaba en Almería ya retirado, y que su hijo (aquel niño que solía llevar de la mano), pues resulta que cuando empezó a ser mayor consiguió ingresar en la Academia General. Luego, volví hasta tres veces voluntario a Ceuta en mi condición de funcionario de la Administración Civil del Estado, porque cada vez que aprobaba una nueva oposición (superé hasta cuatro) no tenía plazas vacantes y me tenía que marchar a la Península para luego regresar voluntario en cuanto podía. La tercera vez que regresé a Ceuta y en ella permanecí doce años, me enteré que hacia el 2006 aquel niño que yo tantas veces había visto por el cuartel de la mano de su padre, era ya coronel y había sido designado para mandar el que fuera mi Regimiento y también el de su padre. Pienso que para cualquier hijo debe ser un noble orgullo y una íntima satisfacción ir a mandar la Unidad a la que su padre perteneciera y que él mismo tanto había frecuentado. Como no le conocía, con ocasión de haber dado una de las cinco conferencias que impartí en el Aula Militar de Cultura de Ceuta, pedí a su Director y amigo, coronel Luis Manso López, hiciera el favor de indicarme quién era el nuevo coronel de Ingenieros. Me presentó, y en cuanto le anuncié que lo recordaba mucho de pequeño, como él conocía la buena amistad que su padre y mi tío habían mantenido, pues enseguida me reconoció y seguimos viéndonos. Un día me pidió fotografías que tuviera de mi época militar, porque serían de las más antiguas, y quería coleccionarlas para exponerlas en el Regimiento. Durante los dos años que mandó dicha Unidad, elaboró una Memoria sobre la misma, que comprende desde la creación del primer Regimiento de Ingenieros, del que el de Ceuta es heredero y sucesor de su brillante Historial; de manera que recientemente el coronel García López, con el que a diario mantengo comuicación por correo electrónico, pues ha tenido el buen detalle de enviarme una copia de dicho documento, que mucho le agradezco. Tanto más, cuanto que en la misma ha insertado numerosas fotografías de antiguos mandos y ex compañeros de mi época a los que a muchos no había vuelto a ver, por lo que me ha dado la enorme alegría de volver a tener ante mí su imagen reproducida tal como entonces eran. Y, además, sin yo saberlo, me ha dado la agradable sorpresa de haber insertado también mis propias fotografías; haciéndome sentir la nostalgia hacia aquella ilusión mía retrotraída a casi 60 años atrás, cuando tan pletórico estaba de la juventud que ahora me falta y tanto echo de menos. Pues muchas gracias y enhorabuena por tan concienzudo y meritorio trabajo realizado, coronel y amigo Manuel García López. Es una exhaustiva Memoria que creo recordar plasmaste también en un libro que de forma exhaustiva y con toda serie de detalles recoge todos y cada uno de los brillantes hechos de armas, méritos, circunstancias y demás vicisitudes que tanto honran y dignifican al Regimiento de Ingenieros de Ceuta y también a quienes hemos tenido la suerte de servir en sus filas; no en vano los Ingenieros militares han prestado excelentes servicios a España y, muy especialmente, a tu Ceuta natal, que los dos tanto queremos. !.

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