Presión a pie de puerto

No se esconden. Por la mañana, por la noche, a mediodía. Cualquier hora es buena para intentar colarse en alguno de los barcos o debajo de los camiones.

Los inmigrantes, en su gran mayoría argelinos del CETI pero cada vez más menores magrebíes que ni siquiera han pasado por el albergue de Hadú, protagonizan una presión que va en aumento y que ya ha dejado accidentes varios en el camino. El más reciente, la pasada Nochebuena, cuando un argelino se precipitó desde el techo de la estación marítima teniendo que ser ingresado, grave, en el Hospital.
Aquel episodio, del que ya informó El Faro, no ha hecho variar un ápice ni la presión de los inmigrantes ni las formas de control policial que se aplican en el puerto. No ha habido cambios. Las patrullas de las distintas fuerzas de seguridad que pasan por la avenida portuaria, con mayores o menores competencias, no han recibido directrices para variar su forma de actuación o para reforzar los controles toda vez que, a la vista de todos, está aumentando la presencia de indocumentados algunos de ellos niños de solo 6 años.
En las distintas entrevistas que este medio ha mantenido con adultos o menores que han convertido el puerto en su morada, prevalece una nota común: todos buscan la escapada a la península de cualquier forma pero, mientras, protagonizan robos en comercios, en vehículos, causan destrozos en turismos intervenidos en operaciones policiales o generan un perjuicio directo al sector de los transportistas, dependiente de la Confederación de Empresarios. Su máximo representante, Pedro Villarubia, ha significado en declaraciones a este periódico el “malestar” existente en este sector en donde las quejas son “a diario” debido a que, también, los daños que sufren tienen esa periodicidad.
“No dejan siquiera que el transportista acuda a repostar a una estación de servicio... que ya están allí”, indica. Valoraciones que se adecuan a las escenas captadas en imágenes por este medio, protagonizadas por grupos que, nada más ver cómo el camión entra a repostar, ya lo marcan y siguen para intentar ocultarse en su carga o en los bajos. Esa presión no solo es visible en las propias gasolineras, sino también en las cercanías de los ferrys, a donde intentan entrar los inmigrantes para luego, ya dentro, colarse dentro del vehículo embarcado.
Las quejas del sector de transportistas han sido trasladadas en variadas ocasiones a las distintas fuerzas de seguridad y también a la propia Autoridad Portuaria. El resultado es ninguno. No lo hay. La problemática continúa y las fuerzas de seguridad se ven, también, atadas de pies y manos. En el caso de interceptar a un adulto, se comprobará que es residente del CETI (esto sucede en el 90% de los casos), así que tan solo se podrá identificarlo y ponerlo en libertad. Los hechos demuestran que ese inmigrante no tardará ni minutos en volver a merodear por el puerto. En el caso de los menores, se supone que tras identificarlos deben ser trasladados por la Policía al albergue de Hadú o ponerlo en conocimiento de la Fiscalía, pero este trámite tampoco tiene fin alguno. El menor que está en el puerto (hay ya entre 30 y 40) no quiere estar en el centro bajo tutela de la Ciudad Autónoma, así que su único objetivo es conseguir su marcha en el camión.
Mientras sucede todo esto, mientras el círculo no consigue cerrarse los transportistas sufren en primer plano las consecuencias. De entrada, en forma de averías. Los inmigrantes para colarse en los bajos de los camiones o para buscar su hueco no dudan en romper aquello que les estorba. Tuberías, conducciones del aire, de los frenos, las que conducen cualquier tipo de elemento que necesita el vehículo... con todos estos estropicios se topan día sí y día también los camioneros. Eso, ya de por sí grave, no es lo peor. El atrevimiento de los menores es tal que no dudan en poner en riesgo su integridad física, causando un daño indirecto al transportista que en más de una ocasión ha frenado a tiempo antes de que, involuntariamente, su conducción causara graves daños al inmigrante. Hay más consecuencias: que las fuerzas de seguridad localicen al sin papeles en el vehículo y terminen acusando al camionero de un delito. No es lo habitual, pero ya han sucedido casos de conductores que han tenido que pasar por el oportuno trance judicial para demostrar su inocencia. La propia Audiencia, ya conocedora de estos casos, ha llegado a plasmar en alguna de sus sentencias esta situación.

Los más pequeños, utilizados por adultos

La situación de los menores que permanecen en el puerto buscando la manera más o menos arriesgada de fugarse se está tornando cada vez en más grave. De entre el grupo de MENA que viven en la zona portuaria hay un grupo reducido de niños con edades aproximadas de entre 6 y 10 años. Estos son los más vulnerables, pero a pesar de ello nadie actúa con la implicación debida. Un par de ellos aparecen en esta fotografía de Reduan Ben Zakour, contemplando como otros MENA de mayor edad están drogándose enganchados al disolvente y al pegamento. Además son explotados por adultos, al existir auténticas mafias para la práctica de robos.