En la actualidad no podemos alargar demasiado nuestras vidas pero sí podemos dilatar y ahondar cada uno de nuestros minutos. Es posible -querido Pepe- que, si te empeñas, seas capaz de extender ensanchar y profundizar el tiempo presente aprovechando hasta sus más mínimas partículas saboreándolo y extrayéndole su sustancia y su jugo. Cada uno de los momentos presentes pueden ser cofres mágicos que guardan las experiencias que hemos acumulado a lo largo de nuestra vida. En ellos están las alegrías y las penas, los sufrimientos y los placeres, el trabajo y el ocio o, en resumen, el balance de nuestro capital biográfico. En el fondo de estos baúles también se encuentran los proyectos, las ilusiones y las esperanzas que deben orientar nuestros pasos y estimular nuestras marchas ascendentes. En nuestras manos está la posibilidad de que rentabilicemos o desperdiciemos todas las ganancias acumuladas hasta ahora. Los momentos presentes nos proporcionan ocasiones decisivas para recuperar, para aprovechar y para disfrutar de nuestro pasado -ya suavizado por el tamiz del recuerdo- y de nuestro futuro -encendido por el fuego de las ilusiones-. Son oportunidades para seguir nuevos derroteros.
Pero también de nosotros depende que renunciemos a vivir, que nos abandonemos a la apatía, nos dejemos dominar por la indolencia, por la dejadez, por la desidia o por la pereza. “Si nos empeñamos, cada momento de este presente puede ser el más largo, el más importante y el más agradable de nuestra vida”. Estas fueron las palabras que Lola me dirigió en una habitación del Hospital Mora, cuando, tras conocer el diagnóstico de su enfermedad -un retículo-sarcoma- le pronosticaron quince días de vida.