Lo cierto es que doy por perdido este artículo de antemano, porque lo que de él espero y lo que con él querría decir; esas dos cosas escapan a mi propia comprensión. Solo intuyo que existe otra vía, una alternativa a nuestro modo de vida, y que algunas personas, cada una a su manera, así lo están expresando. Es una esperanza para mí.
Cuando uno se plantea otras formas de vivir y de organizarse en sociedad, no hay por qué imaginar la destrucción total de lo anterior, al igual que una persona no tiene que quemar un bosque entero solo porque ha decidido cambiar el camino y elegir otro sendero. Cuando uno vira de rumbo, el bosque cambia solo.
Es importante entender que no podemos encontrar soluciones a los problemas mientras no seamos capaces de pensar a través de una nueva lógica. Si no, la respuesta siempre seguirá siendo parte del problema. Visto así, no se trata de ver cómo resolvemos a algunas preguntas acuciantes, sino de ver cómo y de qué manera reformulamos las preguntas que ya tenemos. Eso implica un cambio de lógica. Se hace apremiante ese cambio de lógica.
Mi esperanza en el lado creativo y solidario del ser humano se sitúa más allá de toda validación empírica o de cualquier acumulación de pruebas por mi parte. Se podría decir que es una de mis chalauras. Se basa, simplemente, en la asunción por mi parte de que, si yo puedo ser creativo, los demás deben poder igual o mejor. Si yo soy capaz de pequeños actos vivificantes (como escribir artículos que pocas personas leerán), entonces es que debe ser algo al alcance de todos (y todas) los demás. Pensar lo contrario supondría creer que he recibido algún tipo de distinción por parte del destino o los dioses, y la vida no me ha planteado ningún motivo para darle valor a esta suposición.
Nos enseñan la Historia del Arte, la Literatura, la Música, así, con mayúsculas, y a través de las personas que, dada su extremada habilidad y técnica, entraron en la categoría de genios. Una especie de museo de los elegidos. No podría haber peor manera de entrar en contacto con el arte para cientos y cientos de alumnos que entran en esa lógica elitista.
Cuando crecemos, esa satisfacción de la creación porque sí, esa celebración del acto creativo, cede paso a las ansias de talento, técnica y productividad. ¿No nos convertimos todos en pequeños artistas frustrados, eternamente vagando en busca del éxito en un área determinada, solo porque resulta lógico, solo porque el sentido común dice que hay que ser solo abogado, o empresario, o arquitecto o cantante?
A estas alturas (como ya dije), es imposible salvar este artículo en términos de coherencia, pero continuaremos diciendo que, el otro día, paseando por un precioso parque con un amigo, nos encontramos con un grupo de trés jóvenes cantando y tocando la guitarra. No nos pasó desapercibido. Fue como un pequeño aliento en esta guerra que estamos librando (sabiéndolo o no) contra la lógica del mercado. Nuestra propia existencia es el campo de batalla de esa guerra silenciosa. Cada acto de nuestra rutina.
Por qué esos tres chicos decidieron salir a compartir ese momento musical, en vez de quedarse en casa consumiendo Netflix y atiborrándose de likes en Instagram? Eso nos lleva a revisar también el concepto de público, de espectador. Tenemos que transformar ese concepto también.
¿Por qué un espectador debería quedar reducido a una persona que paga por un entretenimiento? Quizá conviniese más el término de observador participante, porque observar ya es participar. ¿Por qué no se podría disfrutar de los propios ensayos, de las pruebas, de las idas y venidas, tal como se podía disfrutar de esos tres chicos del parque? En definitiva, ¿por qué la arquitectura y el diseño urbano de una ciudad no favorece que las personas se puedan juntar para experimentar con el arte, y también para que el resto de ciudadanos pueda verlo?
Que vivimos en tiempos de pandemia no es excusa, ya que todo se puede organizar en términos de seguridad, si se tiene la voluntad. Si hay quien piensa que estas cuestiones no son útiles o urgentes, entonces es que todavía está atrapado en la lógica del mercado. Como hemos dicho, sus respuestas serán parte del problema. No valorará la dosis de salud mental que para cualquier ciudadano supone salir a la calle y encontrar vida y personas realizando un trabajo artístico; no comprenderán la utilidad del arte cuando se pone al servicio de la ciencia, ya que nunca podremos saber si un determinado cuadro o una novela inspirarán a un físico o un biólogo para un avance un medicina. Quien piense que, dadas así las cosas, ¿de dónde sale el dinero, ¿quién lo paga?, entonces definitivamente está pensando con la vieja lógica, esa lógica que no se pregunta de dónde sale el dinero para estadios gigantescos de fútbol y nóminas estratofésricas, para presupuestos de armamento destinado a la destrucción, no se preguntará por qué no existen salarios máximos al igual que existen los mínimos. Sí, quien piense que lo que nos impide el cambio es una cuestión de recursos o de dinero, es que sigue en la vieja lógica. Una lógica hipócrita y en contra de las formas más elementales de proteger y dignificar la vida. Nada más les puedo decir.
A los que ya han cambiado a la nueva lógica, a los amigos que ya hacen lo que pueden aunque se sientan solos, a los que tratan de aportar a pesar de sus condiciones laborales y el riesgo para su economía, a los que sacan tiempo y energía para favorecer esa otra vía, no me queda más que, en la distancia, reconocerles su mérito y su valentía. Concretamente, quiero darle las gracias a esos dos chicos y a esa chica que salieron a tocar la guitarra en un parque de Jerez de la Frontera. Yo a todo esto lo llamo poetílica. Pero como yo lo denomine, eso no importa. *José Miguel García (
josemigarmar@gmail.com) es psicólogo de la Educación