Colaboraciones

¿Planeta o plásticos? Es hora de elegir

hasta finales del siglo XIX, y hasta mediados del XX no empezó a producirse a gran escala. Producimos unos 8.300 millones de toneladas de este material. De ellas, más de 6.300 millones se han convertido en residuos. Y de esos residuos, 5.700 millones de toneladas no han pasado nunca por un contenedor de reciclaje, una cifra que dejó atónitos a los científicos que la calcularon en 2017.

Según datos facilitados por la Comisión Europea, más del 80% de la basura marina son plásticos. Una vez que llega a la naturaleza de manera descontrolada su descomposición es muy lenta, acumulándose en mares, océanos y playas, además de terminar siendo ingerido por los animales: tortugas, focas, ballenas, aves y, evidentemente, también por los peces y mariscos que acaban en nuestros platos. Se trata de un problema que cada vez preocupa a más gente y que tiene un impacto medioambiental y económico multimillonario, además del evidente daño tanto para la salud de los animales como para la de los propios humanos.

De ahí que el Parlamento Europeo haya tomado cartas en el asunto y haya lanzado una propuesta para prohibirlos a partir de 2021 en muchos tipos de plásticos y usos, mientras que, en otros, los estados miembros deberán asegurar su reciclaje.

En la actualidad, cada año se filtran en el océano 13 millones de toneladas de plástico, lo que provoca entre otros efectos la muerte de 100.000 especies marinas al año. Los plásticos quedan a la deriva casi intactos durante décadas o siglos, pero los que se deterioran se terminan convirtiendo en microplásticos, y los peces y otros animales marinos acaban consumiéndolos, de modo que finalmente acaban en la cadena alimentaria.

Los investigadores estiman que se han producido más de 8,3 mil millones de toneladas de plástico desde principios de los años cincuenta. Alrededor de 60% de ese plástico ha terminado en vertederos o directamente en el medio natural. Más de 99% de los plásticos se producen a partir de productos químicos derivados del petróleo, el gas natural y el carbón, todos los cuales son recursos no renovables. De modo que, si continúan las tendencias actuales, para 2050 la industria del plástico podría requerir 20% del consumo total de petróleo del mundo. Y, por si fuera poco, en los últimos años la situación se ha agravado: la mitad del plástico generado por la Humanidad se ha producido en los últimos 18 años.

Nadie sabe cuánto plástico sin reciclar termina en el mar, el depósito final de la basura del planeta. En 2015 Jenna Jambeck, profesora de ingeniería de la Universidad de Georgia, dejó a todo el mundo boquiabierto con su cálculo: entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas al año solo contando el procedente de las regiones costeras. La mayor parte de los residuos plásticos que llegan al océano no los vierten los barcos, afirman Jambeck y sus colegas, sino que se tiran sin más al suelo o a los ríos, sobre todo en Asia.

No está claro cuánto tiempo tardará ese plástico en biodegradarse por completo hasta el nivel molecular. Se calcula que entre 450 años.

Entre tanto, se cree que el plástico que invade los océanos mata millones de animales marinos al año. Hay constancia de que afecta a cerca de 700 especies, algunas en peligro de extinción. En algunos casos los daños son visibles: animales estrangulados por redes de pesca abandonadas o por los aros que unen los packs de las latas de bebida. En otros muchos casos los daños son invisibles.

Especies marinas de todos los tamaños, desde el zooplancton hasta las ballenas, están ingiriendo microplásticos, que es como se conoce a los fragmentos de menos de cinco milímetros.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿En qué momento el milagro del plástico mostró su lado oscuro?

Los plásticos ayudaron a los aliados a ganar la Segunda Guerra Mundial –pensemos en los paracaídas de nailon o en las piezas ligeras de los aviones–, los plásticos nos han cambiado la vida como pocos inventos, casi siempre para bien. Han facilitado los viajes al espacio y revolucionado la medicina. Aligeran los coches y los aviones, ahorrando en combustible y reduciendo la contaminación. En forma de envoltorios ligeros como el aire, se adhieren a los alimentos frescos y alargan su duración. En airbags, incubadoras, cascos o simplemente llevando agua potable a las poblaciones pobres en esas botellas desechables.

En una de sus primeras aplicaciones, salvó vidas animales. A mediados del siglo XIX las teclas de los pianos, las bolas de billar, los peines y todo tipo de baratijas se fabricaban con marfil. Como la población de elefantes estaba en riesgo y este material natural era caro y escaso, un fabricante de Nueva York ofreció una recompensa de 10.000 dólares a quien idease una alternativa.

Según cuenta Susan Freinkel en su libro Plástico: un idilio tóxico, un inventor aficionado llamado John Wesley Hyatt aceptó el reto. Su nuevo material, el celuloide, estaba hecho de celulosa, el polímero presente en todas las plantas. La empresa de Hyatt anunciaba que su producto eliminaría la necesidad "de saquear la Tierra en busca de sustancias cada vez más escasas". Además de salvar algún que otro elefante, el celuloide también ayudó a que el billar pasase de ser un pasatiempo aristocrático a un juego de bar de la clase obrera.

Es un ejemplo trivial de la revolución radical obrada por el plástico: el advenimiento de una era de abundancia material. La revolución se aceleró a principios del siglo XX, cuando los plásticos empezaron a fabricarse con la misma materia que nos estaba proporcionando energía abundante y barata: el petróleo. Las chimeneas de las refinerías expulsaban gases como el etileno. Y los químicos descubrieron que podían usar esos gases como unidades básicas –o monómeros– para crear todo tipo de polímeros novedosos (como, por ejemplo, el tereftalato de polietileno, o PET), en vez de limitarse a trabajar con polímeros que ya existían en la naturaleza. Se abrió un mundo de posibilidades. Todo podía fabricarse con plástico, y de hecho se fabricó, porque el plástico era barato. Tan barato que empezamos a fabricar objetos que no pensábamos conservar. En 1955 Life publicó una foto con el titular "Vida de usar y tirar" que mostraba a una familia lanzando al aire platos, vasos y cubiertos. ¿Cuándo empezaron los plásticos a mostrar su lado oscuro? Cuando la basura de aquella foto aterrizó en el suelo, podría decirse.

Seis décadas después, en torno al 40 % de los más de 407 millones de toneladas de plástico que se producen al año es desechable, y buena parte de él se usa en envases diseñados para tirarse a la basura a los pocos minutos de adquirirse. La producción ha aumentado a un ritmo tan vertiginoso que prácticamente la mitad de todo el plástico de la historia se ha fabricado en los últimos 15 años. El año pasado Coca-Cola Company, tal vez la mayor productora de botellas de plástico del mundo, reconoció por primera vez cuántas fabrica: 128.000 millones al año.

Las empresas empiezan a responder al sentir general de la población. Coca-Cola anunció que pretende "recoger y reciclar el equivalente" al 100 % de sus envases hacia 2030. Esta y otras multinacionales, como PepsiCo, Amcor y Unilever, se han comprometido a usar envases totalmente reutilizables, reciclables o compostables antes de 2025. Y Johnson & Johnson está volviendo a fabricar el palito de sus bastoncillos higiénicos con papel.

El aumento de la producción de plásticos ha superado nuestra capacidad de gestionar los residuos: de ahí el drama de los océanos. "No es de extrañar que hayamos saturado el sistema. Semejante incremento colapsaría cualquier sistema que no estuviese preparado para absorberlo". En 2013 un grupo de científicos presentó un nuevo análisis de la filosofía del usar y tirar. En un artículo de la revista Nature declaraban que el plástico desechable debería clasificarse como material peligroso.

El pico de producción de los últimos años obedece en gran medida al mayor uso de envases plásticos desechables en las pujantes economías de Asia, donde los sistemas de recogida de basuras a veces son deficientes o inexistentes. En 2010, solo cinco países asiáticos –China, Indonesia, Filipinas, Vietnam y Sri Lanka– generaron la mitad de la basura plástica mal gestionada de todo el planeta.

“Pongamos que en toda América del Norte y Europa se empieza a reciclar el 100% –dice Ramani Narayan, profesor de ingeniería química de la Universidad Estatal de Michigan que también trabaja en su India natal–. Aun así, no paliaríamos el vertido de plásticos al mar. Si queremos tomar medidas reales, tenemos que dirigirnos allí, a esos países, y meter mano a la mala gestión de los residuos”.

Antaño el río Pasig discurría majestuoso por el centro de Manila, la capital de Filipinas, y vertía sus aguas en la prístina bahía de Manila. El que fuera un preciado curso de agua está hoy en la lista de los 10 ríos del planeta que más plásticos arrojan al mar. Hasta 65.300 toneladas viajan río abajo cada año, sobre todo durante el monzón. En 1990 el Pasig fue declarado biológicamente muerto.

Las claves

La Organización de las Naciones Unidas en un comunicado, ha subrayado los tres principales objetivos, para la contaminación por plásticos:

· Eliminar los envases plásticos problemáticos o innecesarios y sustituirlos por otros reutilizables.

· Innovar para garantizar que 100% de los embalajes de plástico se pueda reutilizar, reciclar o compostar de forma fácil y segura para el año 2025.

· Aumentar significativamente las cantidades de plásticos reutilizados y convertidos en nuevos envases para recuperar el plástico que ya se ha producido.

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