Cierto es que la poesía es tan imprescindible para el alma como el agua lo es para la vida.
Las palabras métricamente encadenadas, algunas en verso, otras en reverso, tienen la facultad de transportarnos hacia otros mundos y hacia otros tiempos. Quizás por eso la poesía es tan marginal para la mayoría y tan perseguida por esa minoría, porque enseña a atreverse, a sentir y a soñar. En definitiva, la poesía nunca es un buen negocio para las que mandan si esa poesía sabe ir más allá de las lisonjas a ras de asfalto o de las estériles métricas aritméticamente medidas. Bien es cierto que para las creadoras de juegos florales siempre corren buenos tiempos, sin que importen los guarismos del calendario, pero esa es otra historia.
León Felipe era de las primeras, de las que huyen de fanfarrias y reconocimientos. De las que optan por escupirle a la vida su verdad, por muy vitriólica que fuese, antes que de ser bufón ilustrado de la Corte. Cuestión de prioridades y de dignidad.
“Hermano de los desterrados y de los enterrados en el suelo del exilio” (como dijo de él Francisco Arias Solís), el poeta maldito fue consecuente con su tiempo, pero ante todo consigo mismo. El zamorano de Tábara supo lanzar sus anhelos y protestas, como si de una aguafuerte goyesca se tratase, sobre hojas que tenían la misión ser portadoras de mensajes, como en sus tiempos hicieron en “planchas” los constructores de catedrales.
"Todas las piezas son esenciales, cruciales, definitivas, todas en sus grados y calidades sin que una sea más que otra”
Heredero de los ritos de los albañiles, León Felipe siempre utilizó su decidido mazo y su fino cincel, para despejar los horizontes de todo lo superfluo para que, por fin, se pudiese ver la Luz. Buen ejemplo del constante desbaste vital es su obra “Versos y oraciones del caminante”, escrita en 1920 y la que se incluye el famoso “Como Tú”, magistralmente musicalizado por el no menos grande Paco Ibáñez.
En “Como Tú”, León Felipe reivindica la importancia de la persona, de cualquier persona, en la concepción y elaboración del edificio común. Este “aquí nunca sobra nadie” está ahora más de actualidad que nunca cuando, con el consabido “paso atrás”, demasiadas siguen escorando hacia terrenos en los que el compromiso se difumina en galimatías intelectual que siempre acaba produciendo ruido sin nueces. Por otra parte, nada nuevo bajo el sol.
Como el poeta zamorano, si entendemos que algo resulta ser una injusticia flagrante, nuestra responsabilidad moral debería obligarnos a actuar de verdad en lugar de argumentar el sempiterno “¿qué puedo hacer yo?” para quedarnos como las vacas que miran pasar el tren. Comprometerse es un verbo poco conjugado.
Así, pues, queda claro que todo, absolutamente todo, gira en torno a esa pregunta viciada en origen, porque no se trata tanto del volumen de la acción como de la acción en sí misma. Todas son importantes
Al margen de que, sin temor a equivocarnos, la propia interrogación encierra una postura acomodaticia que entrega armas y bagajes mucho antes de iniciar la batalla, convencerse de que no se puede hacer nunca nada frente a las barbaries no sólo es una estupidez, sino que representa autofabricar las escaleras del cadalso. Un clásico.
"Esconderse tras una supuesta inutilidad de sus actos para no hacer nada, le convierte en vil cómplice”
Plantearse que en una catedral una piedra es más importante que otra de la misma estructura y que, por lo tanto, puede prescindirse de ella equivale a condenar a muerte sin remisión a todo el edificio.
Lo mismo podemos decir de un puente, o de un quirófano. Todas las piezas son esenciales, cruciales, definitivas, todas en sus grados y calidades sin que ninguna sea más que otra. Luego si aceptamos esa premisa, no podemos menos que reconocer que nuestras aportaciones (por nimias que puedan llegar a parecernos) son cruciales para cambiar cualquier situación. Otra cosa es querer tener la voluntad de ser esa piedra que participa en la obra.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene. Eso sí, esconderse tras una supuesta inutilidad de sus actos, para no hacer nunca nada, le convierte de facto en vil cómplice de esas barbaridades de las que usted, falsamente (en todos los posibles sentidos del vocablo) se desentiende argumentando lo inargumentable desde su mullido sofá.
"Obviamente siempre estará aquella que libremente decida no ser partícipe de nada”
Resulta evidente, pues, que tomar conciencia de que todas somos piedras angulares resulta fundamental para que avancen y/o se transformen las cosas.
Obviamente, siempre estará aquella que libremente decida no ser partícipe de nada. Pero nunca será por falta de capacidad, sino por falta de compromiso. Y no, no es el mismo. A su manera lo canta el francés Renaud cuando asegura en la canción “Héxagone” que durante la segunda guerra mundial la mayoría de las francesas gritaban “Viva Pétain” y que no había muchos Jean Moulin (héroe de la resistencia contra los nazis). Claro y conciso.
Retomando la importancia de la poesía, Gabriel Celaya escribió en el año 1955 su “La poesía es un arma cargada de futuro”. Poniendo patas arriba el cotarro literario, el de Hernani afirmaba que:
“Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que,
Lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas.
Siento en mí a cuantos sufren y canto respirando.
Canto y canto y cantando más allá de mis penas personales,
Me ensancho, me ensancho”. Más claro, el agua clara.
Si a pesar de todo lo expuesto usted se siente apocada ante la magnificencia de los impresionantes bloques de piedra de Notre-Dame de París y se siente muy poco, quizás vendría bien volver a León Felipe cuando decía:
“Cómo Tú, que no has servido para ser ni piedra de una lonja,
Ni piedra de una audiencia,
Ni piedra de un palacio,
Ni piedra de una iglesia;
Cómo Tú,
Piedra aventurera,
Cómo Tú,
Que tal vez estás hecha
Para una honda,
Piedra pequeña,
Cómo Tú”.
Corroborando lo que decía León Felipe, la Biblia también nos da algunas pistas al respecto:
“Metiendo David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra, y la tiró con honda, e hirió al filisteo en la frente; y la piedra quedó clavada en la frente, y cayó sobre su rostro en tierra. Así venció David al filisteo con honda y piedra e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano”. (Samuel 17, 49-50).
"Ahora le toca decidir si quiere ser piedra angular sin que importe el tamaño, o arena de la que se pisotea”
Ahora le toca decidir si quiere ser piedra angular sin que importe el tamaño, o arena de la que se pisotea. La elección es suya, las consecuencias, de todas.
Nada más que añadir, Señoría.
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