Opinión

La perra de la naturaleza, por Ana Isabel Espinosa

La Naturaleza es mala con nosotras como algunas mujeres que se sienten mejor si tiran por el suelo a otras.

Nos han inculcado a golpe de mesa camilla que no debíamos confiar más que en nuestra madre, porque las amigas siempre nos podían traicionar. Pero no es cierto. No es más que un bulo machista para que no hagamos muro contra ellos.

Lo de “madre no hay más que una” tampoco es cierto, si no que se lo digan a cada una de las criaturas a los que sus padres asesinaron a sus madres y se quedaron al cuidado de las tías, las hermanas mayores o las abuelas.

La Naturaleza es una perra con nosotras porque nos manipula como quiere gracias a las hormonas que nos hacen parecer títeres a su antojo.

Hoy peleamos por estar, por convidarnos de todo lo que ellos dan por hecho. Nos cuesta la misma vida

Crecemos rápidamente para parir hijos que regalar a la tierra, sean o no de nuestro agrado.

Las niñas del equipo de mi hija se asombraban el otro día de que una de las madres pudiera haber parido con solo quince años, porque su mundo se circunscribe –afortunadamente- a los estudios y los entrenamientos. Pero sí que se puede parir con quince años y aún con menos.

Nuestra vida nunca fue fácil . Tampoco ahora que por tener derechos- que nos igualan- nos matan a puñaladas traperas pasándose por el forro los alejamientos, las pulseras o las sentencias.

El violador de Amate reconoce- con toda la tranquilidad- que la violencia es suya porque se verá-como tantos otros desgraciados- como un súper villano de película. Los que matan a sus ex parejas se suicidan porque temen la reacción social, pero sobre todo porque son unos miserables que ya no les queda nada, ni siquiera el respeto de su propia familia.

La Naturaleza nos estruja y nos hace desbocar los pechos, no para darle de mamar a los nacidos sino para que los perseguidores rabiosos nos los estrujen para que nadie los pueda poseer más que ellos. Violan, matan y escarnecen a pasos seguros porque nos ven como materia informe sin nada que dar más que placer, sometimiento y asentimiento. Ana Orantes murió por rebelarse a todo eso, por no querer meter en un agujero la cabeza. Por eso la quemó él que luego se pudrió en la cárcel sin aprender a amar nunca , a nada ni a nadie. Luego le siguió un hijo y otros muchos que jamás entendieron nada de la vida porque no es la Naturaleza más que nacer para morir, sin Arte ni Literatura, sin amor, ni líneas rectas. Las mujeres- poco a poco- hemos moldeado a la Naturaleza desde los tampones egipcios hechos con papiros para darnos más libertad, hasta las hechiceras del dieciséis campando libres por los Campos de Castilla. Hoy peleamos por estar, por convidarnos de todo lo que ellos dan por hecho. Nos cuesta la misma vida, no solo a balazos certeros dados a la puerta de un colegio, sino trabajando por menos salario, siendo acechadas por patriarcas convencidos de que su bragueta entraña la última maravilla del planeta. No es que sea difícil es que es cargante, cansino y tremebundo, pero aun así lo hacemos cada mañana.

Nos reímos en la cara estirada de la Naturaleza por estar permanentemente hormonadas con menstruaciones y menopausias, con legrados y ligamentos de trompas, con píldoras anticonceptivas y embarazos gemelares con más de cuarenta. Hemos cogido a la Naturaleza por los cuernos y -como Europa- nos hemos montado en sus trancas para que nos dé el viento. Queremos y podemos hacerlo, ahora sí que es cierto. Porque hemos cambiado los tacones de paseo por la muletilla de ir a la caza. No matan, porque nos reventamos cada día y prosperamos. Eliminaremos las machadas que en realidad son trampas para cazar incautas cada vez más especie extinguida por la ciencia, la cultura y la experiencia.

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