La 39 edición de los Premios Goya, celebrada este 8 de febrero en el Palacio de Congresos de Granada, ha sido, definitivamente, otra cosa diferente a la de todos los años. En un primer lugar, a destacar que la anfitriona no ha sido Madrid esta vez, y Granada nunca es un mal sitio para organizar nada, por belleza de escenario y calidez de sus gentes. Con todo el respeto a la capital, en este tipo de eventos eternos y repetitivos suele agradecerse algún elemento que aporte diversidad.
Podría destacarse de la gala en sí, los números musicales que no pasaron desapercibidos, juzguen ustedes, o a las presentadoras (Maribel Verdú y Leonor Watling, que con su desparpajo hicieron lo que pudieron para defender el guión). Podríamos destacar, ya que entramos en materia de protagonistas, que ha sido el año de la más que polémica ausencia de Karla Sofía Gascón. El motivo y sus consecuencias, así como la justicia o no de éstas, da para bastante más que una mención en la crónica de la ceremonia, pero el caso es que, hay que resaltar que “se ausentó por el bien de la película que representa”, que ganó, por cierto, el Goya a mejor película europea.
Protagonismo para Aitana Sánchez-Gijón y Richar Gere, que ganaron los anunciados Goya de honor y Goya internacional, respectivamente. Protagonismo también hubo para el momento de las reivindicaciones habituales, de un agradecimiento en verso, hay que ser artista, nunca mejor dicho, o de la inigualable Alhambra aportando embrujo en un videoclip. Y protagonistas fueron la ausencia de Pedro Almodóvar, galardonado (“solamente”) al mejor guión adaptado, y la presencia de su inseparable Alberto Iglesias, que recibió su Goya número ¡12! (si alguien merece ser calificado como el más grande de todos los tiempos de nuestra industria cinematográfica, un servidor no tiene el menor atisbo de duda). La habitación de al lado, añadamos, ganó también el Goya a mejor dirección de fotografía, como estaba cantado…
Sin embargo, iban transcurriendo las horas, y la conclusión que se imponía es que el elemento más destacable era el de ver al enorme Eduard Fernández, el mejor intérprete de una generación, junto a Antonio de la Torre y Luis Tosar, los tres presentes en la gala, con su Goya a mejor actor protagonista por su papel en Marco, entregado por cierto por su hija, la intérprete Greta Fernández. El equivalente femenino se lo llevó una exultante Carolina Yuste por La infiltrada.
Hasta ahí lo destacable. Pero luego ocurrió lo insólito. Entre el desconcierto generalizado, y haciendo historia del cine español. A quien suscribe no le hace pizca de gracia la ligereza con la que se utiliza el término “hacer historia”, generalmente de manera inadecuada y partidista, pero es que la circunstancia inédita, ya me dirán si no lo merece. Cuando Belén Rueda anunció que El 47 ganaba el Goya a mejor película, seguidamente anunció con sorpresa que La infiltrada era igualmente la cinta ganadora. Ex aequo; sobra decir que se trataba de algo que nunca habíamos visto.
Esta situación propició que Eduard Fernández se viera en el escenario junto a los ganadores otra vez y con película diferente, algo que tampoco es precisamente común…
Se juntaron agradeciendo el premio y para acabar los representantes de dos cintas diferentes, ambas con historias que apelan a la memoria, ambas con toques que podrían levantar ampollas, y ambas completamente diferentes. Aún desde el desconcierto, lo admito, me atrevería a decir que se trata de algo bueno para la proyección del cine español.
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