Que con las nuevas tecnologías la prensa escrita no es lo que fue parece claro. Va resultando poco habitual ver a los ciudadanos con su periódico bajo el brazo. Desaparecida la figura del vendedor callejero, no digamos ya de sus viejos pregones cantando las noticias del día, también los kioskos parecen ir perdiendo el encanto de aquellos despliegues expositivos de portadas que empapelaban sus mostradores y fachadas.
Para fortuna de quienes sentimos especial veneración por la prensa, ésta no sólo no ha muerto sino que cada vez llega a más ciudadanos en cualquier lugar del planeta con un solo golpe de click. Y aunque muchos no cambiaremos nunca el goce y la comodidad de la edición en papel, cabe descubrirse ante el poder de penetración, el alcance, la inmediatez y las posibilidades de las ediciones electrónicas.
Ausente de la ciudad por estas fechas, no sólo estoy al tanto de su actualidad con la edición en PDF de ‘El Faro’ sino cuál es mi sorpresa cuando conversando con algunos ceutíes residentes en Andalucía resultan estar también enterados de cuanto ocurre en nuestra tierra a través de Internet…
- ¿Pero qué está pasando en Ceuta, Ricardo?
- ¿Os estáis dando cuenta de la gravedad de los hechos que reiteradamente venimos leyendo en los periódicos?
- Lo que está pasando difícilmente sucede en ningún otro lugar de España.
- Convenceros. Ceuta no volverá a ser jamás la ciudad placentera, familiar y cordial que un día tuvimos que abandonar.
- A este paso no será Marruecos quien os eche sino la necesidad de buscar una tranquilidad que determinados indeseables parecen querer negaros.
¿Y qué responder a cada uno con la que está cayendo? Que sí, que muchos no concebimos la vida fuera de Ceuta, que tenemos otras cosas extraordinarias que pueden compensar esos problemas que, aunque bajo otras formas distintas, también se dan en otros lugares.
Pero sí. Asistimos a una espiral en determinados hechos especialmente preocupantes. De la quema de vehículos casi a diario en la calle, ahora lo hacen también en los garajes. Tras el incendio de cuatro coches en menos de 24 horas, las llamas ponían a continuación en un puño el corazón a los sufridos vecinos de Parques Ceuta, donde la tragedia pudo ser fatal de no descubrirse casualmente y con prontitud un peligroso fuego intencionado en sus garajes. Y a continuación los de otro inmueble de Galea. Niños, hombres mujeres y ancianos, de madrugada, obligados a desalojar sus viviendas a la intemperie en medio del frío, la desesperación, la impotencia y la rabia.
Vehículos y más vehículos son pasto de las llamas. De agentes de la autoridad a modo de venganza e intimidación – que ya es grave el caso –, de personas honradas y libres de cualquier sospecha, de quienes se habían hipotecado por su utilitario. Y ninguna detención. ¿A quienes les tocará mañana? ¿Nos llevamos el coche a Algeciras hasta que pase la ola de atentados? Pero, y en casa, ¿dormiremos tranquilos?
Todo en una ciudad pequeña, de poco más de 20 kilómetros cuadrados. Fronteriza y aislada por el mar y con el mayor número de agentes de seguridad por habitantes de toda España. ¿Puede alguien citar un caso igual o parecido? ¿Cabría concebir tales hechos en Gibraltar, por ejemplo?
Y qué decir del Príncipe. La bola de fuego se agranda. Los atentados y los desafíos a las fuerzas de orden son cada vez más notorios. Los delincuentes parecen fortalecerse. Les ampara el caótico dédalo de callejuelas que serpentean el lugar. Cada vez están más organizados y son más numerosos. Los vecinos, presos del miedo, dicen no ver nada. Lógico. El caldo de cultivo que supone la presencia de cada vez más ilegales, de personas sin cualificación profesional y sin trabajo ni perspectivas de encontrarlo, las bolsas de exclusión social, los elevadísimos índices de natalidad del barrio… De verdad y sin demagogias ¿tiene solución este serio problema, más aún en estos momentos?
Los últimos sucesos son graves. La policía tiene que hacer su trabajo. Pese a quien pese. ‘El Príncipe’ parece írsenos de las manos y muchos comienzan a contemplarlo como algo perdido o ajeno a Ceuta. Con lo hermoso que sería subir a él a pasear disfrutando de su particular exotismo, a degustar un té, unos pinchitos o unos dulces típicos, tal y como hacemos en Benzú.
Y a todo esto, me pregunto, ¿existirá alguien o algo al otro lado del Tarajal detrás de todas estas algaradas desestabilizadoras?