Andamos de capa caída. El periodismo atraviesa sus horas más bajas, atrapado en la incertidumbre de no encontrar respuesta a lo que realmente somos. Antes nos llamaban el cuarto poder, puede que en algunos momentos sigamos siéndolo pero a la investigación, a la capacidad de crear se la están comiendo poco a poco los indecentes que han decidido colarse en el mundo de los plumillas, de una tribu que sabía al menos diferenciar lo que era periodismo de lo que no.
Ahora todo da igual. Cerramos 2019 con una auténtica sangría en el mundo de la comunicación. Medios históricos que cierran y se llevan su respetuoso modo de actuar para siempre. Otros que nacen sin criterio ni respeto por la profesión junto a blog dedicados a la difusión de noticias falsas y a la copia de los comentarios que anidan en las redes sociales. Se vuelcan notas de prensa, se roban fotografías sin pararse a analizar si son reales o no, se fusilan informaciones sin respeto a sus creadores y se da voz al mundo del odio. A la degradación como sociedad que vivimos se suma la degradación de unos medios de comunicación que olvidaron en el camino su función social. Sí, para eso también estábamos, para saber marcar lo que podía permitirse y lo que no, para impedir que cualquier cosa sirviera, para que el pabellón del periodismo siguiera alto.
Echar la culpa al fenómeno de las redes sociales, a la dictadura de la rapidez, a la locura de internet es la excusa fácil buscada. “Si te equivocas no pasa nada, luego se borra y ya está”, se jactaba un ‘no’ compañero sobre la deriva de la información. La dignidad se pierde en el momento en el que los medios buscan más los números que la verdad, buscan más las visitas que la calidad, buscan más el morbo que el respeto. Qué si no lleva a publicar la imagen de un inmigrante desnudo, flotando en el mar..., ¿alguien ha pensado si le gustaría verse así cuando llegue su muerte?, ¿pasa que por ser un indocumentado no tiene siquiera dignidad? Eso ha pasado y a eso le llamamos periodismo.
Ser periodista no es ser un vocero de lo que cada uno diga; la pausa y el análisis formaban parte de nuestra profesión. Las riendas las llevábamos nosotros, éramos los que dirigíamos una profesión digna orientada a la denuncia. La creación del producto nacía de la mano de personas formadas que habían invertido años de educación en saber aplicar sin fisuras la deontología periodística -sí para eso sirve la carrera-. Desde el momento en que a ese mundo se le dio la vuelta, desde el momento en que no se primó a los profesionales sino que se aupó a los farsantes y a los vagos… perdimos el norte.
El periodista no crea, el periodista vuelca contenidos que coge de cualquier foro en el que un oportunista ha vertido su primer comentario. No contrasta si aquello es falso, colabora en la extensión de las mentiras y del odio, dejándose caer en esa corrupción atentatoria contra un oficio que era muy digno, era necesario y ahora no lo reconocen ni sus propios hijos. Este 2020 dudo que algunos enmienden su manera de actuar. Creo, tristemente, que iremos a peor. Creo que se prescindirá de profesionales con ética para buscar a payasos de la farándula. Creo que seguirán muriendo los buenos medios mientras crecerán aquellos que ni se sostienen en una estructura de empresa ni siguen criterios orientados a mejorar el mundo en el que nos desenvolvemos. Añorar tiempos pasados es demasiado triste en una profesión que, se suponía, debía vanagloriarse de sus propios avances. No sé hacia dónde vamos, sólo sé lo que muchos no estamos dispuestos a asumir y lo que hemos ido perdiendo.
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