“El dilema surge al comparar las cifras totales de votos obtenidos por las distintas opciones en las referidas elecciones autonómicas. No logro localizar el resultado del voto exterior”
Como informó la prensa nacional, Carles Puigdemont, el fugitivo y fantasmagórico líder del independentismo catalán, ha declarado en varias de las infinitas conferencias de prensa mantenidas en Bruselas que consideraba las elecciones del 21 de diciembre como “una segunda vuelta del 1-O”, y un “plebiscito”, palabra que, según la Real Academia Española, significa “resolución tomada por todo un pueblo por mayoría de votos”.
El dilema surge al comparar las cifras totales de votos obtenidos por las distintas opciones en las referidas elecciones autonómicas. No logro localizar el resultado del voto exterior, si bien se conoce que los emitidos fueron 39.521 En votos directos, el bloque independentista (JuntsxCAT –puigdemont-, ERC –Junqueras- y la CUP) obtuvo un total de 2.063.361 (el 47,4%), mientras que los llamados partidos constitucionalistas “C’s” –“Ciutadans”=“Ciudadanos”-, PSC y PP) sumaron 1.889.176. Pero no hay que olvidar la concurrencia de la opción “Catcomú-Podem”, con 323.695 votos. Y aquí es donde se dirime la solución. Es conocido que tanto Ada Colau como Pablo Iglesias, líderes de esta coalición, se manifestaron contrarios a la DUI (Declaración Unilateral de Independencia) y partidarios de un referéndum pactado, así como también su erróneo criterio de que los encarcelados son presos políticos a los que debe ponerse en libertad.
No obstante lo anterior, debe tenerse en cuenta que Pablo Iglesias ha reiterado en diversas ocasiones que votaría “no” en tal supuesto referéndum. Esa es la postura del líder de “Podemos” y, en consecuencia, la del citado partido, pues lo contrario sería absurdo. Iglesias está convencido de que el “no” vencería en Cataluña. “Siempre estaré –declaró- con el ‘si’ a la unión de los pueblos de España y en contra de la independencia”. En su programa, “Catcomú-Podem” propugna la conversión de España en una república federal en la que se reconozca el derecho a decidir, si bien insiste en el carácter aglutinador de ese “Estado plurinacional”, postura lógicamente coincidente con el criterio expuesto por Pablo Iglesias: “sí” al derecho a decidir, “no” a la independencia. Estará dispuesto a enredar, porque es un antisistema nato, pero jamás se le podrá achacar que propugne la ruptura de España. Por ahí no pasa, y precisamente por eso es una lástima que ignore la vieja y sabia máxima según la cual “quien evita la ocasión, evita el peligro”. Como prueba final, baste citar las palabras del número uno de “Catcomú-Podem”, Domenech, quien declaró que su proyecto persigue “el reconocimiento de Cataluña como nación dentro de la España plurinacional”. Dentro, recalco, dentro.
En tal tesitura, si las elecciones catalanas han constituido un plebiscito entre partidarios o contrarios a la independencia y, además, una segunda vuelta del 1-O, como indicó el propio Puigdemont, los votos de “Catcomú-podem” han de ser sumados a los obtenidos por C’s, PSC y PP, ascendiendo así a un total de 2.212.871, es decir, 149.510 votos más que los logrados por los independentistas, ventaja que no habrá podido ser salvada en ningún caso por los 39.321 del voto exterior.
He hablado con ceutíes que residen en Cataluña desde hace muchos años. Lógicamente partidarios de la unidad de España, están muy desanimados por el resultado de las elecciones, por cuanto ha dado mayoría absoluta de escaños a las opciones independentistas, cuyos votantes se jactan públicamente de ello, tratando de abochornar a los que, despectivamente, llaman “botiflers” (traidores españolistas). Traté de transmitir a mis interlocutores la idea de que ellos son los ganadores, y, con ellos, todos los partidarios de la unidad de la nación. Dándole la razón a Puigdemont (en este caso concreto y sin que sirva de precedente) resulta obvio que al tratarse de un plebiscito y de una segunda vuelta del 1-O, como planteó el autotitulado “Presidente de la república independiente de Cataluña en el exilio”, en ese caso no caben ni el desigual reparto de escaños por provincias, ni la ley D’Hont, sino pura y simplemente la mayoría de votos, conforme a la categórica definición del diccionario de la Real Academia Española. En definitiva: tanto el referéndum como la segunda vuelta del 1-O los perdió el independentismo.
A mi juicio, y con el fin de dar ánimos a esos millones de residentes en Cataluña que se sienten españoles, esta idea tendría que ser repetida, una y otra vez, en los medios informativos favorables, máxime cuando el propio Rajoy la ha compartido en su rueda de prensa del pasado viernes, aunque sin profundizar en ella. Creo que es obligación de quienes nos sentimos solidarios con aquéllos el volcarnos a fin de conseguir que abandonen su pesimismo y dejen de sentirse perdedores. El plebiscito de Puigdemont lo han perdido él y los demás separatistas, con el 47,4% de los votos y lo han ganado los que no lo son, con el 52,6, es decir, con más de cinco puntos de diferencia. Por si fuese poco, el ganador de las elecciones ha sido un partido constitucionalista, C’s, venciendo a las opciones de Puigdemont y Junqueras. Únicamente la irregular matemática electoral (los votos de Barcelona valen a este efecto menos que los de las otras tres provincias) les ha dado mayoría de escaños, pero –insisto- perdieron tanto el plebiscito como la segunda vuelta del 1-O.
Me consta que desde las páginas de un diario “de provincias” con limitada tirada poco puede hacerse para dar ánimo a tantos que allá, en Cataluña, se sienten españoles. Queda la esperanza de que haya quienes, con mayor influencia, compartan la idea y sepan sacarle el deseable provecho. Los independentistas no ganaron ni el plebiscito ni la segunda vuelta. Ahí fueron derrotados. Y, además, ahora ya saben para lo único que les vale llevar adelante su amado “procès”: para ser procesados. Podrán gobernar, pero no repetirán la DUI. Aunque son insensatos,, no puedo creer que lo sean tanto.
Resulta preciso elevar la moral de los contrarios a la independencia que viven -y sufren- en Cataluña. Jamás deberían sentirse solos y abandonados. Su patriotismo y su firmeza bien merecen la solidaridad y el apoyo de los demás españoles.