Es imposible entender la evolución estética de la Semana Santa ceutí y de las hermandades y cofradías, tanto de penitencia como de gloria, sin referirnos a la figura que más influyó en su transformación: José Serón Sánchez, más conocido como Pepe Serón, que fue el principal artífice de la metamorfosis que partió de unas fórmulas paupérrimas, estancadas y ya agotadas a finales del siglo XIX, y concluyó en un acercamiento a la modernidad de los modelos influidos por la estética andaluza y, especialmente, sevillana, que hoy se encuentran más o menos asentados.
Para lograrlo Pepe, no contando con medios suficientes para llevar a cabo tamaña empresa, derrochó una proverbial imaginación y creatividad que hoy nos sorprende por su desenfado y valentía. A las generaciones cofrades más jóvenes, atrapadas en la vorágine virtual de las nuevas tecnologías, acostumbradas a ver maravillas del bordado, la orfebrería y el diseño solo conectando el móvil o encendiendo el ordenador, les puede parecer poca cosa la obra de este inigualable artista de la apariencia, del sí pero no, experto como pocos en conseguir que la Virgen brille al más bajo presupuesto. Su legado puede carecer de valor material, pero es inconmensurable por su gracia y por su afán de superación. Es increíble la trayectoria de este mago del plástico, la purpurina y los abalorios, un cofrade genial con cuya memoria tenemos contraída una deuda moral que intentaremos, aunque solo sea en una mínima parte, saldar con estas páginas que le dedicamos con todo nuestro cariño y admiración.
José Serón Sánchez vino al mundo en Ceuta en el año 1914. En su humilde casa del callejón de la Botica resonarían los llantos de un niño recién nacido que estaba llamado a convertirse en uno de los personajes más queridos y populares de la ciudad. Bajo el brazo traía el pan de su genio innato, su capacidad para superar problemas y la habilidad de convertir los contras en pros.
Cuando el pequeño Pepito tenía solo cinco años, su familia se trasladó a un nuevo domicilio en la calle Amargura nº 9, en el entonces popular barrio de la Cigarra, considerado el más cofradiero de Ceuta según los tópicos pregoneros, y en el que Pepe mantuvo su casa durante toda su vida.
Desde muy niño comenzó a trabajar como aprendiz de comercio, repartidor y en un obrador de pastelería. Su especial inclinación por la estética fue empujándole hacia otro tipo de menesteres: ayudante de peluquería, escaparatista, pintor, decorador, ayudante de sastre… labores que le proporcionaron un importante bagaje para superar cualquier reto que se le pusiera por delante. Esto unido a su gran inventiva y su genialidad como autodidacta en el exorno de imágenes, altares y pasos, lo llevó a convertirse en un auténtico maestro en sacar partido a lo poco que entonces tenían las cofradías, un genio de lo precario que con soluciones que hoy, veintisiete años después de su muerte, aun nos hacen sonreír.
A las contrariedades de sus propias circunstancias y del tiempo que le tocó vivir les dio la vuelta con una habilidad y valentía fuera de lo común, se hizo querer y respetar tal cual era, con su vivo genio incluido… porque cuando a Pepe se le ajumaba el bigote era mejor salir corriendo. Las señoras burguesas se lo rifaban como decorador: él escogía el color de la pintura e incluso pintaba y empapelaba con sus propias manos, cosía las cortinas, ordenaba los cuadros, seleccionaba los adornos, etc.; y es que en ciertos ambientes era signo de distinción decir que Serón te había decorado la casa. Pepe se ganaba así la vida, decorando hogares, arreglando altares y prestando servicios en el Consulado de Italia que estaba en el paseo de las Palmeras en el edificio del Bazar Pepe Indio. En su periodo de máxima actividad creativa, segunda mitad del siglo XX, fue considerado como un “gurú” de la estética que no solo decoraba interiores, pasos, capillas, etc., mi madre me contaba con qué gracia había vestido de flamenca a la hija pequeña de una amiga aconsejándole el ademán exacto que debía explotar, que incluía arrastrar por el suelo con indolencia un mantón de Manila. Recuerdo su labor en la caseta de feria “La Castañuela” para la que ideó un imposible techo de volantes blancos salpicados de madroños rojos…
Pero es en su faceta cofrade donde dejó las mejores muestras de su ingenio. Decimos que Pepe era autodidacta, pero en él influyeron artistas locales como el gran Pepe Garzón, jerezano que desarrolló en Ceuta una interesante labor artística especialmente recordada por sus espectaculares carrozas, pero también por haber diseñado aquellos mantos de flores que la Virgen de las Penas lució siguiendo la estela de su homónima malagueña; o su gran amigo, el popular Luisito Pousa, otro grande del exorno cofrade.
Su relación con las hermandades de Ceuta se inicia en 1928, a sus 14 años; desde entonces su contribución fue constante y su influencia clave en el desarrollo de nuestra reciente historia. Sus inquietudes por la estética cofrade lo llevaron, ya con cincuenta años, a viajar a Sevilla. Allí tuvo la suerte de asistir a la Coronación Canónica de la Esperanza Macarena, celebrada el 31 de mayo de 1964. Entre sus pertenencias se encontraba la emblemática obra “Semana Santa en Sevilla” libro editado en 1948 con artísticas fotografías de Luis Arenas1 y también conservaba postales de pasos procesionales sevillanos; lo que nos confirma que asumió influencias y que intentó adaptarlas a la realidad ceutí de aquel tiempo. Un ejemplo de esto podría ser la movilidad que gustaba proporcionarle a la Virgen de la Esperanza en su paso: le colgaba rosarios, collares y hasta flecos de bellota en las mangas, intentando reproducir, de algún modo, la gracia del etéreo movimiento que descubrió en la Macarena mecida en su paso de palio.
Los pequeños milagros que Pepe Serón realizó tienen mucho que ver con su particular concepción estética de las cosas. Con su inventiva aprendió a sortear la escasez de medios materiales y humanos del tiempo que le tocó vivir, renovando las expresiones procesionales y cultuales de las hermandades ceutíes, proporcionando a la Virgen de África una nueva iconografía y afianzando las influencias andaluzas y sevillanas… auténticos milagros si sabemos valorarlos en su exacto contexto temporal y social.
La máxima aportación de Serón a nuestras hermandades es, sin duda, su labor vistiendo las sagradas imágenes de María. Este delicado y artístico oficio está actualmente más estudiado y valorado, pero cuando Pepe empezó se consideraba una labor secundaria propia de sacristanes, beatas y camareras a la que no se prestaba mucha atención. Ceuta estaba entonces muy atrasada con respecto a los niveles que ya alcanzaban otras ciudades del sur de España al respecto. Antes de sus aportaciones en este campo eran las camareras las que ataviaban las imágenes con un estilo austero, tocados poco elaborados y mantos a su caer. Con él llegó la revolución: tocados exuberantes y trabajados, joyas, mantos recogidos a la cintura, uso de tejidos de vivos colores y búsqueda del ideal estético que ya se extendía por gran parte de Andalucía y que tenía como paradigma la belleza popular y castiza de las vírgenes sevillanas.
Doña Pilar Pacheco Barahona fue una bizarra camarera de la Santísima Virgen de África que se destacó por su gran celo por la venerada imagen. Ella se encargaba de su atuendo y lo hacía siguiendo la inercia de los siglos: cubría a la imagen casi por completo, incluyendo saya e incluso paño de pureza postizo para el Cristo; y, por supuesto, la antiquísima peluca que el mismo Pepe tuvo que quemar con cierto respeto y algo de repulsa dado el lamentable estado que presentaba. Doña Pilar le ahuecaba el manto a la Virgen usando dos palos o cañas, artificio que se descubre fácilmente a poco que observemos fotografías de la época. En un momento dado esta señora consintió que Pepe Serón se encargara de ataviar a la Patrona, hecho que tuvo lugar con motivo de su Coronación Canónica.
Estamos seguros que doña Pilar sabía de sobra que aquel joven estaba más que capacitado para desempeñar esta delicada labor. Pero ella observaba su trabajo y le gustaba dar órdenes y opinar, que para eso era Camarera de la Santísima Virgen. Nos imaginamos la escena que el propio Serónnos contara tantas veces: “Yo me subía al paso o al camarín para vestir a la Virgen y Pilar Pacheco, sentada en un sillón de la iglesia, miraba lo que hacía a través de, un tubo de papel enrrollado, como si fuera un catalejo, y me corregía: Pepe ese pliegue no está como el otro…”
La secular imagen de Ntra. Sra. de África fue coronada canónicamente el 10 de noviembre de 1946. En esta fecha la forma de ataviarla sufre un notable cambio que debemos a Pepe Serón ya que a partir de entonces se encargó de su arreglo hasta que fue restaurada en 1991. En los 53 años que desarrolló esta labor le proporcionó a la imagen una presencia icónica tan especial que actualmente muchos seguimos añorando: la estampa de una Patrona amada por sus fieles hijos que, de generación en generación, depositaron en ella todo tipo de donaciones, alhajas y joyas votivas.
La primera vez que Pepe atavió a la Virgen de África, para la histórica ceremonia de su Coronación, dejó a la vista la maravillosa talla de las rodillas, usando el riquísimo pecherín de oro y rodeando su rostro con un airoso y suelto tocado de encaje que se alargaba hasta los antebrazos. Pero el detalle más conmovedor y emocionante fue esa corona de rosas de pitiminí con las que Pepe ciñó las sienes de la Virgen mientras llegaba el momento de la imposición solemne de la nueva corona de oro.
La relativa sencillez presentada por la Virgen de África en los años inmediatamente posteriores a su Coronación fue cambiando al incorporarle ciertas alhajas y donaciones que se tenían como emblemáticas: la medalla de Alcaldesa Perpetua de Ceuta, la de Alcaldesa de La Luisiana, la placa de oro del Centro de Hijos de Ceuta, el juego de cruces y broches isabelinos…
Es como si Pepe quisiera que de un simple vistazo se pudiera comprender toda su trascendencia histórica y devocional. En el tocado que rodeaba la cara de la Virgen, que parecía de espuma de mar por sus graciosos rizos y bullones, realizados con notable maestría, gustaba colgar broches y pendientes como si fueran ricos balancines que aportaban su especial movimiento y brillo.
De la devoción y el cariño que sentía por la Patrona de Ceuta podemos dar fe, ya que en algunas ocasiones tuvimos la dicha de ser testigos del extremo cuidado y el amor que ponía en sus tareas al servicio de tan Gran Señora.
Pepe vistió a casi todas las Dolorosas de Ceuta siguiendo sus particulares criterios que siempre buscaban lo espectacular más que lo perfecto. Aunque no pudo usar buenos materiales le sacó mucho partido a los encajes baratos, a los tejidos sintéticos y a los estridentes lamés de importación. En algún momento estuvieron a su cargo la Virgen de las Lágrimas, la de la Amargura, la Piedad y la Caridad, a la que durante varios años seguidos convirtió para el paso, según sus propias palabras, en un “ascua de plata” para lo que tan solo necesitó varios metros de encaje moruno plateado, una saya verde agua con aplicaciones en plata perteneciente al ajuar de diario de la Virgen del Amor y la diadema plateada del Mayor Dolor, un ejemplo que ilustra otra característica suya en estos menesteres: el trasiego de mantos, tocas, sayas y coronas de una imagen a otra para cubrir faltas o, simplemente, por capricho estético.
Fue constante vistiendo a la Soledad, Amor, Desamparo y Penas, para la que ideó un tocado abierto que permitía contemplar la antigua cabellera que le modelara el artista ceutí Torvizco; decía que así la Virgencita menuda de San Francisco parecía más grande. Una de sus Dolorosas preferidas era la de los Remedios, Ntra. Sra. del Mayor Dolor, y no solo por la belleza y valía artística de la imagen, sino por su gran amistad con ese otro emblema de las cofradías ceutíes: Pepe Remigio.
A ella también la solía despejar, aunque no tanto como a las Penas; creándole algunos tocados que han quedado en nuestra memoria gracias a su difusión en programas y carteles, como la fotografía en blanco y negro que sirvió para anunciar oficialmente la Semana Santa de Ceuta 1972, que recoge a la imagen con sus tradicionales prendas de los días grandes luciendo un elaborado tocado con encajes muy rizados con el que Pepe se adelantaba a su tiempo.
Cualquiera que tenga el suficiente interés y compare las fotografías de nuestras vírgenes ataviadas por Serón puede deducir sin dificultad una verdad incuestionable: que a su Esperanza la vestía mejor que a ninguna. Hay quienes, con cierta malicia, afirmaban que lo hacía calculadamente para que la suya destacara entre las demás… Nosotros no creemos eso, pero es evidente que la motivación, la ilusión y la química entre Pepe Serón y su Niña de la Esperanza hacían que la Dolorosa del Encuentro brillara con luz propia.
Desde que la Sacratísima Virgen de la Esperanza llegó a Ceuta en 1946, Pepe sintió por ella un profundo cariño. Era muy distinta a las demás, parecía más joven, mas bella y encarnaba el ideal de Dolorosa castiza sevillana. La Esperanza fue para Pepe Madre e hija a partes iguales y también musa que le empujaba a idear, a crear, a superarse. Sus mejores obras están puestas a los pies de la Esperanza, para ella bordó sin saber, calcó lo que no pudo dibujar y cosió hasta dejarse las pestañas en ese cuartillo del coro de África. Pepe presentaba a la Esperanza con gran empaque, ensanchándole el manto a la moda sevillana del momento, modelando los pliegues (que él llamaba cartuchos) a ambos lados de la saya. Los tocados para Ella tenían una gracia y una frescura especiales, generalmente haciendo uso del típico pellizquillo macareno en la frente; y para terminar de identificar la Esperanza de Ceuta con la de San Gil no podían faltar las célebres mariquillas de esmeralda… otra genialidad de Pepe, ya que al no disponer de otra cosa, él mismo las fabricó como pudo con abalorios verdes y alambre.
La corona de la Esperanza, que reproduce el modelo de la utilizada para la Coronación de la Virgen de África, guarda un entrañable detalle en su cruz: en ella quedaron grabados para siempre los apellidos de dos grandes cofrades devotos de la Dolorosa del Encuentro: Serón y Pousa.
Al insistir en la precariedad a la que se enfrentaban aquellos cofrades de mediados del siglo XX, debemos dedicar un pequeño apartado a las “telas morunas” o “telas de Ceuta” como la denominaban algunos cofrades peninsulares.
Pepe fue un maestro en sacar fruto a esos tejidos de importación, tan propios del gusto oriental por sus vivos colores y sus brillantes reflejos metálicos. Se podrían catalogar como sucedáneos baratos de los brocados y espolines empleados desde la época barroca en el atuendo de imágenes sagradas, pero había que atinar en su elección ya que a veces pasaban de lo efectista a lo chabacano. Eran telas que se vendían en Marruecos y en algunas tiendas de Ceuta, muchas procedían de Francia y se utilizaban para confeccionar caftanes, cortinas y cojines. Lo curioso es que la afición por estos tejidos durante las décadas de 1960 y 1970 se extendió por gran parte de Andalucía: cofrades de Cádiz, Málaga, Huelva e incluso Sevillalos admitieron gustosamente en los ajuares de sus titulares, especialmente para ser presentadas a diario en sus altares o camarines. Con respecto a nuestra ciudad, todas las imágenes marianas, incluida la Virgen de África, contaban con prendas de telas morunas, la mayoría de ellas confeccionadas por Serón; el ejemplo más curioso puede ser el palio negro y oro que realizó para la Soledad y la singular túnica del Nazareno que trata de imitar las de estilo “persa”.
En realidad cualquier tejido que tuviera un cierto brillo que recordara de lejos la riqueza de los auténticos brocados o el efecto de los bordados, era empleada por Pepe con gran imaginación, como los tapetes y corremesas chinos con bordados a máquina en seda e hilos dorados que utilizó a modo de cartelas en el palio de la Virgen del Amor y en el de la Esperanza y que vistos en su contexto y a cierta distancia parecían lo que no eran.
Una de las muestras más interesantes y poco conocidas de su creatividad es el palio que le improvisó a Nuestra Señora de África para la procesión extraordinaria que debía celebrarse al término de la Guerra Civil. Para tan excepcional ocasión (teniendo en cuenta que la Virgen no salía habitualmente) Pepe, que entonces contaba 25 años, hizo acopio de cuantos jarrones y candelabros cayeron en sus manos, disponiéndolos sobre la parihuela de la Soledad de la forma más armoniosa posible, teniendo en cuenta que cada uno era “de su padre y de su madre”. También utilizó los ocho varales de plata “ruolz” de la Dolorosa del Santo Entierro, pero como el techo y las caídas eran de terciopelo negro, los consideró fúnebres y poco apropiados para la celebración, así que convirtió en bambalinas los cuatro paños de frontal de altar de tul bordado en hojilla que la Soledad usaba a modo de respiraderos. El techo le dio más trabajo ya que tuvo que crearlo con varios metros de tul cuyos plisados radiales convergían en el centro uniéndose bajo una pequeña gloria con resplandores. En este paso, que nunca llegó a salir, permaneció entronizada la venerada imagen algún tiempo esperando el inminente final de la contienda, pero como desgraciadamente la espera se alargaba más de lo previsto, la Virgen tuvo que volver a su camarín. Cuando la guerra terminó se celebró la procesión con la Patrona de Ceuta pero ya en otro paso y sin palio. Es una pena que el único documento gráfico de este singular palio sea una pequeñísima estampa impresa en la Tipografía M. Alcalá, cuya gruesa trama hace difícil apreciar los detalles. Aun así podemos deducir que la Virgen presentaba una banda terciada, suponemos que con los colores nacionales; y nos hacemos una idea más que suficiente del generoso adorno de flores de tela y de los cirios de la candelería dejando los espacios oportunos para que, de frente, se pudiera ver bien el rostro del Cristo.
Las circunstancias impidieron que la Virgen de África se echara a la calle bajo el vaporoso y etéreo palio de tules que Pepito Serón había creado para Ella; pero nos dejaron para siempre este pequeño recuerdo en sepia, anécdota de algo que pudo ser y no fue.
Pepe Serón llegó a ser toda una institución en los ambientes eclesiásticos de la ciudad, especialmente en el Santuario de África, Telas morunas y paños chinos fueron utilizados con total soltura y desenfado por Pepe Serón. Izquierda: paso de la Esperanza con unos “respiraderos” improvisados a base de tela moruna. Digna de mención es la pintoresca crestería de azucenas de plástico. Centro: la Soledad con su antiguo palio de brocado negro y oro confeccionado por Pepe, también aquí debemos fijarnos en la crestería realizada en madera forrada de la misma tela, de clara inspiración sevillana. Izquierda: antiguo techo de palio de la Esperanza compuesto, entre otras cosas, por tapetes y corremesas “Made in China.” convirtiéndose en un personaje indispensable durante más de 60años. No era difícil encontrarlo trajinando por cualquier rincón del templo, siempre activo, siempre ideando algo... era un capiller inquieto, un cofrade hacedor que, por conocer tan bien las carencias que limitaban sus planes, las toreaba con el volapié de su desparpajo.
Arreglaba los altares de las Patronas de los distintos cuerpos del Ejército cuando llegaban sus fiestas: Perpetuo Socorro de Sanidad, Pilar de la Guardia Civil, Carmen de la Marina, Sta. Bárbara de Artillería, etc., lo hacía a la antigua usanza, nada que ver con lo que hoy entendemos por cofrade: llenaba el altar de flores artificiales, bombillas, velas y jarrones con cierto regusto monjil, por aquello de la ingenuidad; pero siempre lograba un ¡oh! aunque solo fuera por lo exagerado de sus montajes efímeros. Tenía sus incondicionales en las damas de cada Asociación que lo adulaban con intermitentes: “¡qué arte tienes!”, “Dios te bendiga esas manos”... y cosas por el estilo. Pepe se dejaba querer y disfrutaba de esos pequeños triunfos como nadie.
Algo más de enjundia que los altaritos de las Patronas militares, tenían los que arreglaba para las cofradías. Célebres fueron algunos de sus montajes para la novena de Santa María de África, haciendo gala de su especial sentido de la estética y usando cuantos más elementos mejor, para que se notara la fiesta en la profusión de adornos, colgaduras y gladiolos de plástico “sembrados” en lugares inauditos.
Recordamos con nostalgia aquel año que quiso presentar a la Virgen con un manto distinto cada día de la novena; tan genial disparate le costó a Pepe nueve días sin tregua de sube y baja, quita y pon... pero estaba satisfecho: cada mañana esperaba en el Santuario los elogios de la feligresía. Por cierto, para hacer realidad esta ocurrencia la Patrona tuvo que lucir todos sus mantos y aun los de salida pertenecientes a Esperanza, Soledad, Mayor Dolor y Penas.
Otro altar que Serón adornaba a su manera, sin tener mucho en cuenta los cánones, era el del tradicional Septenario Doloroso de los Remedios. Por su gran amistad con Pepe Remigio, alma mater de la cofradía, y por el cariño que sentía por Nuestra Señora del Mayor Dolor, Pepe trabajaba allí muy a gusto, rodeando a la Virgen de todo tipo de enseres y creando para Ella una especie de cámara de las maravillas, o al menos eso nos parecía entonces, por ser la única hermandad que podía permitirse algunos refinamientos que para el resto eran impensables: jarras de plata, candelería, insignias bordadas...
Pero sobre todo, destacaba la verdadera joya, el auténtico lujo de los Remedios: la sublime Dolorosa de Juan de Astorga que, tras África y su Esperanza, ocupaba el tercer lugar en el corazón mariano de José Serón Sánchez.
También se atrevió a arreglar capillas. La del Nazareno y la Esperanza la decoró en varias ocasiones, la última haciendo gala de una simplicidad poco propia de él, creando un fondo de terciopelo burdeos sobre el que destacaban las imágenes titulares.
Alrededor de 1975 adaptó la antigua capilla bautismal para que en ella tuvieran cabida los titulares de la Expiración: el Crucificado, la Dolorosa del Amor y San Juan Evangelista. Tapizó el fondo con terciopelo rojo plisado rematado en por una cornisa superior realizadacon molduras de enmarcar de madera dorada y en los laterales reutilizó las antiguas lámparas de pared que ya formaban parte de la capilla, pero actualizándolas con nuevas tulipas de cristal esmerilado.
El resultado fue sobrio pero muy digno, consiguiendo que la Expiración tuviera, por primera vez, un lugar en el Santuario de África donde exponer sus sagradas imágenes pernamentemente.
En los modestos ajuares de nuestras sagradas imágenes se siguen conser1vando, e incluso utilizando, las entrañables creaciones que en su día realizara Serón. Otras, desgraciadamente, han sucumbido al paso del tiempo y de las modas. Es cierto que para saber apreciar sus aportaciones en este campo hay que saber mirarlas con cariño y, sobre todo, situarlas en su contexto. No son piezas que destaquen por su riqueza, ni por la calidad de su diseño; ya hemos comentado que Pepe no sabía dibujar y, por regla general, no podía utilizar materiales de buena calidad. Pero es, precisamente ahí donde radica su encanto: en la inventiva de usar lo que encontraba a mano; perlas y abalorios sintéticos de los bazares, agremanes baratos, botones de caftán, telas y encajes morunos, paños chinos y bolsos de malla plástica fueron su materia prima junto a materiales más nobles como antiguos bordados, rescatados de viejas prendas caídas en desuso por su deterioro.
Con estos variopintos elementos realizó muchas piezas como la Saya de los gusanillos, la sya burdeos, la saya de las alcachofas, la túnica persa del Nazareno, palios, tocas, insignias, etc.
Pepe Serón, por su carácter, no podía pasar inadvertido. Sus ocurrencias y su especial sentido del humor eran proverbiales. Como ejemplo una anécdota que tuvimos la suerte de vivir en primera persona.
Entonces (principios de la década de 1980) se permitía asistir a las reuniones de la Junta Oficial de Cofradías de Ceuta como oyentes a cuantos cofrades tuvieran interés en ello. En esa calidad disfrutamos de momentos inolvidables escuchando las ocurrencias de los mayores. Aquel día, como casi todos, se discutía del reparto de la subvención municipal que se hacía por puntos y, lógicamente, las cofradías con un solo paso tenían menos puntos y por lo tanto cobraban menos. Se le ocurrió protestar al bueno de Manolo San Agustín, entonces hermano mayordel Valle, alegando que tenía muchos gastos porque aunque su cofradía era de un solo paso, tenía muchas imágenes... saltó, ¡cómo no!, Pepe Serón y dijo con toda la guasa del mundo: “Pues nada, el año que viene saco yo la Santa Cena con cuatro camareros incluidos y me llevo todo el dinero”.
En 1985 la Junta Oficial de Cofradías de Ceuta lo nombró Cofrade Ejemplar, dedicándole un espacio en el programa de Semana Santa de 1986. En el seno de su Hermandad del Encuentro, Pepe tenía una segunda familia, creando lazos entrañables con los cofrades más asiduos como: Ignacio, Villodres, Pedrito, Julio y, sobre todo, Joaquín Cabello, convertidos en auténticos compadres por ser Pepe padrino de bautizo de su hija.
Los últimos dos años de Pepeestuvieron velados por cierta tristeza a causa de los acontecimientos que rodearon la restauración de su querida Virgen de África. El 7 de marzo de 1991 se organizó el acto de despedida de la venerada imagen antes de su traslado a Madrid, y para esa ocasión la vestiría por última vez.
Una vez concluida la intervención, nuestra Excelsa Patrona regresó a Ceuta el 21 de diciembre de 1991. Recordamos, perfectamente, que cuando la imagen quedó entronizada en el presbiterio, Pepe se adelantó muy emocionado para besarla y tocarla... ¡sin guantes! ¡qué barbaridad!... eso parecían decir las miradas condescendientes y algo despectivas del cultísimo personal que se había dado cita en el Santuario para este acto. Algunos sectores eclesiásticos, de acuerdo con los ambientes “culturales” de la ciudad, se erigieron como únicos valedores de la imagen, despojándola de su tradicional iconografía, manipulando a los fieles con el pretexto de su conservación e interpretando, según su propio interés, las normas dictadas por los restauradores. Muchas veces hemos dicho que la restauración salvó la talla, pero estuvo a punto de acabar con la imagen, pues como imagen entendemos todo el conjunto iconográfico que encarna a Santa María de África y no solo a la escultura.
Todo aquello fue muy triste para quien durante 53 años ininterrumpidos se había encargado del cuidado y atuendo de la Patrona de Ceuta, máxime si tenemos en cuenta que esos mismos interesados elementos de la “élite“ cultural y religiosa fomentaron y difundieron una infame leyenda negra que culpaba a Pepe Serón del deterioro de la Virgen, lo que era totalmente falso. Alguna vez tuvimos el grandísimo honor de trasladar a la Virgen de África de msu camarín al paso y fuimos testigos del trato que Pepe le daba a la sagrada efigie, a la que amaba entrañablemente.
El manto y la corona jamás los llevó directamente ya que precisamente en 1946, para la coronación, se fabricó un armazón metálico que sostenía todo. Pepe murió en 1992, a sus 78 años, con la pena de ver a la Virgen despojada de sus atributos y encerrada en su propio camarín.
Gracias a Dios que las aguas, finalmente,volvieron a su cauce, pero Pepe ya no pudo verlo con los ojos de este mundo. Su muerte dejó consternado a toda la familia cofrade ceutí. Su querida Hermandad delEncuentro colocó junto a la capilla de sus titulares una placa de cerámica de Fajalauza, al estilo de los callejeros granadinos, con el texto “Pepe Serón, Prioste, 1939-1992” para dejar perpetua memoria de los más de 50 años de fecunda labor cofrade a los pies del Nazareno y la Esperanza.
Por su parte, la Hermandad de los Remedios puso en las manos de Nuestra Señora del Mayor Dolor un pañuelo negro como señal de luto por su muerte y así recorrió la Dolorosa de las Dolorosas las calles de Ceuta en aquel primer Viernes Santo sin Pepe Serón.
El 28 de febrero de 2013 el Pleno de la Asamblea de la Ciudad Autónoma de Ceuta, a petición del Consejo de Hermandades, aprobó por unanimidad dedicar una calle en su memoria de acuerdo con la Ordenanza reguladora de la nomenclatura y rotulación de vías urbanas de Ceuta. De este modo la calle entre la sacristía del Santuario de África y el desaparecido bar “Sin Nombre”, tantas veces recorrida por la Sacratísima Virgen de la Esperanza al encuentro con Jesús Nazareno, pasó felizmente a denominarse calle Pepe Serón.
El legado de este excepcional cofrade nos habla de devoción, entrega, afan de superación y, sobre todo, ilusión... una gran receta para aliviar los males que actualmente aquejan a las cofradías ceutíes, aunque ya no tengan que echar mano de la purpurina ni de las flores de plástico.
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