Tras 15 horas de “negociaciones” se alcanzó “un acuerdo” entre España y Marruecos “fruto de la colaboración en materia migratoria”. Con este mensaje oficial se ponía ayer punto y final a la historia de unas personas que fueron reducidas a meras pelotas de ping pong por los gobiernos de España y Marruecos. Llegaron a isla Perejil después de una travesía complicada debido al fuerte viento. Pidieron auxilio, dijeron que un compatriota había caído al mar y reclamaron asistencia. Así durante horas, hasta que sus teléfonos dejaron de comunicar.
Frente a la mítica isla que situó a Trillo y la España de Aznar en primera línea de defensa de ‘lo español’, estaba Salvamento Marítimo y, algo más lejos, la Guardia Civil. En tierra un grupo de subsaharianos que no se sabía si estaban bien, mal o regular. Tampoco si exigían de una acción inmediata, sencillamente porque son... ¿cómo se llaman?: personas. Marlaska y sus colegas marroquíes hablaban de lo divino y humano mientras estos subsaharianos se quedaban esperando como si fueran meros reflejos.
Finalmente en torno a las diez de la noche nos contaron que Marruecos se había hecho cargo de todos ellos. No sabemos cómo, ni de qué manera. Tampoco conocemos su estado, ni si debían ser atendidos por alguna entidad social. No sabemos más que las administraciones oficiales se felicitaban porque el mini conflicto Perejil se había resuelto como un partido: hoy los goles quedan en Marruecos, mañana ya se verá.
Y todo esto sucedía en una jornada en la que ningún partido político se preguntó qué pasaba en Perejil, aunque todos hacían campaña y hablaban sobre la inmigración, los derechos humanos, la asistencia, la humanidad y todas esas cosas que nos repiten como máquinas pero que ellos no creen.
Cosifican a las personas, se olvidan de todo aunque ese todo suceda en la tierra de Perejil
El Perejil fue lo que fue, sirvió para lo que sirvió y elevó a las alturas a unos gestores políticos que ni tan siquiera saben ya qué decir sobre aquello, ni se preguntan cómo se regula un territorio en el que pasó de todo: entradas curiosas, utilización perversa de los servicios de información por parte de la clase política y mercadeo de fotografías con un medio de comunicación mentiroso que jugó a ser el Premio Pulitzer con otro político más mentiroso aún y con la colaboración del más vivo ejemplo de las oscuras tinieblas que todavía siguen asomando por el centro real de nuestra ciudad. El mundo cada vez es más sorprendente.