A la vuelta de la esquina está el final del estado de alarma y la anulación de buena parte de las restricciones aplicadas hasta el momento. En concreto de las fundamentales como son el toque de queda o el cierre perimetral. Los gobiernos de las distintas comunidades autónomas se preparan para adaptarse a una situación distinta y ya claman por disponer de herramientas jurídicas que persiguen defenderse ante el descontrol que se puede avecinar, que es el que todos tememos.
No se puede vivir eternamente con miedo ni tampoco mantener en el tiempo medidas excepcionales imposibles de sostenerse. Pero tampoco se puede olvidar todo. Ese es el gran peligro, que olvidemos. Que perdamos la empatía con quienes han perdido a sus seres queridos, que pasemos página sobre los daños del virus, que nos entreguemos al egoísmo porque a nosotros no nos haya pillado de cerca o que nos dejemos embaucar por el complejo Bosé.
Olvidar es fácil. Lo hemos hecho demasiadas veces. Es tan fácil como tropezar con la misma piedra, como cometer los errores que nos llevaron a un camino que parecía sin retorno.
Hay quienes, a pesar de no imponerse restricciones, seguirán siendo responsables y cuidadosos en sus relaciones sociales. Pero ganan la partida todos aquellos que pareciera que acaban de salir de un encierro y van, como se dice, ‘a por todas’.
No sé qué panorama tendremos, que nuevo escenario nos encontraremos. Lo que sí sé es que no cabe el conformismo ni el reproche de todo lo que suceda a nuestro alrededor a quienes nos gobiernan porque de nosotros va a depender, muy mucho, las consecuencias que vendrán después.