Es curioso que -menos los políticos- todos pactemos. Incluso la mafia china contrató al “Niño Juan” como alunicero. Juan María Gordillo es un morenazo de los que cosificamos en Twiter de ojos grandes y gesto severo. Dice ser un electricista del montón que trabaja diez horas cada día, pero en realidad es un mago del volante, de los butrones y de las persecuciones.
El día de los inocentes de este año pasado, Juan cayó como el niño que es a pesar de su 33, no como Jesucristo, sino como las veces que le han arrestado. El atraco que se proyectaba daba trazas de película de serie B de los domingos por la tarde. Imagínense un castillo en Fontainebleau, arte chino a espuertas y alguien (aún no se sabe quién) que lo quería a toda costa, tanto como para contratar a Juan y a más españoles que los de la Secreta siguieron hasta poder dar el cante a los franchutes, que fueron los que- finalmente- los trincaron.
Los investigadores atestiguan que lo que iban a robar no era vendible ni siquiera en el mercado negro, porque son obras catalogadas desde hace décadas. Lo que no dicen es que en China hay gente que se ha hecho muy rica desde que el cuello Mao dejó de estar de moda. Gente que podría querer engalanar su casa con reliquias que dieran testimonio precisamente de esa grandeza conseguida. Tampoco se dice (más que de refilón) que estas obras eran propiedad de Eugenia de Montijo que nació durante un terremoto entre laureles y cipreses, pariendo la madre Tierra al mismo tiempo que Manuela Kikrpatrick.
Los de la Secreta- que son águilas cazadoras-vieron como había dos coches, uno con matrícula italiana y otro española, que hacían sospechar que algo gordo se cocía en la olla. Los siguieron, antes y después de la frontera con los francos. Vieron cómo se organizaban en un hotelucho cerca del Castillo y cómo tenían reuniones con los chinos muy discretamente. Luego uno de los asiáticos pagó el hotel y las entradas al museo con su tarjeta. Así que los hilos para el tapiz, ya estaban tomando forma. Lo más arduo del asunto no es que las piezas que se querían robar ya hubieran sido esquilmadas en China en la Revolución francesa por las tropas napoleónicas o que procedieran del saqueo del Palacio de verano de Pekín a cargo de bárbaros franceses y anglos; Tampoco la corta estatura del alunicero que dio origen a su apodo, ni que yo crea que hay un confidente policial dormido entre estos párrafos, sino que esas obras de arte están llenas de sufrimiento y sangre porque al saquearlas y llevarlas de mano en mano, no solo atesoraron polvo de epiteliales sino sudor y lágrimas. No nos damos cuenta pero los Museos, los Castillos y las Instituciones que los albergan, no son más que enormes fosas comunes con más lujo que Pompeya y más cadáveres ocultos que el Valle de los Caídos.
No son las entradas pagadas con la tarjeta del asiático, dormidas en los bolsillos de los españoles detenidos, más que testimonio de pobres electricistas frustrados que dan con sus huesos en la trena para que algún chino acaudalado no vea más que una macula (muy pequeñita) en su agenda virtual para conseguir que la afrenta del saqueo al palacio de Pekín sea otro día vengada.
No es más que sangre desnaturalizada y en polvo la que acoge a los recuerdos, plegamientos y desvaríos que son los museos, alojaderos de locos, pirados y nostálgicos que ven arte y belleza donde otros vemos sufrimiento, afrentas y quemazón de libertades. Muchos han visto esas piezas de arte, mucho el niño Juan en sus 30 detenciones, mucho las llaves clonadas que usaba para birlar autos de millonarios y las guardias mal pagadas de los polis perseguidores de cacos de peli de serie b, con trazas de teleserie Europa con franceses delgados y españoles de ojos tristes y minúscula estatura. Mucho el destino de la Montijo que vagó como las piezas saqueadas, de sala de exposición de Palacio a salón de rico apoltronado.