No podía pasar este día sin contemplar el ocaso del sol. He subido hasta el baluarte de San Antonio de la ciudadela del Hacho por una empinada cuesta que me ha dejado sin aliento. Son las 9:05 h. Le quedan a este día tan especial para mí apenas diez minutos. El cielo está despejado en su mayor parte, excepto en la franja más próxima al horizonte. Aquí se concentran unas tenues nubes jaspeadas que no impiden la formación de un alargado y potente haz de luz dorada tendido sobre un mar en perfecta calma.
Todo el paisaje está impregnado de este color dorado y se respira una atmósfera de serenidad, alegría y magia. Me quedo absorto observando la belleza de Ceuta. A lo lejos es posible reconocer el perfil del rostro y el pecho del Atlante dormido. Mientras que mis ojos escudriñan el entorno los oídos están pendientes del sonido de las aves. Al mismo tiempo aspiro el peculiar olor de las rudas. También escucho el croar de las ranas de un cercano estanque al que iba de pequeño con mi padre a darle de comer a los patos. Este lugar se había perdido de mi memoria y está noche lo he reencontrado.
Toda la luz que el sol proyectaba sobre el mar se ha reconcentrado en el mismo disco solar. Las nubes disipan su forma redondeada, amplían su destello y contribuyen a crear una estampa celestial. Al tocar el agua el sol recupera su forma redondeada. Es una gota de oro puro vertido por los dioses directamente del crisol alquímico.
Para recibir al astro rey se abren las mismas puertas del inframundo, donde lo recibe el dios Hades. Su mujer Perséfone disfruta de su regreso a la tierra y paseo con ella por unos campos llenos de flores y embriagadores olores. Los capullos en flor en flor se abren y levantan en señal de respeto ante la diosa primaveral.
La noche se va a apoderando del cielo y con ella llegan los planetas y las estrellas. Sobre la fortaleza del Hacho veo aparecer al brillante y espectacular Júpiter. Poco después se ilumina una de las grandes constelaciones de la primavera, la femenina Virgo con la majestuosa espiga en su mano. En el oeste a quien contemplo fugazmente es a Sirio, cuya fuerza ha ido disminuyendo con el paso de los días. Todos estos astros cuelgan de un firmamento de azul ultramarino, un color similar al lapislázuli, considerada el “oro azul” por las grandes pintores del renacimiento.
No hay para mí mayor tesoro que disfrutar de este oro azul. Es una tonalidad tan bella que siento una íntima alegría y percibo con claridad el carácter sagrado y mágico de este lugar.