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Orden de batalla de los portugueses en la conquista de Ceuta (I)

Zala-Benzala, Alcaide y Señor de Ceuta, de Arcila y de otras poblaciones, era hombre ilustre por su cuna en razón de ser descendiente de los reyes Benemerinis, la mayor nobleza de toda África. Las noticias de la expedición portuguesa también llegaron a Ceuta y el recelo hizo acudir a la ciudad a más de cien mil musulmanes. El Rey Portugués dio las órdenes para que a la madrugada siguiente se levasen anclas de la había de Algeciras, disponiendo el orden que los bajeles tenían que adoptar para navegar sobre la plaza de Ceuta; como debían distribuirse las fuerzas en orden de ataque. Se situó la flota en viento, mas acabadas de desplegar sus velas, les sorprendió una tremenda tormenta huracanada, sin que a muchos buques les diera tiempo a recoger velas. Los buques, por la acción del temporal, se apartaban con exceso unos de otros, y se llegó a pensar en que se podía producir un naufragio inevitable. Al comenzar tan terrible tempestad, el Rey había dado por consigna que el punto de reunión de la escuadra, caso de diseminarse, sería Punta Carnero.
El vendaval, que se creyó un inconveniente para la conquista de Ceuta, paradójicamente, la hizo más fácil y menos peligrosa. Zala-Ben-Zala que en vista del horroroso huracán consideró la escuadra completamente naufragada y que tuvo por ciertas las noticias que le dieron, de que ya no podían atacar, abandonó el cuidado y considerando que los musulmanes auxiliares perjudicaban la ciudad y sus contornos, los mandó retirar: mientras ellos regresaban a sus aduares y Zala-Benzala de creía ya seguro, los buques iban juntándose en Punta Carnero como se había ordenado. Reunidas las fueras marítimas de la expedición, el Rey estimó conveniente saltar a tierra con los principales jefes de su ejército: así se planeó y propuso en consejo de guerra, el plan de acción. Hubo tres opiniones. 1º. Que se volviese a Portugal, porque el plan para conquistar Ceuta por asalto, se hacía imposible por la seguridad de su situación local y por el arte en fortificación, estando auxiliada por innumerable musulmanes y que probablemente se iría multiplicando a cada instante el número de sus defensores. 2º Que para no retirarse a Portugal, sin haber entrado en combate, podían atacar y tomar Gibraltar. 3º Y última, se patentizó la opinión de los hijos del Rey, que no debían retirarse sin emprender el asalto de la plaza de Ceuta, determinación con la que habían salido de su reino.
El Infante D. Enrique antes de partir de Lisboa, había pedido al Rey como merced especial ser el primero en ir al asalto: lo llamó su padre y le dijo, que le concedía la gracia que en su patria le pidió. Que quería que no se comportarse como compañero de los demás guerreros, sino como el principal capitán en la escalada.  Que aquella noche debía adelantarse con la flota que se aprestó en Oporto, y anclarla sobre la ciudad de la embestida y fondeadero de la Almina. Que él (el Rey) en persona iría con el resto de las fuerzas navales a dar fondo por el otro lado en el sitio de los Baños. Este era el plan estratégico del Rey, basándolo con mucha cordura, con el objeto de que, cuando los musulmanes vieran allí el grueso de la escuadra en el frente de los Baños, creyesen que por allí sería el desembarco. Asimismo previno a Don Enrique que al oír la señal que le haría, saltase a tierra conduciendo sus combatientes y efectuando la operación con la velocidad del rayo, ordenando sus fuerzas y aprestándolas lo mejor obrar, y que después que tuviera noticia del desembarco, marcharía en su busca a toda prisa. A la caída de la tarde del día 13 de agosto, levó anclas la división mandada por el Infante D. Enrique y se colocó en orden, formando la vanguardia. El resto de la escuadra practicó igual operación, y el conjunto naval se puso en marcha para los puntos señalados. Antes de media noche ya habían anclado en su respectivo fondeadero. Los musulmanes no dejaron de notar alguna novedad; pero nunca creyeron que el ejército portugués los tuviera ya bloqueados; sin embargo, querían mostrarse llenos de valor pero no hicieron por entrar en combate. En el crepúsculo matutino daba inició al día; nadie dormía a bordo, todos preparaban sus armas: la luz del alba que aparecía, era la de la víspera de un gran día, el de la Asunción de la Santísima Virgen.
Fatal amaneció para el Infante D. Enrique. Al entrar en una pequeña barca para recorrer su escuadra y acudir más veloz al punto que conviniese, fue herido gravemente en una pierna. Zala-Benzala estaba lleno de temor ante los inmediatos acontecimientos, consciente de su inferioridad ante aquellos bien ordenados y bien dirigidos preparativos de guerra. En tanto las fuerzas cristianas esperaban la señal de desembarco. Mientras tanto, las murallas de la Almina iba cubriéndose de musulmanes, la que con su proverbial gritería intentaba sembrar el terror entre los guerreros cristianos. Uno de sus capitanes, Juan de Fogaza, se lanzó a todo remo para embestir en la playa con su batel. El primero que tuvo el honor de pisar las arenas de la playa, fue Riu Gonzales y su gente que, peleando espada en mano, provocó la huida de de la tropa bereber que le atacó. A paso de carga se dirigieron a la puerta de la Almina y, sin reparar en resistencia armada, se apoderaron de ella a pesar de la tenaz lucha con los mauritanos. Cercados por el enemigo, el primero que pudo penetrar mezclado entre los agarenos fue Córte Real. Llegaban miles de sarracenos y al mismo tiempo aumenta el espíritu guerrero de los portugueses, que contaban con 300 soldados, quienes rivalizaban por situarse al lado de los Infantes que iban rompiendo el frente de combate en lucha cuerpo a cuerpo. De las filas de defensa árabe, erguía su cabeza, un negro enorme, atlético y de nervudas y fortísimas cualidades físicas, quien lanzaba enormes piedras que causaban notable y certero daño. Con una de ellas aplastó el yelmo de Vasco Méndez de Albergaría; pero como no logró matarlo, éste lanza en ristre lo atravesó de lado a lado, cayendo muerto a sus pies. Al verlo en tierra los musulmanes, volvieron la espalda a la campaña buscando protección en la ciudad. Los musulmanes huyen llenos de terror y los portugueses, resueltos, corren hacia la victoria entrando mezclados en la población. El primero en penetrar fue el mismo Albergaría. Apenas supo Zala-Benzala que los sitiadores habían entrado en la ciudad, arrasados sus ojos en lágrimas, dijo. “pues si así lo quiere Dios, hágase así; poned en salvo la vida los que pudierais.”
Unidos los infantes D. Enrique y D. Duarte con su hermano el Conde de Barcelos, que aportó 200 hombres de refresco, hicieron agrupar a la tropa en una elevación mientras saltaban a tierra los que restaban a bordo para proseguir el choque. Siendo grande la ciudad era preciso diseminarse por ella, y no era conveniente hacerlo con pocos efectivos para tener seguridad en el éxito. Llegó en tanto a donde estaban los Infantes, el Veedor de hacienda Juan Fernández y, con sumo respeto dijo:

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