El próximo Dos de Mayo se cumplen 211 años de la gesta que todo el pueblo español realizó en defensa de la soberanía e independencia de España, que nos fueron arrebatadas por el ejército imperial del todopoderoso Napoleón Bonaparte, que quiso apoderarse de toda Europa, incluida España, con engaño, bajo el pretexto de que se le permitiera atravesar territorio español para invadir Portugal. Dificultades de agenda, me obligan a adelantar este artículo.
Con él, no trato de enfocar a Francia con mirada retrospectiva vengativa ni de rencor por aquellos lejanos tiempos. Pero la historia no se puede olvidar. Cervantes en El Quijote dice que es “madre de la verdad, que nos enseña el pasado y nos advierte del porvenir”. Hoy España y Francia son dos naciones amigas que mantienen excelentes relaciones de paz, amistad, buena vecindad y mutua cooperación. Españoles y franceses debemos felicitarnos y sentirnos satisfechos de llevarnos tan bien. Pero antes, no siempre fue así y ambos países estuvieron demasiadas veces enfrentados con las armas. Aquel Dos de Mayo de 1808 es uno de los ejemplos, cuando primero Francia nos invadió y el pueblo de Madrid y toda España se alzó en armas contra aquel vil atropello francés, adueñándose del territorio español, saqueando y reprimiendo violentamente al pueblo. España y los españoles fueron vejados y ultrajados en su dignidad, orgullo nacional, independencia y soberanía.
Aquel alzamiento popular español contra el invasor lo representó Bernardo López García, “El cantor del 2 de Mayo”, con la siguiente estrofa, que refleja el dolor, el esfuerzo y el heroísmo con que los españoles soportaron la ocupación: “Oigo, Patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto/ que forman tocando a muerto/ la campana y el cañón/ sobre tu invicto pendón/ miro flotantes crespones/ y oigo alzarse otras regiones/ en estrofas funerarias/ de la iglesia las plegarias/ y del arte las canciones”. Tras más de cinco años de guerra, España derrotó a Francia y los franceses fueron expulsándolos de nuestro territorio. Hoy, ningún resentimiento ni rencor debemos guardar contra los franceses; pero la historia debe recordarse, porque evoca el pasado y avisa sobre el porvenir.
El Dos de Mayo, a las 10 horas, un Ayudante del general francés, Murat acudió al Palacio Real a sofocar el alzamiento. El cerrajero real, Molina, gritó: ¡Matadlos, que no entre en Palacio ningún francés!. A las 10´30 Murat intentó sofocar la revuelta con bárbaros métodos represivos. Dos repentinas descargas de fusilería despejaron los alrededores produciendo numerosas bajas en Palacio. De 11 a 12 el pueblo se echó a la calle armado con escopetas, pistolas, piedras, agua y aceite hirviendo que desde los balcones las mujeres arrojaban a los franceses. A las 12 hrs. el ardiente patriotismo del capitán Velarde no se resistió ya más a la llamada del pueblo; fusil en mano, se unió al grupo de españoles.
El teniente Jacinto Ruíz Mendoza, de Ceuta, se hallaba destinado en Madrid, enfermo en cama con bastante fiebre; al oír disparos en la calle, corrió a su cuartel. Tenía orden de su capitán de no intervenir; pero él se unió a los 33 hombres del Batallón de Voluntarios que salió hacia el Parque de Artillería. A las 12,30 entró Ruiz en el Parque. Desarmó a un capitán francés y a los 80 hombres que mandaba, diciéndoles: “Un Batallón está en la puerta y los demás vienen marchando. Como habéis iniciado las hostilidades, debéis de entregaros de inmediato; si no, seréis pasados a cuchillo”. Mandó a su fuerza preparar armas, y los franceses arrojaron las suyas al suelo. El pueblo entró entonces en el Parque gritando vivas al Ejército y aclamando al ceutí como libertador.
Los civiles se armaron y se echaron a la calle. A las 13 hrs. llegaron 1.000 franceses de refuerzo exigiendo la rendición, pero fueron recibidos a balazos. El capitán Velarde cerró las puertas del Parque dejando encerrados a los franceses que desarmó el teniente Ruiz. En la calle se luchaba cuerpo a cuerpo. El capitán López Barañano, que luchó apostado en el nº 83 de la calle Ancha de San Bernardo, lo relató así: “Entró por la puerta de Fuencarral una columna francesa con sus cañones haciendo fuego de metralla por los balcones del cuartel; intentó penetrar por la calle del Parque, pero por dos veces fue rechazada con mucha pérdida”. Luchando, murió acuchillado a bayoneta el capitán Daoiz. Fue a socorrerle el capitán Velarde, y lo mataron de un tiro en el corazón.
Tomó el mando el bravo teniente Ruiz de Ceuta quien, enaltecido por la honrosa causa por la que luchaba, lo hizo con tal ímpetu que parecía lanzar un reto a la muerte. Fue herido en el brazo izquierdo perdiendo mucha sangre. Se negó a ser retirado; lo curaron con una venda y retomó el combate. En medio de humo y de cadáveres se quedó solo disparando. Fue de nuevo herido por una bala que le entró por la espalda y le salió por el pecho. Cayó al suelo y lo recogieron muy grave, lo curaron y lo llevaron a su cuartel. Lo sacaron oculto hacía Badajoz, salvándole de un seguro fusilamiento; pero el 13-03-1809 falleció.
Fue enterrado en Trujillo, en la iglesia de San Martín. Murió Ruiz en la bizarra tierra extremeña, cuna de otro héroe extremeño: Francisco Pizarro. Allí estuvo enterrado 100 años, hasta que en 1909 sus restos fueron exhumados. Trujillo tributó al teniente Ruiz impresionantes funerales, tanto en su entierro en 1809 como en su exhumación en 1909. El pueblo se opuso a que se lo llevaran a Madrid, hasta que ya no les quedó más remedio que acatar la orden escrita. El 3 de mayo de madrugada, fueron fusilados en Príncipe Pío 43 españoles sacados por sorteo. Los condujeron maniatados a culatazos de fusil y a punta de bayoneta. Les insultaron y vejaron hasta extremos increíbles. Murat ordenó que dejaran los cadáveres 12 días sin enterrar, pese a que empeñó su palabra de honor de general de que no tomaría represalias. Sólo en el Prado se cargaron ese día 18 carros de cadáveres, más los recogidos en otros lugares. En Madrid murieron 900 españoles, 320 fusilados. Los franceses tuvieron 300 bajas. Murat dictó el día 3 un bando ordenando el fusilamiento sumarísimo de quienes portaran armas, fueran en grupos de más de ocho o autores de libelos sediciosos.
Aquel día prendió la chispa en todo el país. La noticia de los hechos sangrientos llegaron a Móstoles. Juan Pérez Villamil y Paredes redactó un bando, firmado por el alcalde Andrés Torrejón y su adjunto. Decía así: “La Patria está en peligro. Madrid perece víctima de la perfidia francesa. ¡Españoles, acudid a salvarla!”. La invasión ilegal de España, más la gravísima y brutal represión empleada en Madrid, hicieron estallar un movimiento revolucionario de afirmación nacional en toda España.
Los franceses ocuparon todas las provincias., excepto Cádiz, Tarifa, Alicante, Ceuta y Melilla. Cádiz se libró por la rápida actuación del ejército de Extremadura. Según el libro ‘Entre la guerra y la paz. 1809-1814’, el Ejército español contaba con sólo 138.241 hombres. El francés con 1.509.127, bien armados y pletóricos de moral. El presupuesto de España era en 1807 de 700 millones de reales; el de Francia era cinco veces mayor. Pero esta vez a Napoleón le fallaron sus cuentas de las que gustaba presumir: “Para ganar una guerra hacen falta sólo tres cosas: dinero, dinero y dinero”. Pero esta vez se olvidó de que, aunque España estaba empobrecida, contaba con el más grande de los patrimonios bélicos: el valor y la dignidad de los españoles.
Al principio, Francia ganaba la guerra; pero llegó la batalla de Bailén. Nuestro general, Francisco Javier Castaños, derrotó al general francés Dupont el 19-07-1808 en la llamada ‘Batalla de los olivos’. En ella murieron 2.200 franceses y 240 españoles. El día 20, el conde de Tilly, representante de la Junta de Sevilla, informaba a ésta: “En el día de ayer, España logró la victoria más completa que desde muchos siglos atrás ha visto la Nación”. Hubo 17.600 prisioneros, incluido, su general Dupónt, que triste, angustiado y cariacontecido dijo a Castaños: “¡General, os entrego esta espada vencedora en cien combates!”. Castaños, se la devolvió diciéndole con ironía: “Pues, general, esta es la primera victoria mía”. Conocida la derrota, Napoleón exclamó: “¡Es una infame capitulación, una mancha que ha caído sobre mi uniforme!”. Y sobre Dupont murmuró :“¡Desgraciado!. ¡Qué desastre!. Lo que es la guerra: un solo día basta para deslucir la carrera de un hombre!.
La batalla de Bailén produjo una conmoción en Francia y en todo el mundo. Los españoles ganarían también las batallas de Zaragoza, Gerona, La Albuera, Salamanca, Valencia, Arapiles, San Sebastián, San Marcial, Vitoria, etc. Por el Tratado de Valençia de diciembre de 1813, Napoleón reconocía su derrota y devolvió la corona a Fernando VII. Otro poema de López García decía: “Suenan patrióticas canciones/ cantando santos deberes/ y van roncas las mujeres/ empujando los cañones/ al pie de libres pendones/ el grito de patria zumba/ el rudo cañón retumba/ el vil invasor se aterra/ y al suelo le falta tierra/ para cavar tanta tumba”.
La Gaceta de Madrid publicó el 19-10-1813 la siguiente orden de Wellington: “¡Guerreros del mundo civilizado!: aprended a serlo de los individuos del IV ejército español que tengo la dicha de mandar. Cada soldado de él, merece con más justo motivo que yo el bastón que empuño. ¡Españoles!. Distinguidos sean hasta el fin de los siglos vuestros compatriotas, por haber llevado su denuedo y bizarría a donde nadie llegó hasta ahora”. Napoleón, que tanto odiaba a España, reconocía en sus “Memorias de Santa Elena” en 1842: “Los españoles todos, se comportaron como un solo hombre de honor. Enfoqué mal ese asunto; la inmoralidad debió resultar demasiado patente; la injusticia demasiado cínica, y todo ello harto malo, puesto que he sucumbido”. Y en el libro de Ronald Frases, Napoleón dijo: “Esa maldita guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. El origen de mi infortunio está ligado a ese nudo fatal: ha provocado que en Europa se me pierda el respeto, ha complicado todas mis cosas…”.
El general francés Thiébault, exclamó: “¡Qué terrible lección la de España, entonces sin Administración y sin fuerza; que en Europa se encontraba sin posición política ni militar, y se convirtió en la más potente causa de la ruina y el aniquilamiento de un hombre inmenso que, en su soberbio desdén por los españoles, creyó que podía robarle impunemente sus flotas, sus ejércitos, sus fortalezas y su rey!”. El eximio Menéndez Pelayo diría: “Nunca, en el largo curso de la historia, despertó nación alguna tan gloriosamente, después de tan torpe y pesado sueño, como lo hizo España en 1808”.
El general Castaños falleció en 1852 con 94 años. Dos días antes, dejó su testamento escrito: «Muero pobre, pero, aunque fuese rico, preferiría no gastar en suntuosos catafalcos y grandes músicas, sino en sufragios y limosnas a las familias necesitadas». El periódico La Época, recogió: “El duque de Bailén tiene hechas todas sus disposiciones testamentarias, bien fáciles de arreglar, pues todo el caudal con el que cuenta en metálico el primer capitán general de España no pasaba hace dos días de cuarenta y siete duros”. Castaños, además de héroe, fue un hombre honrado.
Las generaciones posteriores a 1808 tenemos contraída una deuda histórica de honor con aquellos bravos españoles que tantos esfuerzos, sacrificios, penalidades y vidas dieron por España. Nuestro deber moral es honrar su memoria y estarles agradecidos. El gaditano Emilio Castelar, último presidente de la I República, dijo: “Las naciones que olvidan los días de sacrificio y los nombres de sus mártires, no merecen el inapreciable bien de la independencia”. Pues, agradecido, rindo homenaje con mi memoria a aquellos héroes españoles que tanto honor y tanta dignidad nacional restituyeron a España.
(Resumen de mi conferencia impartida el día 16-10-2008 en el Aula Militar de Cultura de Ceuta, con asistencia de primeras autoridades civiles, militares y numeroso público)