Colaboraciones

El infante que murió por Ceuta

El Infante de Portugal Fernando de Avis y Lancaster, fiel hijo de la Santa Iglesia Católica, murió en 1443, hace ya más de cinco siglos, siempre teniendo presente la imagen de Ceuta.

Nació en Santarem el 29 de septiembre de 1402 y fueron sus padres el Rey Juan I de Portugal, llamado el de la buena memoria y su madre la princesa inglesa Felipa de Lancaster. En 1415, cuando se tomó la ciudad de Ceuta, gran hazaña que haría inolvidable a su padre el Rey, tenía tan solo 13 años y, por tanto, no pudo participar en la empresa. En cambio, sus hermanos Duarte y Enrique, éste último después llamado el Navegante, vivieron en primera fila aquella aventura africana de Portugal.

Sin embargo, mantener Ceuta estaba costando demasiados hombres y dinero al Reino. Muchos nobles portugueses viajaban a la ciudad del Estrecho para probar su valor, pero la presión de los marroquíes era cada vez mayor y la vecina ciudad de Tánger se había convertido, con los años, en la base de numerosos ataques y en la principal competidora en el comercio de la zona.

Al morir el Rey Juan I, padre del Infante Don Fernando accedió al trono el hermano mayor como Duarte I y consideraron que era imprescindible lanzar un ataque contra Tánger y conquistar la ciudad, para continuar con la expansión lusitana en África. Se opusieron muchos nobles y costó bastante trabajo reunir los barcos, hombres y dinero necesarios, pero por fin, a mediados de julio de 1437, la flota estaba lista para la empresa, cuando el Infante llamado Fernando tenía 35 años. Una misa en La Seo de Lisboa, a la que asistió toda la Corte y acto seguido salieron a mar abierto las naves un 22 de agosto, entre los gritos de soldados junto a marineros que partían y el pueblo que les acompañó a despedirles.

Ceuta había sido elegida para reabastecer los buques y como plataforma logística que asegurara el éxito de la expedición. Recibió a la escuadra el 27 de ese mes de agosto el Gobernador de la Plaza Don Pedro de Meneses, facilitando toda la ayuda que se le pidió. Desde Ceuta partieron dos expediciones, una por tierra que mandaba el Infante Don Enrique que podía ser la más peligrosa y otra por mar bajo el mando del Infante Don Fernando, las dos con Tánger como objetivo.

Contaban en total con siete mil hombres, entre jinetes, arqueros, infantes y algunos degredados o desterrados a Ceuta que querían ganar la libertad luchando contra los llamados infieles La columna que se adentró en tierra enemiga era naturalmente la más numerosa y en ella se encuadraron muchos nobles y hasta el Obispo de Évora con sus clérigos que portaban imágenes y reliquias, para asegurarse la protección divina. Atravesaron el territorio enemigo sin problemas, dejando atrás la entonces abandonada ciudad de Tetuán.

Reunidas las dos columnas frente a Tánger el 12 de septiembre de 1437 se inició inmediatamente el asedio a la ciudad y, tras los primeros choques con soldados inexpertos, sorprendió a los portugueses el tesón y valor que aquellos marroquíes pusieron en la defensa de su tierra. La conquista de Ceuta había sido relativamente fácil y, en cambio, se encontraban ahora con unas tropas decididas y eficaces a las órdenes de un jefe respetado, el Señor de Tánger y Arcila, Salah ben Salah.

Casi sin darse cuenta, se encontraron convertidos de sitiadores en sitiados, porque del campo llegaron miles de combatientes en ayuda de Tánger que los rodearon aislándolos de los barcos que permanecían fondeados en la costa. Fueron días difíciles y tuvieron que luchar muy duro para no sucumbir, ya que los defensores de Tánger les acosaban con ataques generalizados. Por eso, ante la desesperada situación, Don Enrique que era el jefe supremo de la expedición, decidió parlamentar con el enemigo para encontrar una salida pactada.

Los negociadores portugueses trajeron la noticia que Salah ben Salah, por encargo del Rey de Fez Abdalhaqq II, pedía nada menos que la entrega de Ceuta por dejar a los portugueses un pasillo libre hacia las naves. Reunido un consejo de nobles para estudiar lo que se debía hacer en esas circunstancias, se optó por aceptar las condiciones impuestas, porque no hacerlo significaba la muerte para todos.

Fue una decisión difícil, pero se tomó casi por unanimidad, comunicando la nueva a los parlamentarios de reino de Fez que, por cierto, también se referían a los portugueses como infieles.

Salah ben Salah muy astuto, accedió a firmar un documento, pero exigió que uno de los dos Infantes de Portugal debía quedarse en Tánger como garantía de que el pacto sería cumplido y Ceuta entregada al rey de Fez. Aceptó, sin embargo Salah ben Salah, que quedara como rehén de los portugueses su hijo primogénito, a fin de asegurar el cumplimiento de la retirada del ejército invasor sin incidentes. Los Infantes Enrique y Fernando se ofrecieron mutuamente a quedarse uno de ellos como rehén, porque sería un mero trámite la cesión de la plaza ceutí por el otro hermano, el Rey Duarte I. Tres meses como máximo de cautiverio y el elegido como rehén, regresaría sano y salvo a Portugal.

Lo cierto es que ni Portugal ni Ceuta se acuerdan mucho de los sacrificios que se hicieron por esa plaza fuerte

Por fin se decidió que Fernando, el más joven de los dos hermanos, debía quedarse como rehén por aquel corto período de tiempo y esa decisión sirvió para salvar miles de portugueses y a su querido hermano Enrique, quién aseguró que muy pronto se entregaría Ceuta, viniendo él mismo a recoger a Don Fernando.

Cuando el Infante elegido se entregó a los marroquíes muy de mañana, le pusieron cadenas y grilletes en manos y piernas, llevándole a una fortaleza en la montaña sobre Tánger con algunos de sus colaboradores y servidores que debieron acompañarle en esa aventura. Después, los enemigos entregaron a los portugueses al hijo de Salah ben Salah como garantía del cumplimiento del pacto e hicieron señales a las tropas portuguesas de que podían iniciar la retirada hacia la costa, donde las naves en la bahía estaban listas para recoger a los soldados.

Encabezando el repliegue hacia el mar iba la caballería flanqueando la columna por ambos lados, después líneas de arqueros y en el centro, vanguardia y retaguardia, los soldados protegiendo a clérigos y al Infante Don Enrique con su séquito. Delante y detrás, como un escudo humano, iban los desterrados. Todo transcurría bien hasta que el sonido de una pieza de artillería marcó el inicio de la traición. Miles de soldados de Salah ben Salah cayeron sobre los portugueses y estos, quizás temiendo lo peor, reaccionaron con valentía y extrema violencia. Masas de caballería lusitana se inmolaron para que otros pudieran escapar. Los arqueros dispararon sus flechas por encima de las líneas propias y causaron gran mortandad entre los atacantes. La columna avanzó a pesar de todo hacia la costa y la escuadra apoyó la retirada con los disparos de su artillería, sobre todo con versos y pedreros.

La formación portuguesa en retirada alcanzó las playas y un enjambre de barcas fue trasladando hombres hasta las naves, mientras las arenas eran batidas por la artillería naval. Los hombres, organizados en escalones, fueron embarcando con orden y el traslado duró todo el día. Cuando el sol se puso en el horizonte, los barcos con el ejército vencido, pusieron rumbo a Ceuta.

El pacto había sido incumplido por los soldados de Salah ben Salah, pero éste siempre lo negó, argumentando que los causantes fueron incontrolados y añadiendo que él no iba a poner en peligro la vida de su hijo que era la garantía de ese acuerdo.

El desasosiego y el miedo se apoderaron de Ceuta al llegar los despojos del ejército derrotado con el hijo de Salah ben Salah, pero la situación del Infante cautivo fue bastante peor porque, en vez de ser tratado como un prisionero de sangre real, al poco se le trasladó a Fez para evitar su fuga y lo convirtieron en un prisionero común que debía hacer los más denigrantes trabajos, llevando una vida realmente dura.

Uno de los que acompañó al Infante fue su fiel secretario Joâo Álvares que siendo Notario y Archivero en palacio, le siguió siempre acompañándolo en el forzado exilio. Sus memorias, publicadas al volver a Portugal del cautiverio y conocidas como Trautado da vida e feitos de Don Fernando o Crónicas del Infante Santo, fueron la principal fuente de conocimiento de todo lo ocurrido a los portugueses en aquella desgraciada operación.

Lo cierto es que los hermanos Enrique y Duarte el Rey, hicieron todo lo posible por conseguir la libertad de Don Fernando, pero lo cierto es que la nobleza no estaba de acuerdo con entregar Ceuta al Rey de Fez, después del trabajo, vidas y dinero que había costado conquistarla y mantenerla. También la familia de Don Pedro de Meneses se opuso a la cesión de la plaza. Por eso, el Rey de Portugal convocó en 1438 a las Cortes en Leiría y gran parte de la nobleza, se opuso nuevamente de forma rotunda a la entrega de la plaza africana a cambio de la libertad de su Alteza y en esto tuvo especial influencia el Arzobispo de Braga. Así, el futuro del Infante Don Fernando quedó por siempre unido al de Ceuta.

Casi siempre trataron muy mal al Infante cautivo, pero después que se conocieron las noticias de la negativa de casi todos en Portugal a la cesión de Ceuta, las cosas se agravaron. Hubo ofertas lusitanas de dinero, de devolución de corsarios marroquíes capturados, de fugas organizadas, pero nada de esto tuvo éxito. Pero es que, además, el Rey Don Duarte murió en 1438 de peste negra y al año del desastre de Tánger.

Ceuta, por la que al fin y al cabo daría la vida el Infante Don Fernando, lo ha olvidado completamente. Así, solo figura su nombre en una plaza poco conocida y sin ni siquiera un distintivo que le identifique, mientras que su hermano Enrique es popular en la ciudad africana, lleva su nombre una vía principal y su escultura preside el puerto de la villa por la que Fernando perdió su libertad.

Lo cierto es que Ceuta siguió siendo portuguesa por mucho tiempo y Don Fernando entregó su alma a Dios el 5 de junio de 1443, fecha que pasa desapercibida en la ciudad, mientras que se celebra el 2 de septiembre la fiesta grande, que podía ser perfectamente la del día de la muerte del Infante.

Don Fernando, después de seis largos años de cautiverio, terminó sus sufrimientos el citado 5 de junio de 1443, veintiocho años después de la toma de Ceuta, a causa de una disentería que no pudo superar. Según algunas versiones, su cadáver fue descuartizado y expuesto en las torres de las murallas de Fez. Triste final para un Infante de Portugal, reino que sintió alivio y tristeza al mismo tiempo. El problema del Infante cautivo, concluyó. Más tarde, Alfonso V, llamado El Africano conquistó Tánger en 1471, veintiocho años después de la muerte de Don Fernando.

Al menos la Iglesia Católica reconoció las penalidades soportadas por Don Fernando en beneficio de la Cristiandad y el pueblo portugués le consideró santo. Llegaron reconocimientos de todas partes menos de Ceuta y esa historia de santidad popular y sacrificio es conocida y reconocida en Portugal.

Se han escrito varias obras sobre la vida, cautiverio y muerte del Infante Don Fernando llamado el Santo, pero el pasaje más famoso de todos es aquel en que el Rey de Fez le dice “¿Por qué no me das a Ceuta?”. Y el Infante contestó enseguida “Porque es de Dios y no es mía”. Como escribirá en su momento, refiriéndose a Ceuta, el prestigioso catedrático de Literatura José Fradejas que dejó honda huella en esta villa, “no existe ninguna otra ciudad de la que pueda decirse otro tanto, si exceptuamos a Jerusalén, cuna de las tres religiones, en las cuales también coincide Ceuta”.

Y por cierto que lo único que pudieron ser recuperados y enterrados fueron algunos trozos de intestinos que el fiel Joâo Alvares logró sacar de Fez y el Rey Don Alfonso depositó en el mausoleo de la catedral de Batalha, con los restos mortales de sus hermanos.

Hasta bien entrado el siglo XXI, en Ceuta solo existe una imagen del Infante Santo en el salón del Parador La Muralla, obra del conocido artista Ginés Serrán-Pagán que, a pesar de la belleza de la obra citada, no pasará de ser un homenaje escultórico y desconocido para muchos ceutíes.

Lo cierto es que ni Portugal ni Ceuta se acuerdan mucho de los sacrificios que se hicieron por esa plaza fuerte. En 1515, primer centenario de la conquista de Ceuta, tuvieron lugar grandes fastos al igual que en 1615. Pero, a partir de la cesión a España, las cosas cambiaron y en 1715 no se conmemoró nada con la excusa de que la ciudad estaba soportando un cerco; en 1815 el motivo de no celebrar el cuarto centenario fue la recién terminada guerra contra Francia; en 1915 otra excusa por la llamada Primera Guerra Mundial y del sexto centenario en 2015, solo el Instituto de Estudios Ceutíes organizó un Congreso, porque la Fundación creada con este fin, fue disuelta meses antes.

Y hay que citar al hijo primogénito de Salah ben Salah, cuya suerte nunca se aclaró. Unos decían que fue devuelto a su padre a cambio de ciertos caballeros portugueses cautivos, pero otros afirman que murió abandonado en las mazmorras de un Portugal que lloraba a su Infante Santo que murió por Ceuta.

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