Permítanme que haga hoy de abanderado, pues este día 3 de mayo se celebró en España el Día de la Convención de la ONU sobre los derechos de las personas con discapacidad.
España firma el texto y desde entonces reconoce que las personas con discapacidad somos un colectivo que debe ser tenido en forma positiva. Se hace un llamamiento a todos los países para que hagan ajustes razonables en la estructura normativa a fin de que los derechos a la salud, a la educación, a la justicia, a la familia, difuminen las barreras que nos separan en esta sociedad tan exigente e híper competitiva. No es poco, la ONU se pone del lado de nosotros, y desde entonces la adaptación del ordenamiento jurídico es vinculante.
Así, vayamos al espacio conceptual como mejor forma de encontrar las claves del entendimiento y deshacer de esta forma las encrucijadas en el laberinto de la confusión.
Partimos de una inquietud metafísica: ¿Qué es la vida?
Es muy probable que muchos asientan al escuchar mi respuesta: la vida es un lugar para vivir. Es decir, es condición intrínseca de la humanidad edificar un entorno inclusivo para todos, y para la discapacidad, ya que el caso contrario nos llevaría a una existencia carente de sentido; la vida, sin un lugar para desarrollarse en plenitud, es un sinvivir, es un sinsentido.
Para esto la sociedad debe generar dos fuerzas: debe ser proactiva en la generación de espacios de participación y debe ser receptiva en la comprensión de realidades distintas.
En el texto de la ONU, la plana mayor de países hace una apuesta por la inclusión, y acepta su axioma: “No me preguntes por mis limitaciones; pregúntame hasta donde puedo llegar”.
En este primer momento de la firma diremos que los países tienen la voluntad decidida de favorecer nuestros anhelos, pero se hace necesario superar ese matiz que separa la voluntad como intención de la voluntad como ejercicio.
Al no especificar medidas normativas concretas, el grado de implementación de los conceptos que sustentan el texto (justicia, inclusión, igualdad, libertad, no discriminación…) se mueven en el territorio de la ética.
Aquellos países que profundicen con sus leyes en ideas tan espaciosas, como puede ser la justicia, habrán aceptado el desafío de la ética. Y también, habrán interiorizado que estos valores son los principales marcadores de la evolución humana; habrán cursado el rito de paso hacia la edad madura.
No nos vale una política de mínimos; hay que ir a por la transformación de la sociedad.
Y más allá de ser un elemento transformador el texto es: una reacción ante esa anomalía que es la exclusión; un reto, una oportunidad que se dan los países para armonizar los criterios de productividad y competitividad; es la voz de la esperanza; es un origen que da luz y nos proyecta hacia un horizonte sin fronteras; es el descubrimiento de una tierra fértil y dadivosa; es un plan, una guía, un libro de viaje, una trayectoria, un oriente; es un factor de desarrollo de dimensiones desconocidas al proveer de autoestima a un grupo humano ávido de participación; es el reconocimiento de que la diversidad es fuente de riqueza; es una seña de identidad, una bandera que unifica los sueños del colectivo de la discapacidad.
Y sobre todo, la Convención de la ONU sobre los derechos de las personas con discapacidad es un antes y un después, el último cartucho para abrirnos al futuro, el primer aliento de una dignidad que lucha por existir.
Aprovecho para reconocer la magnífica lucha de mis compañeros del CERMI Ceuta en la búsqueda de espacios para sus respectivos colectivos.