Un bazar oriental ha sacado partida de la huida de los peces grandes de la industria textil. No nos hemos dado cuenta pero la Pandemia nos ha barrido. Nuestras arcas están vacías, el tiempo loco, las autocaravanas desmadradas y la gente alelada entre los truenos y salvas. Se veía venir por los augurios que nos enviaba la Tierra con volcanes en erupción y ballenas envaradas en la cuna mortífera de cualquier playa. Pero tenemos una habilidad natural para hacer oídos sordos. Así nos va.
Viviremos miles de años en polvo de pirámides que pisarán incautos turistas que no sabrán que caminan sobre epiteliales. Estamos envejeciendo y no nos reproducimos porque es más divertido vivir al día sin responsabilidades. Hay un envejecimiento poblacional que da miedo a las estadísticas porque como en las estructuras piramidales, vivimos de los de abajo que, o están desaparecidos en búsqueda de empleo o ganan que ni para un paquete de pipas. Los hijos no se nos independizan porque no pueden o están condenados a malvivir. Nuestros huesos viejos lo saben, igual que la lava de volcán cuando se va comprimiendo en el fondo de la chimenea, camino del cráter.
Las paredes del local de Columela saben que los trapitos de Massimo Dutti no van a volver a lucir en sus escaparates, porque en Cádiz ya no hay dinero para eso, sino para pagar impuestos y la luz y el agua. Todo el mundo se ha vuelto loco y no hacemos más que mirar descompuestos cómo está cambiando el escenario de nuestra vida a ojos vista.
La guerra de Ucrania nos ha fastidiado a base de bien, pero no sabemos a quién echarle la culpa más que a los políticos que nos gobiernan con elecciones a la vuelta de la esquina. Afortunadamente, porque imagínense lo qué sería encima vivir con alguien autoimpuesto por décadas. Ya nadie se acuerda de que nos gobernamos a nosotros mismos y que si nos quejamos es por desidia porque siempre podemos coger las riendas de nuestra vida y cambiar nuestro voto en las urnas, o dar un voto de confianza a los malos tiempos que en familia se vive mejor amparados. Nada parece verbalizar la esperanza más que la gente que ayuda a que menores de Centros- donde están refugiados de la barbarie - salgan a la sociedad para integrarse en ella. Qué mejor hacerlo que plantando árboles que vivirán decenas de años para regalarnos oxigeno que respirar. Entre Medioambiente de Ceuta, Obimasa y Ceutakajak y los chicos de la Esperanza han dado nueva vida a las laderas del Monte Hacho plantando alcornoques. Previamente han recogido casi 500 kilos de basura. “500kilosdebasura”, que se dice pronto, sin que podamos entender cómo los seres humanos podemos llegar a ensuciar tanto lo que es de todos, para luego presumir de tener el coche tan limpio.
Puede que Massimo Dutti nunca vuelva a Cádiz; Puede que a Putin nunca le den el Nobel de la Paz, ni veamos a nuestros hijos con trabajos estables, pero los Menores que han quitado la basura para plantar árboles sí deberían saber que han hecho algo importante para todos. Cuando vea a tantos haciendo botellón quemando neuronas, cuando tantos abandonen sus estudios, cuando tantos penalicen a los que se montan en una patera sin saber dónde van a acabar, pensaré en esos árboles que tienen nombre musulmán porque los plantaron manos que saben cuidar la tierra.
No creo que me afecte la escapada y fuga de Massimo Dutti de Cádiz, pero sí me gustaría ver los alcornoques creciendo con la misma esperanza de los que los plantaron, de encontrar su lugar en este Planeta tan falto de amor y de paz.
Los alcornoques tardan en dar su fruto. Quizás por eso es un árbol denostado por vulgar y bruto. Pero cuando llega su momento es capaz de rivalizar con cualquier otro árbol porque da fruto que alimenta y corcho que protege de las inclemencias. No debería olvidársenos, lo mismo no es más que un mensaje subliminal de la Tierra.