Un Tribunal del Jurado se encargará de decidir sobre el destino de Cristian B.P., investigado por delitos de asesinato y agresión sexual por el crimen de Mohamed Abdeselam cuando tenía solo 8 años de edad. El juzgado de Instrucción número 6 de Ceuta ha dictado un auto para acordar la incoación de procedimiento para la práctica de este juicio que se celebrará ante un tribunal no profesional.
Cristian, ahora recluido en una cárcel peninsular, se enfrentará a la pena máxima nunca antes solicitada en Ceuta: prisión permanente revisable. Lo contempla la Fiscalía a tenor de la brutal agresión sufrida por el pequeño. Gracias a la brillante investigación de los agentes de la UDEV-Personas de la Jefatura Superior de Policía se ha podido contar con una reconstrucción de lo que ocurrió aquel 18 de diciembre en las inmediaciones de la vivienda de Mohamed.
No siempre se logra. Pero la llamada Operación Loma, a cuyos detalles ha tenido acceso El Faro de Ceuta, ha demostrado cómo las puntadas adecuadas que supo dar la Policía sirvieron para tejer el croquis más acertado sobre la manera en que se cometió tan execrable delito. Se revisaron cámaras, se entrevistó a decenas de personas, se solicitaron rastreos telefónicos para detectar conexiones en el entorno de la barriada y se compararon fotogramas. Toda una carrera a contrarreloj y a ciegas para dar con el autor del delito en medio de una psicosis social con muchos factores en contra.
Cuando por fin el pasado 18 de enero los agentes de la UDEV detuvieron a Cristian a la altura del Poblado de Regulares, por donde circulaba en un patinete eléctrico, descansaron. En el traslado dentro del coche camuflado Cristian se derrumbó. Había estado 30 días callado, 30 días burlando la acción policial y judicial sin confesar. En el vehículo, ante la presencia de los policías que habían sido encomendados a su arresto, fue claro: “Tenía ganas de contarlo pero no veía el momento”, dijo.
Pero Cristian no contó la historia sino su historia. Indicó que esa tarde había ido a la casa de un amigo ubicada en los pisos verdes de Loma Colmenar para jugar a la play. Cuando decidió marcharse se encontró con un niño que le pidió ayuda para buscar su pelota de fútbol perdida en la loma. Ese niño era Mohamed. Dijo a los agentes que cuando ambos descendían por el terraplén el pequeño tropezó, se cayó y se golpeó la cabeza. Fue entonces cuando bajó detrás, se puso nervioso y al ver que no respiraba bien le quitó la sudadera y las zapatillas. Después lo arrastró hacia unos matorrales y se fue. “Tenía ganas de contarlo”, insistió.
Tenía ganas pero no lo contó. No lo hizo en 30 días pero además lo narrado en el coche policial en calidad de detenido ni lo cree la UDEV ni la Acusación –representada por la Fiscalía y el abogado particular que representa los intereses de la familia Abdeselam- porque no cuadra con ninguna de las pruebas e informes que obran en poder de la Justicia y que han llevado a calificar este crimen de brutal.
Cristian dijo también a los agentes que se había cubierto sus manos con los puños de su chaqueta para no dejar huellas. En su primera declaración en sede policial y con representación letrada empezó a matizar recalcando que con su chaqueta lo que intentó fue tapar la herida del pequeño, quien en la caída había perdido varias de sus prendas. Y dijo algo más, mientras estaba en la loma una señora desde arriba le preguntó si había visto un balón y él le respondió que no.
Este dato solo lo conocía la Policía, que días atrás había entrevistado a decenas de vecinos y entre ellos a una mujer que confesó haber visto a un hombre extraño agazapado en la loma a quien no pudo reconocer por la oscuridad, pero a quien le preguntó si había visto un balón que sus hijos habían perdido jugando al fútbol.
¿Qué estaba haciendo Cristian? Amoldar su declaración a una radiografía accidental de los hechos. Lo hacía sin sospechar que la Policía tenía ya su croquis bien perfilado, sin resquicios, sin fisuras y con todos los cabos atados. En esta pretendida partida de ajedrez Cristian quería hacer jaque pero no sabía que la UDEV tenía bien estudiados todos los posibles movimientos.
Tras hacer esta especie de confesión en la Jefatura Superior, Cristian optó por no declarar ante el juez del número 5 quien lo mandó a prisión dictando una medida privativa de libertad que ratificó posteriormente la instructora que lleva el caso en el Juzgado 6.
Ese es el capítulo final conocido de esta historia. Pero para llegar hasta aquí y entender lo sucedido hay que leer algo más que estas 793 palabras que le preceden. Porque antes de arrestar a Cristian, registrar su vivienda y presentarlo ante la justicia, la Policía había llegado a sospechar de otros individuos que fueron descartándose según avanzaba la investigación. Barajó incluso la posibilidad de que fueran dos hombres los que asesinaron a Mohamed.
Así fue hasta culminar con la prueba que permitió aclararlo todo, el cotejo de fotogramas de distintas cámaras que coincidían en algo: aparecía un hombre yendo hacia la loma, después saliendo del lugar en donde apareció el cadáver del niño y por último cruzando acelerado un paso de peatones de forma ligera y escondiendo en pleno invierno su chaqueta.
Esa coincidencia de escenas hicieron saltar todas las alarmas en una Jefatura Superior que se había volcado para esclarecer un crimen que causó una ola de indignación en Ceuta y que llevó a sus agentes a no cesar en el trabajo olvidando familias, aparcando celebraciones de Navidad y centrándose solo en dar con el autor o los autores, como llegaron a valorar hasta que se tuvo bien encauzada la investigación.
A base de comprobaciones la UDEV ha podido reconstruir esas últimas horas para, empezando desde el principio llegar hasta un final no exento de complicaciones. Esta es la historia policial de la Operación Loma. Ese 18 de diciembre en el que sucedió el crimen Mohamed llevaba unas zapatillas nuevas. Se las había regalado su hermano solo un día antes. Lucía orgulloso ante sus amigos sus Nike oscuras modelo Tn con un dibujo en la solapa de la bandera de Francia. No quería jugar precisamente por no mancharlas. Por eso el pequeño nunca sacó de casa su pelota de fútbol, por eso nunca pudo pedir ayuda a alguien para encontrar un balón que no tenía.
A las 17:00 horas de ese domingo, cuando Ceuta esperaba la celebración de la final del Mundial entre Francia y Argentina, Mohamed salió de su casa en Loma Colmenar para estar con sus amigos. A las 18:30 volvió al hogar después de encontrarse con uno de sus hermanos que lo acercó en moto.
Esa inicial reconstrucción hecha por la Policía sobre el recorrido que hizo el pequeño ha sido posible a base de escudriñar cámaras de toda la zona incluidos centros comerciales y empresas. Imágenes y más imágenes aportadas también por el hospital, por aparcamientos próximos o por una comunidad de vecinos de la barriada. Miraron todas las escenas centrándose en el camino que seguía un niño vestido con una sudadera roja y un pantalón más oscuro. Ese niño era Mohamed.
Al margen de declaraciones obtenidas de decenas de personas, la UDEV tenía claro lo que hizo el pequeño esas horas, como también que a las siete de la tarde Mohamed volvió a salir de casa para ir a una tienda de chucherías ubicada en el interior de la barriada. Las cámaras lo recogen cruzando la carretera a las 19:00 horas, caminando por la avenida Cadi Iyad en dirección hacia el embolsamiento para cruzar al interior del barrio.
Hasta las 19:07 horas ninguno de los visores revisados vuelve a mostrar al chiquillo. La Policía cree que en esos siete minutos tuvo que entrar en contacto con Cristian dentro del barrio y que fue allí donde le tuvo que convencer para llevárselo hacia la loma en donde ocurrió el crimen.
La UDEV también sospecha después de muchas cábalas que Cristian actuó solo aunque se llegara a pensar en un principio de la participación de una segunda persona. En esos minutos fatídicos entre las 19:00 y las 19:07 horas que ninguna cámara recoge, el detenido debió emplear algún tipo de engaño para, sin usar fuerza y sin llamar la atención, convencer al niño para ir hacia la loma. No había nadie en el lugar, los vecinos del barrio como los de otras muchísimas barriadas de Ceuta estaban en casa o en bares viendo la final del Mundial. No había luz, el lugar estaba lleno de matorrales y fue allí donde el detenido actuó de manera sorpresiva sobre el menor.
Los investigadores descartan que Mohamed pidiera ayuda a Cristian para buscar su pelota de fútbol como el detenido manifestó. Era imposible porque el pequeño nunca salió de casa con su balón, no quería ensuciar sus zapatillas nuevas por eso lo dejó en el hogar de los Abdeselam.
Las cámaras arrojan un fotograma a las 19:07 horas en donde se aprecia al pequeño y el investigado acercarse a la loma. El niño va delante, confiado; el ya encarcelado preventivo, de 33 años de edad y una corpulencia manifiesta respecto del pequeño, se sitúa detrás. La Policía cree que Cristian le empujó y que durante 50 minutos pudo maniobrar de manera criminal sin ser visto. La autopsia sitúa la primera franja horaria de la posible muerte en torno a las 20:00 horas.
A las 19:55 horas, las cámaras recogen la imagen de un individuo que sale de la loma donde fue encontrado el cadáver del pequeño. Sube, gira a la derecha y avanza rápido por un camino de tierra en paralelo al campo de fútbol hasta Cadi Iyad frente a los pisos verdes. Sortea el quitamiedos y se incorpora a la calle, bajando apresurado hacia la avenida doctor Abdelkrim y se va.
Los investigadores se fijan en esa imagen y comprueban que este individuo del que no saben identidad sale con paso acelerado. Es el mismo que 40 minutos antes había sido visto con el pequeño frente a la loma. Nervioso, abandona el lugar después de haber arrojado un objeto. Es imposible su identificación pero se le puede seguir el rastro buscando más cámaras que ayuden a reconstruir esa escapada.
En vísperas de Reyes, la UDEV estaba ya cercando al implicado. Habían clarificado el 50% del camino pero quedaba por saber a dónde se dirigía esa persona y, sobre todo, quién era. La visión de las cámaras imposibilitaba dar con su rostro y la vecina que, sin saberlo, había mantenido una conversación con él en busca de la pelota perdida de sus hijos era incapaz de identificarlo.
Los investigadores solicitaron más grabaciones que afectaran a un abanico mayor de barrios para comprobar todas las zonas próximas a Loma Colmenar. Tenían un perfil: un varón con ropa oscura, zapatillas deportivas, chaqueta y una camiseta blanca que marcha a pasos acelerados del lugar.
En ese rastreo convertido en una labor obsesiva para los agentes, quienes habían tomado este caso como algo propio, algo que les afectaba de lleno porque ese niño podía ser su propio hijo, los integrantes de la UDEV vieron al sospechoso en más fotogramas. Lo ven quitándose la chaqueta para llevarla cogida en forma de ovillo en una de sus manos siguiendo su ruta en camiseta blanca de mangas cortas en pleno invierno.
La UDEV rastreó cámaras de Juan Carlos I, Los Rosales, Claudio Vázquez hasta que llegó la carambola: aparece el sospechoso caminando a paso firme, con un destino claro cruzando un paso de peatones para acudir a su hogar. La Policía no sabe quién es ni a dónde va. Era 12 de enero y ahora sí que las cámaras ofrecían imágenes claras, tan claras que se llegaba a apreciar hasta manchas en la camiseta. Los agentes quisieron tenerlo todo cuadrado, sabían perfectamente que no iban a dejar escapar absolutamente nada. Y lo midieron al detalle. Se preguntaron cuánto se podría tardar desde la loma en donde ocurrió el crimen hasta ese paso de cebra en donde aparecía el sospechoso. Cronometraron todo, con sus posibles caminos, con todas las variables: de 13 a 15 minutos. Lo tenían.
La cronología era la siguiente. 19:07 horas ocurre el suceso; 19:55 horas tiene lugar la marcha del lugar y sobre las 20:09 se ve cruzando al sospechoso el paso de cebra. No solo cuadran las horas, también la ropa. Los fotogramas son comparados con lupa: el mismo cuerpo, la misma ropa, la camiseta, la chaqueta en la mano… hasta las zapatillas. Era él. ¿Pero quién?
Los investigadores de la UDEV deciden ponerse en manos de sus compañeros. La Jefatura Superior era una piña, si Ceuta condenaba la muerte de Mohamed dentro de las instalaciones policiales ese crimen se había convertido en la meta de todos. La UDEV investigaba pero los demás agentes apoyaban como podían: con ánimos, con consejos o mostrando su colaboración.
La UDEV tenía que saber quién era ese hombre y para ello contó con el apoyo de los agentes que podían haber tenido más trato, más servicios o más vinculación con las barriadas de Claudio Vázquez, Juan Carlos I o Los Rosales. Intuían que ese sospechoso tenía que vivir ahí. Su forma de andar, su celeridad, sus zancadas firmes apuntaban a la Policía que ese hombre al que querían detener tenía que vivir por la zona.
Dos policías de la Jefatura lo reconocieron sin género de dudas. Era un vecino de Los Rosales. Se llama Cristian y consultados sus antecedentes policiales o judiciales le constaba una agresión sexual que nunca fue juzgada porque la víctima no se presentó. Las piezas del rompecabezas habían encajado y la última se colocó a las 13:00 horas de ese 18 de enero cuando los agentes presentaron como detenido en la Jefatura Superior a Cristian.
En el registro de su vivienda que se hizo horas después fueron encontradas sus prendas. No las había tirado, allí estaban: las zapatillas, la camiseta blanca, la chaqueta, el pantalón… las prendas que quedaron grabadas en esos fotogramas que la UDEV organizó de una manera tan fiel, de una forma tan encajada que habían terminado por aclarar lo que sucedió aquella tarde noche de manera cronológica.
En la intimidad de los agentes de la UDEV quedan los sentimientos que tuvieron ese día cuando detuvieron a Cristian, cuando este se derrumbó en el coche policial para después hablar en Jefatura, cuando su historia chocó con el ejemplar trabajo policial que habían construido como un muro capaz de soportar cualquier embiste, cuando entonces ya optó por callar, por no hablar ante el juez.
En el espacio de lo público queda el reconocimiento de toda Ceuta y el más especial de todos: el de una familia que nunca debió pasar por esto, que nunca debió perder a su pequeño y que solo espera que ahora, un Tribunal del Jurado dicte veredicto cuando se señale el juicio y un juez profesional escriba la sentencia.
Mientras eso llega queda este mensaje grabado en una placa, la que entregaron los Abdeselam a los agentes que tomaron este caso como su caso: “La familia de Mohamed no encuentra palabras de agradecimiento hacia la UDEV por su tesón constante, implicación, profesionalidad, lealtad y compromiso para dar solución al caso de nuestro hijo. Gracias por vuestra incansable profesionalidad”.
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