El diagnóstico había sido implacable. Tenía Alzheimer. Avanzado. Los síntomas se habían manifestado plenamente al cumplir ochenta años.
Su mirada inquisitiva, su memoria a corto plazo, su viveza intelectual, se había esfumado, como si un profesor hubiese borrado la pizarra de clase, para pasar a otro tema.
Sentado en su viejo sillón, no reconocía su propia habitación, ni recordaba aquellas personas, que se le acercaban, llamándolo esposo, papá o abuelo.
Eran unos extraños para él, al igual que los nuevos actores que protagonizaban las series televisivas que constituían su única diversión.
Los nuevos capítulos comenzaban de cero para él y nunca podía seguir una trama, que necesitaba de un recuerdo que jamás tenía.
Su esposa lo trataba con el máximo cariño, pero al acercarse a él, siempre la trataba de USTED y le daba unas educadas ¡¡ Gracias !!.
Y no era capaz de dialogar con un hombre que lo trataba como si fuese un amigo de toda la vida, pero que para él solo era un desconocido que le visitaba de vez en cuando.
Es más, cada noche una extraña se acostaba a su lado y le daba las “Buenas Noches” y él sentía un tremendo pudor y culpa, por yacer con alguien que no fuera su esposa .
Un día, se le acercó una preciosa niña, con un álbum de fotos en la mano. Se subió a su regazo y lo abrió por la primera página.
Y de pronto, incomprensiblemente, el anciano fue señalando con su ajado dedo, los rostros de todas y cada una de las personas que posaban en las múltiples fotos.
Y así, lenta pero inexorablemente, fue reconociendo a su querida esposa, a sus hijos de cinco y diez años, a sus padres (cuánto tiempo olvidados), a sus amigos y a los diferentes escenarios donde esas fotos habían sido plasmadas.
La niña, asombrada con la excelente memoria que, en aquel preciso momento, manifestaba su abuelo, se atrevió a preguntarle :
- Abuelo , ¿quién soy yo?
Y el viejo abuelo, con el tono más cariñoso que supo, le dijo:
- Tú...tú eres mi luz. No sé si tienes relación familiar conmigo, pero el detalle que has tenido hoy, ha abierto puertas que hasta ahora se habían cerrado para siempre.
La niña, le dio un cariñoso beso en esa piel estriada y siguió con sus infantiles juegos.
El viejo continuó ojeando el decolorido álbum, y con cada foto, una sonrisa se le dibujaba en la cara.
Y comprendió que su supuesta enfermedad no era el Alzheimer, sino el rechazo de su vejez, el inexorable paso del tiempo que desfigura a tus seres queridos, hasta hacerlos irreconocibles para tu conciencia.
Desde entonces, cuando su mujer se le acerca con la comida en una bandeja, la mira a los ojos y le suelta un : Te quiero, guapetona.
Y cuando sus hijos le visitan cada semana, mantiene una conversación con ellos, propia de un padre amoroso.
En cuanto a su nieta, la sube en su regazo y le cuenta sus batallitas de abuelo, poniendo énfasis en los episodios más hilarantes de su vida.
La siguiente visita a su médico de cabecera, resultó una diabólica sorpresa para el facultativo, quién tuvo que admitir que todo lo que había estudiado sobre esa extrema enfermedad y sobre la naturaleza humana, debía ser sometido a un proceso de reestructuracion.
P.D. Jamás demos por sentado, el diagnóstico de una posible enfermedad mental. El ser humano siempre podrá sorprendernos.