La espuma del mar es blanca. La cresta de las olas se lanzan al viento queriendo tocar un cielo azul que se pierde en el horizonte.
Los náufragos, los ahogados, los que se sujetan unos a otros para intentar salvar sus vidas.
Luego el silencio, el olvido, la nada, la muerte. Más tarde otra embarcación volverá a repetir suerte, pero la suerte es negra, es ciega, es sorda, no escucha los gritos que luego serán silencios.
La semana pasada, como cada siete días, las noticias vuelven a pasar de puntillas sobre la tragedia en el mar Jónico.
Cientos de migrantes se ahogaron a unos 70 kilómetros al suroeste de la pequeña ciudad costera de Pilos, en la península del Peloponeso.
No hay cifras oficiales de las personas que no existen. Nadie habla de una cifra, aunque funcionarios de la ONU señalan que por lo menos 750 personas se desplazaban en la embarcación; entre los que había más de 100 niños y se estima que cerca de 500 personas o más, murieron ahogados.
Unos se echan las culpas a otros: las mafias, las leyes migratorias, las devoluciones en caliente, los gobiernos.
La sangre es el mar. La esperanza es volver a intentarlo, volver a arriesgarlo todo. Los náufragos no tienen historias, no tienen pasado, no tienen nombres, nadie los conocen porque son nadies que flotan a la deriva.
Y aquí seguimos recibiendo a cadáveres que llegan a las costas mientras las gaviotas los reciben para comerles los ojos; son buitres hambrientos.
Al otro lado no suenan los teléfonos, no avisan que lo consiguieron. Pasan los días y la angustia se corta con un cuchillo. La ausencia está llena de heridas. Los mares aparecen en los mapas llenos de cicatrices.
Y se repetirá la historia una vez, mil veces, hasta que la rutina cotidiana ya no se cuente.
En las puertas de nuestra casa, a unos kilómetros, las mareas nos devuelven la ignominia. Los culpables son los otros, aunque los otros somos nosotros. Nosotros que los votamos y jaleamos, nosotros que aplaudimos sus discursos, nosotros que depositamos su nombre en las urnas hipnotizados por la fiereza del populismo: hay que defenderse de esa escoria, de esos delincuentes que nos quitan el trabajo, que van a nuestras escuelas y hospitales, que les dan casa, becas, ayudas, que traen droga, que quieren aniquilar nuestra cultura e imponer la suya, son el chapapote de nuestras costas.
Contra ellos reforcemos las fronteras, vigilemos los mares, devolvámoslos pues la plaga ya es una pandemia.
Alfonsina se fue andando, cruzó el océano para buscarlos, para paliar su soledad.
"Te vas Alfonsina con tu soledad
¿Qué poemas nuevos fuiste a buscar?
Una voz antigua de viento y de sal
Te requiebra el alma y la está llevando
Y te vas hacia allá como en sueños
Dormida, Alfonsina, vestida de mar"