Eran tiempos frenéticos y el balance de lo que habría de acontecer no podía ser más sombrío: millones de fallecidos entre soldados y población civil, con un viejo continente devastado por las bombas y donde el hambre junto a la miseria y el cataclismo destructivo, hicieron mella en los que a duras penas lograron salir indemnes de aquella pesadilla infernal: la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945).
Si aquel escenario no podía ser otro que las secuelas venidas de los castigos aéreos, embates por tierra, mar y aire, duelos cuerpo a cuerpo o el hundimiento de flotas causado por el lanzamiento de potentes torpedos y cómo no, la detonación mortífera de dos bombas atómicas, aquel entorno inenarrable acogería todo tipo de variantes belicosas, a cada cual, la más arrolladora e implacable. Pero sin duda, aquel 27/I/1945, especialmente álgido en lo que atañe a la climatología, se abría por vez primera ante los ojos del mundo el mayor campo de exterminio levantado por los nazis en Polonia: Auschwitz, la insignia de la ‘solución final’ para zanjar el asunto judío tras numerosos intervalos de políticas antisemitas, en la que se llega a la conclusión que tras tres agónicos años de enloquecimiento genocida y que han pasado a la historia con el nombre de Holocausto, seis millones de judíos cayeron en las redes del exterminio.
Ya en las postrimerías de 1944 y ante la inatajable ofensiva de las tropas del Ejército Rojo de Obreros y Campesinos, designación oficial al ejército y de la fuerza aérea de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, las autoridades nazis del campo de concentración orquestaron maquiavélicamente la desaparición de pruebas de los crímenes perpetrados a diestro y siniestro.
Tras borrar el dosier de documentos y parte ostensible de las instalaciones, entre las jornadas del 17 y 21 de enero, los prisioneros que todavía podían andar, se les violentó a avanzar hacia el interior del Reich, en lo que se calificaron como las ‘marchas de la muerte’. Aquellos pocos que no murieron en aquel recorrido diabólico se les reasentó en otros campos. Aun así, las huestes soviéticas hallaron en su recalada cuantiosas e incuestionables evidencias del crimen masivo en Auschwitz, como cúmulos de despojos y cuerpos sin sepultar o los enseres de los extintos: cientos por miles de indumentarias de hombre y vestimentas de mujer o, entre otros, miles de kilos de cabello humano dispuesto para su comercialización en Alemania.
Del mismo modo, localizaron en el interior del campo a cerca de 7.000 almas maltrechas, desguarnecidas y extenuadas con la mirada desorientada. A pesar de los muchos esfuerzos de los que allí llegaron por ventura en su ayuda, tristemente días más tarde de haber sido liberados, más de la mitad perecerían.
Habría que aguardar a los juicios o procesos de Núremberg (20-XI-1945/1-X-1946), intensificados por las naciones aliadas vencedoras durante la Conferencia de Potsdam (17-VII-1945/20-VIII-1945), en el que se juzgó a formaciones hitlerianas y cabecillas, agentes y cómplices del régimen nacionalsocialista de Adolf Hitler (1889-1945), por los diversos atropellos, fechorías y barbaridades ejecutadas en nombre del Tercer Reich (1933-1945). Amén, que muchos de los más estrechos encubridores del espectro nazi se quitaron la vida en los últimos estertores del conflicto bélico.
Dicho esto, los soldados soviéticos que llegaron al campo de Auschwitz se toparon además de ropajes y toneladas de cabello humano referidos inicialmente, con miles de pares de zapatos, que según deducciones de la época, equivaldría a unos 140.000 individuos. Y en atención a los datos del Museo Estadounidense Conmemorativo del Holocausto, se estima que entre los años 1940 y 1945, 1,3 millones de personas se enviaron a los campos, de los cuales 1,1, millones acabaron liquidados.
Sin inmiscuir, que los recuentos son más espeluznantes, si cabe, teniendo en cuenta que durante el desarrollo de la guerra y en el conjunto de los campos de concentración y exterminio activos, 6 millones de sujetos fueron matados por ser judíos, mientras que 11 millones más fallecieron por pertenecer a otras minorías, abarcando desde prostitutas hasta homosexuales, gitanos, etc.
Auschwitz, acabó transformándose en la mayor explotación de exterminio nazi, debido a su disposición excepcional como lazo ferroviario. Por aquel entonces, vagones para el traslado de ganado en los que discurrían apretujadas y agolpadas hasta 80 personas, cargaban a los prisioneros y prisioneras desde Alemania, Polonia, Francia, Italia y Hungría.
De manera, que al descender tras largas horas de trayecto sin divisar el exterior y visiblemente desconcertadas y exhaustas, se les repartía en dos hileras. La de la izquierda, constituida por los más deleznables como bebés, embarazadas, ancianos, discapacitados y enfermos, eran enfiladas sin más hacia las cámaras de gas. Allí, se les arrebataba sus pertenencias y rasuradas antes de ser asesinadas con un poderoso pesticida (Zyklon B), a base de cianuro de hidrógeno (ácido prúsico), así como de un irritante ocular preventivo que ocasionaba la matanza por asfixia.
“Tras lo acaecido en Auschwitz, quizás, sobrevuele la negrura de infravalorar o subestimar el paradigma de la negación de los derechos humanos”
Para una cuantía significativa de prisioneros, este desenlace instantáneo era preferible, que la agonía aguantada a fuego lento que experimentaban los elegidos para multiplicarse en los muchos trabajos, desde la conservación del campo hasta las tareas propias de las ejecuciones, que a fin de cuentas eran materializadas por prisioneros de los sonderkomandos.
Primo Levi (1919-1987), literato italiano de origen sefardí, autor de memorias, relatos, poemas y novelas y considerado el gran pensador judío del Holocausto que permaneció confinado en Auschwitz III-Monowitz, indicó al pie de la letra que “Auschwitz, representó la industrialización de la muerte a una escala inimaginable”.
En otras palabras que sintetizan la recapitulación principal de lo que aquí se pretende retratar: la vida humana representaba puramente un número grabado sobre el brazo de un hombre, mujer o niño, totalmente desamparados, que únicamente dilataban sus últimos instantes de vida a ser enviadas a la ducha, donde en pocos segundos recibían aspersiones con gas tóxico para seguidamente ser guiadas a los hornos crematorios y desde allí, a las fosas comunes.
Ni que decir tiene que aquella aniquilación perfectamente planeada, toleraba ensayos genéticos y el manejo de la eugenesia, un método de perfeccionamiento de la especie humana mediante el principio racista de selección. Y como colofón a esta monstruosidad, el oro de las dentaduras de las víctimas se fundían para incrementar las arcas del Tercer Reich, e incluso las cenizas de los difuntos eran recicladas como fertilizantes.
Con estas connotaciones preliminares, las estampas inextinguibles que salieron a la luz tras la liberación de este campo de exterminio por el Ejército Rojo, sólo nos otorgan sospechar, o al menos conjeturar, el frontispicio de un tormento imponente que los allí presentes hubieron de padecer.
La peculiaridad de Auschwitz gravita en la circunstancia excepcional de que el exterminio de los judíos por parte de Alemania, no fue un recurso para la conquista de objetivos subsiguientes, sino el producto de la culminación de la hoja de ruta nacionalsocialista, cuyo designio atroz radicaba en la devastación del pueblo judío.
Carente de naturaleza instrumental, la desintegración del judaísmo se engendró solapadamente como la punta del iceberg que acreditaba cualquier medio. Con ello, los nazis urdían a una rehechura biológica de la humanidad amparada por el cumplimiento disparatado de un modus operandi de depuración racial, afianzando la causa en la tecnología y articulación burocrática. Con lo cual, Auschwitz, era poco más o menos, irrevocable en aquellas mentes malévolas y retorcidas, donde a la postre las víctimas de los crímenes no avivaban el interés que tuvieron.
Hay que recordar al respecto que los ingredientes inherentes de la ideología nazi se asentaban en el aborrecimiento al comunismo, la democracia y los judíos, así como el pleno convencimiento de superioridad del pueblo alemán sobre el resto de estados. Y con perspectivas a establecer una sociedad ‘racialmente pura’, los nazis fraguaron la extirpación de los judíos, al igual que el de los eslavos romaníes y otros.
Uno de los fondos del envite germano y del chispazo de la Segunda Guerra Mundial, residió en el ensueño de la Alemania nazi de adquirir nuevos enclaves en los que procuraba ubicar a la urbe alemana. En noviembre de 1937, Hitler, como caudillo del Reich y forjador del Partido Nacionalsocialista Obre Alemán (NSDAP), conocido coloquialmente como Partido Nazi, expuso sus ideas literalmente como a continuación refiero: “En nuestro caso no se trata de la conquista de pueblos, sino simplemente de la conquista de territorios aptos para la agricultura”.
Progresivamente los campos se aparejaron en Alemania desde 1933, aislándose entre sus muros y obstáculos infranqueables a los contrarios políticos al régimen nazi, a las gentes contempladas como ‘elementos indeseables’ y, cómo no, a los judíos.
Tras la detonación del conflicto bélico, Alemania comenzó manos a la obra con el montaje envilecido de estos campos en sus territorios ocupados. Konzentrationslager y otros campos de concentración, eran algo así como una entidad estatal gestionada por los mandos centrales del estado alemán, conducido directamente por la Oficina Central Económico-Administrativa de las SS (WVHA), mientras que de la proscripción de las masas al campo y su aniquilación, se encomendó la Oficina Central de Seguridad del Reich (RSHA). Pero yendo por partes, Auschwitz se edificó a mediados de 1940 en los alrededores de Oświęcim, localidad al sur de Polonia y anexionada por los nazis al Tercer Reich. Con el paso del tiempo esta ciudad adoptó la designación germana de ‘Auschwitz’, que de la misma manera se convirtió en la denominación del campo ‘Konzentrationslager Auschwitz’.
El argumento explícito de la puesta en escena del campo estribó en el guarismo ascendente de polacos detenidos por la policía alemana y su respectivo hacinamiento entre las rejas. Inicialmente, debía tratarse de otro campo más de concentración de los numerosos adoptados dentro del engranaje de horror nazi emprendido en los años treinta. Este desempeño lo ejecutó el campo durante toda la etapa de actividad, incluso cuando gradualmente a partir de 1942, se erigió en el centro neurálgico de operaciones de exterminio masivo de judíos.
La plantilla de la guarnición del campo KL Auschwitz la conformaba como escuadrón de protección, integrantes de la organización SS (Schutztaffeln). Estos cuerpos se introdujeron como guardia de élite, cuyo servicio había de ser la salvaguarda de las asambleas de los integrantes del partido nazi.
Con el suceder de los trechos el alcance de las SS subió como la espuma, prosperando como estructura que contrajo innumerables misiones de la administración estatal, la policía y el ejército y del que sus divisiones se hicieron cargo preferente de los destacamentos de los campos de concentración. Así, los SS pasaron a ser la plena configuración maléfica que gobernó el campo sin ningún tipo de complejos, así como a sus vigilantes, además de ser los que tomaron parte previsora en el exterminio de judíos y las ejecuciones de prisioneros. Con el añadido, que a las SS pertenecían exclusivamente alemanes.
En seguida procedieron a incorporar a los denominados ‘volksdeutcher’, expresión empleada para distinguir a individuos cuyo idioma y cultura poseían orígenes germanos, pero que no tenían la ciudadanía alemana. O visto de otro modo: ciudadanos de otras nacionalidades que podían hacer constar su procedencia alemana y terminaron estampando su firma en el registro nacional (volksliste). Puede decirse que durante la fase de ocupación del KL Auschwitz, discurrieron por sus filas más de 8.000 individuos y observadores de las SS.
Entre la horquilla de 1940 a 1941, los alemanes expulsaron a los habitantes de uno de los sectores de Oświęcim, en el cual se implantó el campo. Aparte de este distrito se desocuparon ocho aldeas que se hallaban en los alrededores de esta jurisdicción. Igualmente y con anterioridad a la guerra, quedaron desahuciados y más tarde concentrados en guetos, la totalidad de los judíos que representaban con escasa diferencia el 60% del conjunto poblacional de Oświęcim. En tanto, un número importante de polacos fueron trasladados a Alemania a realizar trabajos forzados.
En la ciudad y sus periferias se catapultaron 1.200 casas y en las propiedades contiguas al campo se superpusieron los añadidos de sostén al campo. Llámense laboratorios, depósitos y negociados, así como instalaciones para las SS.
“Aquella aniquilación perfectamente planeada, toleraba ensayos genéticos y el manejo de la eugenesia, un método de perfeccionamiento de la especie humana mediante el principio racista de selección”
A decir verdad, gran parte de las viviendas desalojadas se adjudicaron a los oficiales y suboficiales de las SS, quienes con asiduidad se alojaban con la familia al completo. Mismamente, en aquellas parcelas se establecieron grupos de colonos germanos, comisionados y policías.
Los talleres industriales ya presentes en la superficie del campo se ocuparon, agrandando algunos y eliminando otros, levantando en su lugar recintos vinculados con la productividad militar del Tercer Reich. Pero para sacar adelante el abundante trabajo acumulado, sobre todo en la enorme planta química IG Farberindustrie, hubo que echar mano de 11.000 individuos forzados de origen ruso, francés y polaco.
La disposición del campo casi en el mismo meollo de la Europa ocupada por los alemanes, así como los óptimos enlaces ferroviarios de conexión, aportaron que los responsables alemanes amplificaran los formatos del campo y allí proscribieran a afluencias de todo el continente. Y en el período culminante de su funcionamiento, el campo de Auschwitz constaba de tres asentamientos principales que seguidamente referiré, ciñéndome a lo más esencial, al objeto de no extralimitar la extensión de estas líneas.
Primero, Auschwitz I, bautizado Stammlager y edificado en la mitad de 1940 en los solares e inmuebles de un viejo destacamento polaco, que poco a poco se prolongó para satisfacer los requerimientos propios del campo, llegando a albergar la cifra de 20.000 condenados.
Segundo, Auschwitz II-Birkenau, el más grande dentro del conjunto de los campos que en 1944 alcanzó la cantidad de 90.000 prisioneros. Su levantamiento comenzó en 1941 en una superficie a tres kilómetros de Oświęcim, en la aldea de Brzezinka, de la que antes se había expulsado a la urbe polaca desmantelando sus viviendas. En Birkenau se engrandecieron las infraestructuras de exterminio absoluto de la Europa invadida. O séase, las cámaras de gas donde los nazis mataron a la mayoría de los judíos desterrados.
Y tercero, Auschwitz III-Monowitz, también apodado Buna, que en su estreno se trataba de uno de los subcampos de Auschwitz construido en Monowice en 1942, a seis kilómetros de Oświęcim, junto a los locales de goma sintética y gasolina (Buna-Werke) que acogió a 11.000 reclusos. A últimos de 1944, el subcampo adquirió independencia en su accionar y se llamó KL Monowitz. De modo, que los subcampos de Auschwitz pasaron a estar bajo el paraguas de su responsabilidad.
En suma, durante los años 1942, 1943 y 1944, respectivamente, se levantaron cuarenta y siete subcampos y comandos externos del KL Auschwitz, aprovechando el recurso aportado por los recluidos. Éstos se situaron junto a yacimientos alemanes, fundiciones y otras plantas industriales, así como próximos a explotaciones agrarias. Sobraría mencionar en esta disertación, que los campos y subcampos del complejo Auschwitz se retrajeron del espacio exterior, flanqueándolos con numerosas torres de vigilancia y una cantidad exorbitante de alambre de espino. El terreno dirigido por el comandante e inspeccionado por las SS de la guarnición del KL Auschwitz, se excedía a la superficie condicionada de la zona cercada.
Pese a las rigurosas condiciones de sobrevivencia y la persistente consternación soportada, aquellos hombres, mujeres y niños hicieron todo lo posible por defender su dignidad. Una de estas expresiones incurrió en el ‘movimiento de resistencia’, tanto el surgido sin más, como espontáneo u organizado. Esta lucha de titanes se ceñía fundamentalmente en librar de la muerte a los camaradas, tomando para ello la coyuntura de acciones salidas del cariz político, militar o cultural.
Las primeras organizaciones del movimiento de resistencia emprendieron sus umbrales a mediados de 1940. Al tratarse de la congregación de prisioneros más nutrida, la formación estaba básicamente integrada por ciudadanos polacos. Al margen de los círculos anteriores, a horcajadas de los años 1942 y 1943, afloraron más grupos de presos de otras procedencias. En definitiva, en 1944 se instituyó el Consejo Militar de Oświęcim, de índole internacional y cuya encomienda recaía en la gestación de una agitación armada.
En consecuencia, al margen de las pinceladas apuntadas, al conmemorarse los ochenta años de la liberación de Auschwitz en la que el ser humano tocó fondo, es necesario mantener la memoria viva del Holocausto. En palabras de Simone Veil (1927-2017), hija menor de una familia judía laica que en 1944 fue detenida e internada en el campo de Drancy, desde donde a posteriori se le trasladó al campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, junto con su madre que falleció y su hermana, y en la que ambas lograron resistir: “La shoá fue única en la historia, pero el veneno del racismo, el antisemitismo, el rechazo del otro y el odio han sido amenazas diarias siempre”.
El menester de no dejarse arrastrar por la inducción del desaliento, reportó a la plasmación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y con ello, el 10/XII/1948, la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH). Cuando tras la guerra se supo en detalle la angustia y el vértigo de dolor digerido en los campos de concentración nazis, la aldea global se sintió despavorida.
El Preámbulo de la DUDH muestra un sentido reconocimiento de mea culpa por las atrocidades vividas: “El desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad”. Conjuntamente, su Artículo 1º, es una invocación irreprochable contra el antisemitismo y cualquier muestra de discriminación: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
A día de hoy, esa acogida de igualdad y fraternidad continúa vulnerada y profundamente herida, pero ni mucho menos representa que entreveamos un fiasco agotado. Más bien, encarna que debemos persistir en ese alzar la cabeza siempre disciplinados por el anhelo de una sociedad libre y justa. A este tenor, el filósofo alemán Teodor Ludwig Adorno (1903-1969), considerado uno de los máximos representantes de la Escuela de Fráncfort y de la teoría crítica de inspiración marxista, llegó a expresar palabra por palabra, que “no es posible escribir poesía después de Auschwitz”.
Y no sería menos, cuando el 27/I/2019, el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres (1949-75 años), avisaba contra el olvido potencial y la indiferencia con motivo del ‘Día Internacional de Conmemoración Anual en Memoria de las Víctimas del Holocausto’. Denunciaba: “A medida que el número de supervivientes del Holocausto disminuye, nos corresponde extremar la vigilancia porque… el odio que comienza con los judíos nunca termina con los judíos”.
El Holocausto abanderó lo que de ningún modo era admisible que llevara a término el ser humano, e incluso consta un negacionismo que es incapaz de admitir que eso fuese creíble. Tal es así, que en Alemania había jóvenes que no estaban al corriente hasta los años sesenta, de lo que verdaderamente ocurrió en la Segunda Guerra Mundial. Por aquel tiempo, los padres enmudecían y era tanto el bochorno, que el mutismo escudaba a los que quedaron como compinches, encubridores y culpables del exterminio.
De ahí, que tras lo acaecido en Auschwitz, sobrevuele la negrura de infravalorar o subestimar el paradigma de la negación de los derechos humanos. Siendo crucial que cuando con el paso de los años las fuentes primarias se extingan (los pocos supervivientes), se presente el hecho histórico en todas sus líneas y contornos claroscuros.
Aunque nos atormente y aflija sacarlo una vez más y cuántas sean precisas, hay que desenmascarar y revelar en su integridad las atrocidades cometidas, porque cuando cesan las voces de los que vivieron en primerísima persona aquellas vicisitudes inhumanas, sobrevienen expresiones contrarias y se puede caer en la elocuencia de imponer un silencio envenenado.
Lo ocurrido en Auschwitz ha de ser transmitido de manera real, abierta y crítica. Claro, que para esto sea operable, se requiere dotar de vida a los hechos consumados y desde el instrumento educativo, las generaciones venideras interpreten, adviertan y deploren que eso no debe volver a producirse.