Resulta complicado de entender. Por mucho que nos lo expliquen una y otra vez. Eso de abrir y cerrar las mismas calles en un corto periodo de tiempo no puede estar fundamentado en algo lógico. Explicaciones hay las que ustedes quieran: que si ahora se meten los tubos del agua nuevos, que si ahora toca el cableado, que ahora se ha detectado otro tramo afectado... Ceuta amanece levantada por sorpresa, con la misma rapidez con la que nos cambian las losetas, aunque siempre coincidan en algo: resbalan.
A buen seguro que se nos puede justificar cada céntimo de euro gastado, a buen seguro que nos pueden ofrecer las explicaciones que se saquen de la manga, pero el ciudadano de a pie, el que no tiene que jugar a la búsqueda de la nueva razón, sabe que el cachondeo impera en cada una de las decisiones que se esconde detrás de esta forma de gestión.
Los ciudadanos vemos que nuestros barrios se convierten en campos de batalla. Las carreteras por las que tenemos que cruzar a diario las terminan destrozando a base de obra, los reparcheos pasan factura y siempre se buscan justificaciones para intentar dar una explicación a lo que no lo tiene. O sí. En mi pueblo, levantar una y otra vez la misma vía para introducir los mismos tubos tiene un único significado: las obras se hacen sin control, basadas en errores, en decisiones equivocadas, que luego provocan que una y otra vez se tenga que seguir el mismo procedimiento.
El ciudadano se convierte en un sufridor de su entorno, víctima de la contaminación continuada tanto de su ambiente como de su bolsillo. La administración, convertida en el gran titán, actúa a su modo y manera. Y las obras siguen, se extienden, amenazan... y se amparan en justificaciones. Así.