Y si echamos la vista atrás,
¿cuántos días de los 365 fueron tristes
y cuántos hemos reído hasta llorar?
Es una cuestión que pocos sabrán responder
porque la mayoría nos dejamos llevar y sorprender.
Hasta que nos paramos a reflexionar,
admirando el último atardecer.
Mil recuerdos se avecinan en nuestra mente.
Deseamos atesorar los buenos con cariño,
y desvanecer los malos en el olvido.
Sin embargo, todos ellos han marcado nuestro camino.
De los buenos hemos disfrutado,
y de los malos hemos aprendido.
A algunos hemos dejado marchar,
y a otros hemos conocido sin esperar.
Sin duda, cada año, malo o bueno,
no deja de ser especial.
Quizá sea por eso que, en este mismo día,
me atormenta un miedo que me impide respirar.
Un miedo que nace de ver el tiempo tan rápido pasar.
de no querer ver los años volar,
de bonitos recuerdos temer olvidar,
de algún día perder a más gente especial.
Un miedo que nace de todos los miedos,
que aún han de superar.
En ocasiones, desearía el tiempo congelar,
para cada segundo poder exprimir y disfrutar.
Y en otras, dejaría el tiempo fluir,
para descubrir lo que el destino tiene escrito para mí.
Nos adentramos en un nuevo ciclo temporal.
Al 23 nos toca despedir,
y al 24, por primera vez, recibir.
El año nuevo amanece con nuevos objetivos
que queremos conseguir.
Y otros viejos que nos quedaron
por cumplir.
Un nuevo capítulo de nuestra vida nos espera,
dejemos que nos sorprenda,
así como un thriller,
promete más de lo que se espera.
Esperemos que el 2024 nos sorprenda,
con tanta felicidad como peces hay en el mar,
con tanta salud como hojas hay en el bosque,
con tantas oportunidades como granos de arena hay en la playa,
con tanto amor como gotas tiene la lluvia,
y con tanta paz como la calma del atardecer de este 31 de diciembre.
Despertamos en lunes,
despertamos en uno,
despertamos en enero,
y despertamos en 2024.
Pero no debemos olvidar,
que aunque bonita sea la casualidad,
cada día es un nuevo despertar,
para convertir nuestros sueños en realidad.