Si es tu primera vez en India no esperes nada, viaja con la curiosidad de un niño y la experiencia de un anciano. Recuerda que no vas a arreglar nada, tan solo pon tu pequeña semilla y aprende todo lo que puedas.
Desde la moqueta que viste el suelo del aeropuerto hasta los autobuses atestados que te llevan al centro de la ciudad te dan pistas claras de lo que te vas a encontrar en Nueva Delhi. El aire cálido que invade tus pulmones sumado a la humedad que te hace transpirar continuamente es la bienvenida que te dispensa la ciudad. Puede parecer agobiante las primeras horas pero, si no sois fácil presa del pánico, os aseguro que os termináis acostumbrando en poco tiempo.
El tráfico constante llena las avenidas y sus calles colindantes de un estridente caos; cláxones de todo tipo llenan de humanidad el despertar de un nuevo día. Dejaros llevar por la imparable corriente que atraviesa las venas de la ciudad. Tomad un tuk tuk en cualquier parada, negociad el precio y dejaros engullir por el incesante bramido que emite Nueva Delhi.
Si el agotamiento os alcanza antes del anochecer os sugiero que entréis en uno de los numerosos templos que adornan la ciudad, dejad la prisa fuera y sumergíos en los hipnóticos mantra del pujari, formad parte de los soportales y sentid la agradable brisa que corre entre ellos, puedo prometeros que olvidareis el caos que dejasteis al cruzar la puerta.
Dedicad un día a perderos entre sus calles. Hoy en día existe internet, no os vais a perder completamente pero olvidaros por un día del móvil y explorad la ciudad, la autentica Nueva Delhi, dadle el timón a vuestros pies, dejad que vuestro instinto vague con libertad entre estrechos callejones, sentid ese cosquilleo en el estomago que os está avisando que no tenéis ni idea de donde estáis, se llama Vivir, así en mayúsculas.
Comprad algo de comida para llevar en algún restaurante y sentaros a comer en un pequeño rincón donde podáis ser testigo de los latidos de la ciudad: Una mujer comprando tela, tal vez para un sari y la historia que la llevó allí. Un hombre que carga sobre una moto un pesado saco y el inconformismo que lo atosiga. Dos tamborileros que preceden a un desfile de mujeres con tinajas entre sus manos y el dolor que les acompaña. Un frutero vendiendo su mercancía que no ve venir la emboscada de un gato…Tantas historias entrecruzadas, todas conectadas entre sí y una sombra, en un rincón comiendo, es testigo de todo.
Pasad una tarde y resguardaos del calor en el parque Mahatma Gandhi, vuestros sentidos lo agradecerán. Después pasead por Old Delhi hasta llegar al Fuerte Rojo para terminar con las ultimas luces del día en la mezquita Jama Masjid, os transportará a otra época, no muy distante de la que envuelve a parte de los edificios de Nueva Delhi.
Un buen inicio es el India Gate, un reconocimiento a los soldados indios que murieron en la gran guerra y en las guerras afganas, para continuar a, un imperdible para mi, Humayun’s Tumb y poder pasear por sus hermosos jardines. Un poco mas retirado queda el Templo del Loto pero merece la pena acercarse en un tuk tuk.
La gastronomía de India es muy rica y muy especiada, si no soléis abusar del picante hacedselo saber al camarero cuando pidáis. Agua siempre embotellada. El riesgo de enfermar con gastroenteritis es alto si no tenéis cuidado donde vais a comer o donde os bañáis. Tenedlo en cuenta.
India tiene una de las redes más extensas de trenes, os sugiero que saquéis el billete con antelación o, como un servidor, vayáis a la aventura y a ver que tal. Armaos de paciencia porque los trenes no son muy puntuales y estad atento al aviso por megafonía por un posible cambio de vías .
Nueva Delhi es una ciudad llena de vida, con una gastronomía rica en matices y especias, su gente es servicial y agradable, a veces en exceso y, a pesar del tráfico existente, hay parques y templos donde siempre podéis encontrar momentos de paz y equilibrio.