Hace un siglo la zona conocida como Juan Carlos I lucía frondosos huertos que se sucedían a lo largo de una extensa colina. Un paisaje que comenzó a cambiar su fisionomía a lo largo de los años 70, época de gran auge en la construcción de los diferentes barrios de la ciudad, y pronto todo quedó sepultado bajo cemento. Sobre ellos se erigieron, siguiendo la orografía de la zona, decenas de bloques de edificios que dieron cobijo, según cálculos de los vecinos, a más de 9.000 personas procedentes de chabolas o barracas, en concreto, del barrio de Las Latas, El Centenero y Pasaje Recreo.
En Juan Carlos I descubrieron un nuevo hogar, allí comenzaron “su vida”, como afirma Dora García, en la actualidad una de las vecinas más antiguas. Ella, procedente de Pasaje Recreo, se instaló junto a sus parientes y el resto que por allí residían, que ya conformaban “una gran familia”. Unos vínculos que asentaron en este nuevo barrio y que a día de hoy todavía conservan.
Corría el año 1978, cuando esta prolongación de las fases construidas en el Tarajal, iniciaba su andadura. Sin embargo, la zona no se concibió en un principio para estos miles de ciudadanos. Los cientos de bloques de viviendas se construyeron para altos funcionarios del Sáhara, pero su rechazo y negación a instalarse en la zona fue el gran regalo para estos ciudadanos tan humildes que se sentían “entre lujos”.
La tranquilidad es el ambiente que siempre ha caracterizado a Juan Carlos I, aseguran sus vecinos, pero sobre todo la afabilidad, la unión “y la convivencia entre culturas”, apostilla África Saborido, antigua presidenta del barrio y otra de las que puede presumir de haber contemplado el surgimiento y evolución de Juan Carlos I. Una zona que es más que un barrio, para ella “es su hogar”, un lugar donde echó raíces “y del que nunca me iré”.
Esa tranquilidad es perceptible en sus calles, en su ambiente, inundado por una balsa de paz tan solo interrumpida por el ruido de las diferentes obras y reformas que se están acometiendo. Los vecinos se saludan a su paso por las diferentes calles, dejando evidencia de ese clima familiar y cercano que aún perdura. Cordialidad y apego desprende ese vecindario cuyo nombre rinde homenaje al rey emérito, pero que adoptó un sobrenombre durante la década de los 80. Estaba de moda la televisiva serie de ‘La Pantera Rosa’ y, precisamente, las fachadas de estas viviendas vestían este color, que sufrió un cambio hasta el crema actual bien entrado el 2000. Fue ese color rosa de los edificios el que bautizó a la barriada como ‘La Pantera’.
África Saborido: “Me metí en el coche de Álvarez Cascos y le dije que nos pusiera las ventanas”
África Saborido aterrizó en Juan Carlos I a inicios de los años 80. Aunque oriunda de Villajovita, por aquel entonces llegaba desde Barcelona y buscaba un hogar que pronto encontró. El barrio la acogió y la abrazó y ella se dejó. Muy pronto se implicó hasta tal punto que ostentó la presidencia durante 17 años. Una época en la que consiguió que el barrio evolucionase, avanzase y se modernizase. De todo lo que vivió y luchó entonces se queda con un capítulo. “Fue la época de la rehabilitación del barrio y no nos iban a conceder las persianas. Por entonces vino Álvarez Cascos a inaugurar parte de esas reformas, y me metí en su coche, entonces le dije: acuérdese de mi nombre, me llamo África, como el continente, póngame las ventanas. Y al mes justo me vinieron las ventanas”.
En su carta de presentación se define “con mal carácter”, pero en el fondo es solo un disfraz porque, por algo, la llaman “la mami”, su gran corazón está abierto a todo el vecindario que sigue acudiendo a pedirle ayuda o consejo, “soy una presidenta en la sombra”, pues dejó el cargo pero no su afán por implicarse.
Dora García: “Este barrio ha sido muy divertido, nos encantaba la marcha”
Dora García llegó al barrio procedente de las barracas de Pasaje Recreo. Aquí descubrió un nuevo mundo, una nueva vida, donde trasladó el espíritu que había caracterizado a todas esas familias: la unión y la diversión. “Cualquier ocasión era buena para juntarnos y organizar una fiesta. Hubo una época que, coincidiendo con bodas importantes como la de Lady Di o Isabel Pantoja, nosotros la recreábamos en el barrio y luego organizábamos nuestra propia verbena. Así, durante semanas las mujeres nos afanábamos en coser a los muñecos, que eran los novios, y construíamos su propia carroza. El día de la boda lo exponíamos en el barrio y llegó a ser tan famoso que se convertía en un constante tránsito de vecinos procedentes de otras zonas que sentían la curiosidad por verlo”, recuerda.
‘Eva María’, mucho más que una tienda de comestibles
Hacer un par de décadas Juan Carlos I albergaba una intensa actividad comercial. Eran numerosos los comercios que se sucedían y abastecían a los vecinos del barrio que no precisaban salir de la zona para realizar sus compras. El paso del tiempo y las grandes superficies han arrasado con la mayoría de ellos. Comercios como “el de Luis, Carmen la Chacona o Benedicto”, recuerda África Saborido, una de las pocas que puede presumir de levantar la persiana a diario. Suma ya 37 años frecuentando su tienda de comestibles, ‘Eva María’, “el nombre de mi hija”, y ya sea por su vástaga o por la fidelidad de sus vecinos, el tránsito en su establecimiento es constante. “Antes de trasladarme aquí di muchas vueltas, no estaba segura, pero me dijeron que tendría futuro y parece ser que así ha sido”. Reconoce que “hay rachas buenas y malas” pero sobrevive a base de ese apoyo de sus vecinos, para quienes este establecimiento se ha convertido en mucho más que un lugar en el que realizar sus compras. Tras acceder a la tienda, justo en frente, al fondo de la misma, se encuentra un pequeño y acogedor rincón con sillas y alguna pequeña mesa donde todas las tardes se generan entretenidas y entrañables reuniones. Es un punto de encue ntro que fomenta esa intensa relación y unión que todavía persiste en el barrio.
Los talleres: una zona de recreo y ayuda al vecindario
Al pasar el umbral del portón 34 se postra un gran jardín, en concreto, es el único bloque que puede presumir de ello, y alrededor del mismo se suceden una serie de cuartillos que se han convertido en el lugar de distensión de muchos vecinos. En ellos practican sus hobbies o pasatiempos, que van desde reparación de objetos de madera hasta joyas. Un pasatiempo que se han convertido en una especie de servicio a la comunidad, y a ellos acuden el resto del vecindario cuando necesitan algún tipo de reparación.
Tradiciones que aún perduran
Si por algo se ha caracterizado Juan Carlos I ha sido por volcarse en todas y cada una de las tradicionales festividades que se suceden a lo largo del año. “Aquí no parábamos, siempre estábamos preparando algo”, recuerdan los vecinos. Desde las verbenas, los carnavales, “en los que tenemos varios premios”, las Cruces de Mayo o los coros de Navidad. Estos últimos son los únicos que han conseguido sobrevivir al paso de estos años que han hecho estragos y han enterrado esa “vidilla” tan característica en la barriada. Aún así, la Navidad sigue viva a través de este laureado coro.
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En fin, dicen que la memoria es selectiva. Y leyendo esto, no cabe duda de que es así. Gracias a Dios los humanos tenemos la virtud de recordar lo mejor de nuestras vidas pasado cierto tiempo.
las familias de los alberges de la plaza de toros fuimos los primeros en mudarnos a la pantera, el 14 de febrero de 1978 nos dieron la llave y en mayo empezaron a venir de otras barriadas, recuerdo cuando llegue mis niños pasaban frío en el colegio prefabricado tenía ke ir con botas de agua del barro ke había y en verano pasaban mucho calor, asta ke fueron haciendo las aulas de obras en ese colegio fueron mis cuatro hijos en Santa Amelia, ellos lo estrenaron y todos se sacaron el graduado escolar, de ahí pasaron al instituto, al princio tenían ke ir dos cursos a un colegio ke había cerca de la piscina, luego ya lo kitaron y se kedaron en Santa Amelia asta los14 años ke salían con el graduado escolar he vivido ahí 27 años asta ke me vine a vivir Algeciras